Desde el título el cantautor uruguayo deja claro la intención de su más reciente disco. Bailar en la Cueva está hecho para bailar y lo hace sin perder los rasgos característicos de su ya extensa obra. En su disco número 14, Drexler toma el riesgo de tornarse bailable, riesgo porque esto de hacer música para bailar por la trivialidad y la fugacidad termina (aparentemente) con la actitud crítica y reflexiva; se supone que quien baila lo hace para olvidarse del mundo y sus achaques. Pero gente como Rubén Blades, Paul Simon y muchos brasileños han demostrado que no es la regla, contando dramas o reflexionando agudamente mientras los pies se mueven.
Ésa es la intención de este Bailar en la Cueva que, como ha ocurrido con todo el material de Drexler, existe en la medida que las palabras dicen o llevan a algo, y ésa es la gran virtud del uruguayo, es un artista que tiene algo o mucho para decir en una época donde la aceptación y resignación está casi generalizada.
«No estar en, sino ser el movimiento”, explica Drexler, abriendo el disco y desglosando la forma en que concibe esto de bailar: «Bailar como creencia, como herencia, como juego. Las sombras en el muro de la cueva girando alrededor del fuego. La música bajo de los árboles conducido por las llanuras. La música enseña, sueña, duele, cura. Ya hacíamos música muchísimo antes de conocer la agricultura”.
Pero se equivoca quien piensa que este disco pueda usarse una fiesta rave, o en una disco reggaetonera. Drexler no busca los ritmos de moda o las recetas para un hit movedizo. Con aproximaciones a la cadencia africana o la vieja cumbia va tras la esencia de los motores instrumentales que jalan a bailar.
Precisamente en clave de cumbia el uruguayo dispara su canción Bolivia, con la cual agradece y rinde homenaje a sus abuelos y padres, ciudadanos judío-alemanes que se encontraron al final de la década de los años 30 con que su país los echaba y sin lugar donde ir. Eran esos años de incertidumbre al principio de la Segunda Guerra Mundial cuando los gobiernos trataban de descifrar el tablero y medían cuidadosamente para dónde inclinarse, cerrando sus consulados y las visas para los miles de desterrados que pedían asilo. En Latinoamérica los teléfonos sonaban y nadie contestaba; sólo Bolivia mantuvo las puertas abiertas y así llegaron a Oruro los Drexler, donde vivieron los años de la guerra y algunos más, antes de irse para Uruguay. Esto lo cuenta el padre de Jorge en un libro de memorias que, por supuesto, afectó intensamente al cantautor. Por ello, en su llegada al país hace un par de años fue tan desbordante su saludo y su sonrisa con el público paceño que inundó el Teatro 16 de Julio.
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Allí Jorge contó esta historia de su familia extendiendo la gratitud familiar. En su nuevo disco este relato se hace canción y verso: «Las puertas se iban cerrando. El tiempo colgaba de un pelo y aquel niño en los brazos de mis abuelos. Y el pánico era evidente y todo lo presagiaba: El miedo ganaba cauce, habría fauces, vociferaba. Y entonces llegó del frío, en pleno glaciar hiriente una insólita vertiente de agua tibia: Todos decían que no, cuando dijo que sí Bolivia. Y el péndulo viene y va”. Lo del péndulo, explica Drexler, hace referencia al panorama actual de Europa, donde nuevos refugiados (como de España y Grecia) por un holocausto financiero vuelven a tocar las puertas de las cancillerías latinoamericanas.
La historia viene y va, y esa parte la canta nada menos que Caetano Veloso, invitado de lujo, que en el caso de Jorge Drexler, es más bien un «perdón y gracias», porque si a alguien le debe su canto y su obra es al brasileño.
En este disco de baile Drexler se ha animado incluso a hacerlo ante cámaras, en un gracioso videoclip dirigido por el laureado director español Jorge Trueba donde él mismo, con Jorge y un par más de la banda intentan divertidas y forzadas coreografías que evidencian que lo del baile es más un recreo exploratorio que un ardid comercial.
Pero ojo, por las canciones bailables Drexler no deja de ser Drexler, sobre todo en lo que hay que decir, ya que sigue siendo el trovador caprichoso que en la entrega del Oscar usó sus 30 segundos de agradecimiento para cantar su canción ganadora y que se la habían impedido hacerlo en el escenario. Sigue siendo el autor cuestionador, inconforme, interpelador, pero feliz con el oficio que tomó después de intentar inútilmente ser un doctor.
«Todo cambia de bolsillo, sin el mínimo decoro. El oro es lo que importa, en el becerro de oro. Todos quieren todo, todo siempre es poco. La lente que todo lo mira ya no hace foco. Y siga el baile hasta que aclare”. Vale la recomendación, más aun ahora que a su país le ha tocado batallar en un Mundial de fútbol donde las mordidas están prohibidas y las sorpresas jalan a bailar.
Fuente: www.paginasiete.bo