Iván Arias DuránEl crecimiento económico del país, como fruto de los ingresos del gas, contrasta con la inversión en educación que sigue con promedios muy bajos.En 2013, de bolivianos 172.021 millones contemplados en el PGE, se destinaron para educación 15.000 millones, equivalente a un 8,7% del PGE. Y para este año, el PGE 2014 de 195.410 millones de bolivianos, destina al sector educación apenas el 6,7% del mismo. De esta manera en vez de ir para adelante, vamos para atrás: en 1970 la economía boliviana se parecía a Corea del Sur. El país asiático, luego de la guerra de la mitad del siglo XX, apenas empezaba a levantarse y su ingreso per cápita era de 270 dólares al año, mientras que Bolivia registraba 240 dólares por cada persona.50 años después, el promedio per cápita en Corea es de 24.000 dólares (2012) frente a 2.800 dólares de Bolivia. El enorme salto tecnológico y económico de Corea del Sur, que hoy lo ubica entre las 12 potencias más grandes del mundo, se debe a una política pública enfocada básicamente en la educación que, en una generación, ha logrado producir, industrializar y vender marcas tecnológicas, como Samsung (celulares, televisores, lavadoras, smartphones, entre otros), Kía y Hyundai (vehículos), entre muchos otros.Según Juan Enríquez, experto mexicano en investigación científica, que estuvo el 2013 de paso por Bolivia, «la excelencia en educación y tecnología no es un lujo, es un tema de seguridad nacional con el que sobrevive un país”. ¿Algún partido y candidato político tiene esto claro? Por su parte, Edgar Cadima, experto boliviano en educación, señala que todos los síntomas que se perciben de la educación dan cuenta de que algo anda mal con la calidad de la educación boliviana. Nuestros bachilleres apenas comprenden lo que leen y sus capacidades de lectura comprensiva y redacción son mínimas desde hace años, y la situación no ha cambiado.Muchos bachilleres no pueden resolver un problema básico de regla de tres simple, mucho menos explicar lo que es una curva de crecimiento logarítmico. La mayoría de los estudiantes sale bachiller sin conocer las bases mínimas del cálculo diferencial e integral. Un aprendizaje teórico, en el aula, con pocas posibilidades de experimentación y con unas «ferias de ciencias” que mecánicamente repiten los mismos experimentos, no permiten despertar el espíritu investigativo y creativo de los estudiantes. Lo que sucede en ciencias naturales o sociales es igual de penoso.Nuestro país casi nunca ha participado en pruebas de evaluación de la calidad educativa a nivel internacional. Es difícil de imaginar los resultados de una participación de nuestros estudiantes en pruebas de esa naturaleza en las condiciones actuales y, es posible, que ésa sea la razón y el miedo gubernamental para no adoptar estándares internacionales de evaluación de la calidad de los aprendizajes en la educación boliviana.De esa manera podemos seguir escondiendo nuestra pobre calidad educativa, evitamos mirarnos frente a un espejo y el Gobierno puede evadir los cuestionamientos al servicio que brinda. Pero la deficiente calidad de la educación boliviana no se expresa sólo en los resultados de los aprendizajes de los/las estudiantes, sino que también está presente en el incierto modelo pedagógico, en el currículo anárquico, en la falta de recursos didácticos, en la insuficiente formación de los/las docentes, en la infraestructura educativa deficiente e insuficiente, el expandido analfabetismo digital, etcétera.Muchos maestros y maestras bolivianos se destacan por su entrega y dedicación a la docencia. A pesar de las enormes dificultades para el ejercicio de su profesión (bajos salarios, transporte, falta de recursos y materiales en la escuela, presión social, etcétera.), intentan y, en muchos casos, logran que sus estudiantes estén adecuadamente preparados para exigencias futuras.Lamentablemente, ello no sucede con la gran mayoría de ellos y ellas. La imagen generalizada es la de un magisterio salarialista, con escasa proactividad pedagógica, repitiendo mecánicamente cuadernos, fotocopias y/o temas durante años y confinados a hacer algo en una pizarra y con una tiza.Indudablemente, hay que dignificar la labor docente, mejorar las condiciones de trabajo y la retribución que reciben por ello, pero esa mejoría no puede ser sólo en función del costo de vida, sino que también debe ser en relación a un compromiso de ellos/ellas por mejorar pedagógicamente sus funciones y los resultados educativos.Por su parte, los padres y madres de familia, en muchos casos, por las exigencias del trabajo, su nivel de pobreza o formación o por el clima familiar, no hacen el adecuado apoyo y seguimiento a los procesos de aprendizaje de sus hijos e hijas, cuyos resultados son preocupantes. Este «descuido” reproduce las desigualdades sociales de generación en generación. Ser pobre o vivir en el área rural no es justificación suficiente para no tener buenas notas y/o para abandonar la escuela. La humanidad está llena de historias de niños y niñas que, a pesar de la pobreza y las dificultades han triunfado y salido de su nivel de pobreza, y es que cuando se es pobre lo único que queda es tirar para arriba y no caer más bajo.Cadima, remata: mientras nosotros vivimos echando la culpa de nuestra situación al imperialismo, al capital internacional, al mal tiempo, etcétera, no asumimos nuestra responsabilidad en materia educativa y el déficit de la educación se sigue acumulando cada año. Una lucha real contra todo tipo de dominación externa, imperial, no puede basarse en eslóganes emocionales vacíos de contenido, sino que esa lucha debemos enfrentarla con dignidad, de igual a igual, en las definiciones económicas y tecnológicas y no en las calles con estribillos estridentes. La lucha contra toda forma de dominación también debe concretarse haciendo que nuestros niños tengan mejor educación, ampliando mercados para nuestros productos, desarrollando y vendiendo ciencia y tecnología al mercado nacional e internacional.Cuando estemos a ese nivel podremos mirarlos cara a cara y poner nuestras condiciones en una relación de pares, no de subordinados.Página Siete – La Paz