Es una superstición extendida en muchas culturas que cruzarte con un gato negro en tu camino es augurio de mala suerte. Por eso, algunas personas cambian bruscamente de dirección cuando ven acercarse a uno de estos gatos de pelaje oscuro. Para muchas otras, este comportamiento esquivo es habitual en su vida cotidiana y no tiene que ver con las cualidades mágicas atribuidas al animal, ni tampoco con su comprobado potencial alérgico, sino con otro motivo tan irracional como el primero: las fobias.
La ailurofobia es el miedo persistente y visceral a estar cerca de un gato e incluso a su sola contemplación a través de imágenes o vídeos, lo que supone un verdadero reto para los fóbicos, ya que se trata de uno de los animales más fotogénicos. Es un temor desproporcionado respecto al objeto que lo provoca, ya que se trata de un animal inofensivo y no de uno dañino como las serpientes o las arañas, frente a los que desarrollamos una aversión innata, con lo que resulta especialmente inverosímil para quien no la sufre.
Cuando se exponen a uno de estos felinos, las personas con ailurofobia pueden empezar a sudar, sufrir dificultades respiratorias e incluso tener un ataque de pánico. Normalmente este trastorno obedece a un trauma infantil provocado por una agresión del animal.
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Fuente: muyinteresante.es