La Fundación de Naciones Unidas se enteró de que en un bosque invisible llamado Tariquía se produce una de las mejores mieles del mundo, y les entregó en Barcelona una copa mundial
Doña Emelda es la telefonista de Pampa Grande. El aparato pierde señal durante las lluvias o los surazos que llegan a tropel de la Argentina
En Pampa Grande, la comunidad más poblada de Tariquía, donde viven cerca de 80 familias en casas de adobe con antiguos techos de corteza de árbol y una que otra con calaminas traídas a lomo de burro de la rica Tarija, existe un único aparato por el que la gente puede comunicarse con el resto del mundo.
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Es el teléfono, el bicho azul y metálico, ese que cuelga de una pared de adobe del corredor de la casa de doña Agustina Civila, el que con su ring ring rompe la monotonía de la comarca y lleva y trae noticias y mensajes de familias que quieren saber cómo están ahí, porque aquí, hasta hace poco, en la posta sanitaria, Emelda Mendieta, con sus conocimientos básicos de auxiliar en enfermería, se batía a duelo con los males graves que atacaban a la gente con ayuda de las tabletas para el dolor de muela o de barriga.
La mañana en que trajeron la antena parabólica para que funcione el teléfono a panel solar, la gente se vistió con sus prendas más nuevas y preparó una fiesta con chica y comida para invitar al piloto del helicóptero que una empresa petrolera había facilitado para que entregue la carga que más por su volumen que por su peso, era imposible llevar a Tariquía sobre una mula.
Pero los tariqueños no pudieron agasajar al emisario, porque el piloto, obedeciendo órdenes superiores y enterado de que el segundo de vuelo cuesta muchos dólares, dejó la carga sin salir del aparato y emprendió la retirada, dejando a los oriundos con un ¡salud! en la boca.
Doña Emelda aclara que el teléfono deja de funcionar cuando hace frío o llueve y que ella gana sólo de las llamadas que hace la gente, porque los que quieren hablar le compran tarjetas que cuesta Bs 18. Pero cuando son los del otro lado de la línea telefónica los que llaman, ella tiene que ir a las casas para avisarles que tienen una llamada. “Y por ese servicio no me pagan ni un peso”, se queja y sus ojos verdes se nublan.
La miel ganó la copa mundial
En este punto desatendido de Bolivia se produce una de las mejores variedades de miel del planeta. Y eso, la comunidad internacional lo sabe y lo aplaude.
Tal es así que en 1998, la Fundación de las Naciones Unidades entregó a la Asociación de Apicultores de la Reserva de Tariquía (AART), el Premio Internacional de Iniciativa Ecuatorial, comparable con una copa mundial en el mundo de la miel de abeja.
El galardón fue entregado en Barcelona, en las propias manos del presidente de la AART, don Pedro Romero, ese hombre menudo y de barba candado que aprovechó el viaje para conocer el mar y enterarse que está lleno de agua salada y a su retorno compartió esa noticia con sus vecinos y camaradas de Tariquía.
La miel es el producto que impide que el dinero desaparezca en Tariquía, porque es el único alimento que se puede sacar en burro a los mercados del país y que es rentable, a diferencia de la naranja o del durazno que ni vendiéndolos a precio de oro podrían cubrir el flete del animal.
La camas con vidrio
José Vera se presentó en la reserva de Tariquía como el faquir capaz de ejecutar proezas de resistencia física y mental, como acostarse sobre camas con vidrios o clavos. Eso fue hace por lo menos 10 años y los recuerdos de este hombre que llegó de la nada y que también era capaz de botar fuego por la boca y meterse agujas en un brazo sin que le caiga una gota de sangre, están tan vigentes como la mañana aquella cuando de un helicóptero bajó una antena parabólica que hizo posible que un bicho azul llamado teléfono les permita comunicarse en tiempo real con el mundo moderno
Fuente: eldeber.com.bo