Correo de los Viernes – Montevideo
El mundo contemporáneo ha incorporado a su vida cívica nuevas modalidades de “representación” de la ciudadanía. Una ya clásica son las encuestas y otra más reciente son las famosas “redes”. Ambas se toman como expresiones auténticas de la realidad, cuando son otra cosa bien distinta.
Las “redes” son simples expresiones individuales acumuladas, que a veces incluso expresan manipulaciones orquestadas. Valen mucho como información, para hacer conocer algo o como instrumento de movilización callejera. No necesariamente reflejan un real estado de la opinión.
Las encuestas de opinión pública reconocen una trayectoria más larga y metodologías más científicas. Pero al margen de sus posibles errores metodológicos, se prestan también en más de una ocasión a la manipulación. Haciendo abstracción de suspicacias, las encuestas son lo que son: un indicador, un marcador de tendencias más que de resultados, en todo caso ubicado siempre en un momento anterior a su difusión. De allí que esa suerte de sacralización que se hace de sus resultados resulte profundamente errónea. De lo cual estos días tenemos cumplidos ejemplos en nuestra América Latina.
En Colombia, sin ir más lejos, el triunfo de Zuloaga sobre el Presidente Santos no lo adelantó ninguna encuesta. Todas registraban un avance del candidato uribista, pero lo más que dijo una de ellas fue que había un “empate técnico” porque la diferencia era menor al margen de error. El resultado, sin embargo, fue bien claro: un 4% de diferencia.
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En Costa Rica fue aun peor. El Presidente electo Dr. Solís hasta el mes de enero corría tercero lejos en las encuestas y si bien éstas mostraban un fuerte avance, ninguna hacía prever la posibilidad de que pudiera el 3 de febrero lucir primero. Sin embargo, así fue: obtuvo el 31% der los votos contra el 30% de Araya, del Partido Liberación Nacional, oficialista. La tormenta fue tal que Araya se retiró de la segunda vuelta y Solís hubo de correr solo hacia la presidencia.
Estos episodios no descalifican la encuesta como método, porque se sabía que tanto Solís como Zuloaga estaban creciendo, pero es clarísimo que los números no eran los reales.
Algo parecido pasa en las elecciones europeas, especialmente en España. Una semana antes, el CIS y Metroscopia acertaban en que PP y PSOE estaban muy cerca, con ligera ventaja para el primero, como ocurrió. Lo que, en cambio, ninguno de los grandes institutos vio fue que ambos partidos no llegarían al 50% de la votación, lo que ocurre por vez primera y significa poner en cuestión nada menos que el clásico y exitoso bipartidismo que desde la transición ha marcado hasta hoy a la democracia española.
O como ocurrió en Italia con Matteo Renzi, que alcanzó un 40% de los votos cuando las encuestas lo daban con un 30%.
Dicho lo cual, y para lo nuestro, digamos, que las tendencias pueden tomarse en cuenta pero los números están lejos de ser sagrados. Es más, cuando las diferencias no son grandes, puede ocurrir cualquier cosa. Estas reflexiones procuran moderar entusiasmos, depresiones o razonamientos basados en números con porcentajes que llegan hasta los centésimos y que, con esa precisión, poco tienen que ver con la realidad.