Nicolás Maduro y la cumbre del «CELAC» en La Habana


Emilio J. Cárdenas*

EMILIO-CARDENAS-GRANDE Nicolás Maduro, el cuestionado presidente de Venezuela, está visiblemente airado. Molesto. Perturbado. Como es habitual en él.

Con el físico adecuado para todo ello, no puede ocultarlo. Y ahora tiene buenas razones para el enojo. La economía de su país está destrozada por él mismo, por donde se la mire. El endeudamiento externo de Venezuela, extremadamente alto, se ha encarecido y seguramente se encarecerá aún más, como consecuencia del altísimo riego país de Venezuela y de la política del FED norteamericano de disminuir paulatinamente las reactivadoras inyecciones monetarias en su propio país, circunstancia que seguramente Maduro definirá como un “oscuro complot” más del “mundo entero” contra los “bolivarianos”, disparate habitual con el que trata de esconder sus fracasos y justificar la militarización extrema de Venezuela.



Entre los episodios con los que el extraño líder caribeño enciende su actual catarata de diatribas está (según él) el “indignante silencio” de la prensa mundial frente a la reciente -e intrascendente- “Cumbre” de la CELAC, realizada en La Habana bajo la presidencia del dictador, Raúl Castro. Cuyo resultado ha sido apenas un ejercicio de retórica estéril.

Para Maduro, ese silencio del mundo es muy sugestivo: significa (supone) que la “Cumbre” ha sido “tan exitosa” que los países desarrollados (empeñados -cree- en tratar de destruir a las economías emergentes) han “preferido no hablar de ella”, silencio que -insólitamente y con su torpeza habitual- Maduro define como un resonante “triunfo bolivariano”. Algo así como “si no hablan de nosotros, señal de que nos temen”, en su extraño imaginario. Ser ignorado es, de pronto, transformado por Maduro, en inequívoca señal o demostración de interés y preocupación. Increíble “razonamiento”. Al revés de lo que todos suponemos. Pero es el que vende Maduro.

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En rigor, es todo lo contrario a lo que normalmente piensa la gente, expresado en el dicho mal atribuido a Miguel de Cervantes Saavedra: “Ladran Sancho, señal que cabalgamos”. Hablan de nosotros, lo que quiere decir que nos están mirando y que nos tienen en cuenta, dicho de otra manera. Esa es la interpretación normal de las cosas.

Para los observadores independientes, si hay silencio, no hay interés. Si, en cambio, se generan reacciones y se refieren a nosotros, eso es señal de que nos observan y de que nos consideran. Esa es la lógica habitual. Pero no es la de Maduro, que tiene un “orden racional” mental diferente: uno propio, distinto. Atravesado y avieso.

Dicho sea de paso, el dicho popular generalmente atribuido a Cervantes al que nos hemos referido, no está en el texto del genial libro del Manco de Lepanto : “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha” (obra que Maduro aparentemente no ha leído, pese a que es el libro más leído en el mundo, después de la Biblia). Se lo atribuye, en cambio, al guión de la película “Don Quijote”, de Orson Wells, filmada en 1992, que -cabe recordar- tuvo bastante poco éxito. En términos relativos, claro está.

De todas maneras, entre la filosofía popular, claramente encapsulada en el conocido dicho referido, y las exóticas interpretaciones políticas de don Nicolás Maduro hay todo un mundo de distancia. Gigantesco. El que separa ciertamente a la normalidad, de la patología. No es poco. Y el propio Maduro es el que se encarga de recordarlo. No en vano lo abuchean cuando entra a los estadios de béisbol, sin haber previamente ubicado en ellos a los “aplaudidores” que alquila con el dinero de los demás.

*Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas

El Diario Exterior – Madrid