“Gulag” fue el nombre que recibió el sistema de campos de concentración de la antigua Unión Soviética, por sus siglas en ruso. Se hizo tristemente célebre a raíz del libro de Aleksandr Solzhenitsyn, Archipiélago Gulag, que le valió a su autor el Premio Nobel de Literatura. Lo de “archipiélago” era una metáfora para hacer referencia a un sinnúmero de “islas” carcelarias diseminadas por el territorio soviético.
Ahora, la Venezuela chavomadurista, continuadora de la veta totalitaria del viejo “socialismo real”, tiene también su Gulag: hablamos de prisiones distribuidas por la geografía de ese país, que en los últimos dos meses de protesta han albergado la friolera de 2.314 detenidos políticos, según datos del Foro Penal Venezolano.
La misma organización ha reportado 39 asesinatos, mayormente de estudiantes, a manos de efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana y de los paramilitares integrantes de los “colectivos” chavistas. Súmese a esto la trágica cifra de al menos 59 torturados y más de 600 heridos por la represión.
De acuerdo a una reciente encuesta del Instituto Venezolano de Análisis de Datos (IVAD), el 62,5% de los entrevistados afirma que las fuerzas de seguridad recurren sistemáticamente a la tortura contra quienes protestan.
Un 55% de los venezolanos cree que su gobierno no es democrático y un 72% considera que su país vive una situación “negativa”. El 68% define la situación económica como “mala” y un 53% imputa directamente la responsabilidad de lo que sucede al gobierno.
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El 61% de los venezolanos quiere que se convoque a una Asamblea Constituyente para poder renovar los poderes públicos y para el 57% las protestas son una genuina expresión del profundo descontento social.
Más allá de la endeble pantomima de diálogo instalada entre Maduro y representantes de los sectores más tibios o funcionales de la oposición, está claro que la senda de la concertación democrática solo podrá ser realmente abierta por una amplia amnistía que saque de las cárceles a los prisioneros del nuevo Gulag…