Promesa. Era una niña de 13 años cuando una explosión mató a su madre. Ahora tiene 23 años y ha conformado una familia. Culminó sus estudios de abogacía con honores y hoy los busca en el ejercicio de la carrera. Aspira a ser fiscal sin la sombra del apellido von Borries.
Es perseverante, decidida y tiene principios firmes, dice su abuela, quien le augura éxito en su vida profesional
Redacción – Climene Almeida – Fotografía – Rodrigo Urzagasti
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No, a Paola Berbetty no le queda un trauma, solo el recuerdo de una mala experiencia. Lo dice cuando le preguntamos sobre el atentado que, hace diez años, le arrebató a su madre, la fiscal Mónica von Borries. “Todos tenemos una mala época en nuestras vidas, esa fue la mía”, dice con sus ojos verdes aguados y entintados de rojo.
Pero ella no se permite llorar ni siquiera porque el asesinato no haya sido esclarecido del todo. No lo hace ahora que es una mujer y tampoco lo hizo cuando tenía 13 años durante el velorio de su mamá, cuando sentada al fondo del salón velatorio su abuelo le dijo: “No, si lo haces las personas que hicieron esto van a alegrarse”.
A ella su pérdida no la paraliza, la impulsa. No quiere que otros sufran sin tener una justicia a la cual aferrarse; así explica su vocación por la abogacía, profesión en la que se abre camino en el área penal. Su motivación no son los pleitos por bienes o dinero, sino para castigar delitos y defender la libertad de las personas.
Senderos y no caminos
Berbetty quiere ser fiscal, pero eso no significa que ella esté siguiendo los pasos de su madre ni de su abuelo. Aunque parezca contradictorio, prefiere abrir sus propios senderos y no recorrer el camino de ellos, ya que aspira a que la conozcan por sus propios méritos. Ella dice que admira a ambos por sus principios y dedicación al trabajo.
“Siempre me aterraba la idea de vivir a la sombra de ambos, pero es como él dice que yo soy yo”, explica, porque no le gustan los favoritismos ni el mejor trato que recibe cuando la gente se entera que su abuelo es Jorge von Borries, presidente del Tribunal Supremo de Justicia.
Siente correr el oficio por sus venas, de eso se dio cuenta al estudiar Derecho en la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno, de donde se graduó con honores. Paola no niega que esa no fue su primera opción, antes pensó en dedicarse a la vida militar como lo hizo uno de sus tíos que alcanzó el rango de teniente.
Sin embargo, al igual que él, renunció a la idea porque tuvo otras aspiraciones. Para ella fue algo del momento, recién había concluido el servicio premilitar y se hallaba en un dilema que no tardó en resolver. Desde hace tres años trabaja como asistente de la abogada Mary Peredo, mientras espera el día en que le tomen el juramento y pueda firmar como abogada.
El día a día
Madrugadora para que Dios le ayude, Paola se levanta a las 6:00 para alistar y llevar a la guardería a su pequeña Victoria, su hija de dos añitos. La paternidad está bien compartida con su esposo Robin Calzadilla, quien desde que nació su hija la ha cuidado con mayor destreza que ella, a la hora del baño y de cambiar pañales, por su experiencia con sus sobrinos.
Ambos no solo comparten el techo del segundo piso de la casa grande y sencilla de la calle Las Maras, sino además la profesión. Solo que Robin prefiere llevar procesos civiles. Desde que se conocieron, en la maestría, se complementan.
Otra de las grandes pasiones de Paola es el fútbol, deporte que practica desde el colegio. “Siempre que el tiempo me lo permite me doy una escapada para jugar con mis amigas”, indica. Cambió sus habituales atuendos deportivos para vestir más formal por el trabajo, pero sin incómodos tacones para realizar todos los correteos.
Justicia y seguridad
Como a muchos, a Berbetty le preocupa cómo anda la justicia en Santa Cruz y en el país, también se pregunta qué es lo que falta. Para ella la corrupción no se extingue pero se combate, considera que una buena forma de hacerlo es reajustando los bajos salarios de los funcionarios del sistema judicial.
Por otra parte, para ella no es un misterio que en cuanto a seguridad ciudadana falte mayor control policial. De los robos y atracos no se escapa nadie, ni ella ni su familia que en dos oportunidades fueron víctimas.
Opina como ciudadana y también como profesional. “Un paso agigantado que necesita Bolivia es hacer que dentro de la cárcel funcionen empresas privadas para darle trabajo a los reclusos y rehabilitarlos”. En esto basa la tesis de la maestría en derecho penal que estudia actualmente.
“La propuesta es adecuar un modelo al de Estados Unidos, en donde la cárcel no pierde el control estatal y es a su vez privada; con la diferencia de que las familias de los reos reciban su remuneración”, indica Berbetty, que cree que tal vez esto evite que familias completas se muden a cárceles como Palmasola.
La Mónica que recuerda
Compartían muy poco pero Paola lo entiende; sabe que su mamá se las batía entre ser fiscal y madre soltera, ambos eran trabajos a tiempo completo y llenos de responsabilidades. Por eso se fueron a vivir juntas a casa de sus abuelos.
“Su labor en la Felcn era complicada, no sabía cuando saldría o volvería a casa. Siempre se le presentaba algún operativo, audiencia cautelar, inspección. Pese a ello su eterna preocupación era mi bienestar”, recuerda como motivo por el cual su madre se sentía segura dejándola a cargo de sus tíos y abuelos.
De Mónica, su madre, solo guarda buenos recuerdos y enseñanzas que no dejan de hacer eco en su vida. Entre ellos, una respuesta a una pregunta de niña, meses antes del atentado, cuando visitaban a una tía en Estados Unidos: “¿Por qué otros tienen más dinero que nosotras?”, y la madre respondió: “No quiero que me apunten con el dedo en la calle, por eso en mi trabajo hago las cosas acorde a mi interpretación, sin que otros me digan qué hacer por dinero”, fue lo que le explicó, porque consideraba que su hija ya estaba grande.
Esas palabras pesan más ahora que Paola ejerce su profesión,en especial cuando escucha a la gente hablando en la fiscalía o en el Palacio de Justicia de que le han pagado a una autoridad para que haga su trabajo a pedido, a conveniencia de alguna parte litigante.
Según cuenta no es que a Mónica von Borries no le importara el dinero, porque lo cierto era que vivían holgadamente de su sueldo, lo que sucede es que ella no ponía en venta su deber como fiscal para que otros le dijeran como hacer su trabajo.
Los padres de Paola
Tras la muerte de su madre pasó a ser la única hija de sus abuelos y la hermana de sus tíos, por eso nunca se sintió vulnerable y mucho menos sola, ella lo dice y lo agradece. En especial a su abuelito Jorge Von Borries, cuya ausencia no se permite imaginar porque se le desploma la voz.
Lejos pero no ausente, así ha estado todos estos años su padre biológico Juan Carlos Berbetty con quien lleva una estrecha relación aunque él viva en Estados Unidos desde que se separó de Mónica, cuando Paola tenía dos años.
“Mi padre no tuvo otros hijos y nunca se casó. También para el soy hija única. Siempre regresa a visitarme a casa de mis abuelos, a mí me gusta que sepa que he sido criada en una familia muy unida y amorosa”, relata ella.
Un mal recuerdo
La tarde del 27 de febrero de 2004 Paola no jugó futbol, se quedó esperando afuera de su colegio hasta que una tía y una prima se ofrecieron a llevarla a su casa. “¿Quién tenía que recogerte?”, preguntaron en el camino. “Mi mamá”, contestó ella, y se hizo un silencio sepulcral que le dijo que algo andaba mal.
No llegó directo a su domicilio de la calle Las Maras, se detuvieron unas cuadras antes donde una vecina. Ahí la aguardaba su abuela en llanto y sus tíos con la noticia de que su madre no sobrevivió al coche-bomba.
Esa tarde quedó pendiente la consulta con el dentista y el helado que Mónica le había prometido a su hija y a su sobrina Fabiola; en lugar de eso, Paola estaba en shock y los días que le sucedieron fueron aún más difíciles porque a insistencia de los medios sus familiares hablaban cuando no había nada que decir.
“Enterramos a mi madre un domingo y el lunes todos retomamos nuestras obligaciones”, recuerda. Su abuelo Jorge von Borries, que entonces era vocal, volvió a su oficina, y ella a pasar clases en el Eagles, para sorpresa de sus compañeros y profesores.
Esto mismo tiene presente su abuela Beatriz Oría, que tras la muerte de su hija encontró su tabla de salvación en ella, quien no solo se convirtió en su razón de vivir sino en la de su esposo. “Nos aferramos a mi nieta y salimos todos adelante” revela.
La casa de los von Borries no quedó inhabitable por la pena. No es lo que solía ser pero se parece. Ahí aún viven los tíos de Paola y ella junto a su esposo e hija. Sus abuelos, sin embargo, residen en un departamento porque con el tiempo el lugar quedó pequeño.
El caso no está cerrado
“Siempre va a ver una parte disconforme, en este caso es la mía”, eso responde Paola a la pregunta de si cree que se hizo justicia en el caso de su madre. Ella dice que eso queda en la conciencia de las autoridades que investigaron y dictaron el fallo, que solo ellos saben con certeza si obraron bien o por conveniencia de alguna parte.
Con respecto a los implicados en el atentado, se ahorra las palabras, lo hace durante la entrevista e incluso cuando ve a alguno de ellos en el palacio de justicia. Ella sabe que no se esperaban que la “semillita de mamá” creciera, y pese a que su abuelo ha optado por dejar descansar el proceso, Paola espera la oportunidad para retomarlo personalmente hasta el final.
Para ella, no se trata de revancha, sino de esclarecer el crimen sin ninguna artimaña, tal y como lo hizo su abuelo todos estos años, según cuenta, que no buscó influenciar sobre ninguna autoridad, pese a que ocupó altos cargos en el sistema judicial
Fuente: El Deber.