Erika Brockmann QuirogaEn el reino tradicional del márquetin político resulta electoralmente incorrecto sincerarse con temas altamente sensibles para el interés estratégico del país. El riesgo de perder votos es inminente. La competencia por maximizar la captura de votos privilegia el poder de la ‘imagen’, la necesidad de modelar percepciones y sensaciones en desmedro de la información y la contrastación de ideas en un clima con menos artificios comunicacionales. Las deformaciones del mercado de la competencia electoral se ilustran, con rasgos perversos, en el caso de la disputa sobre los polémicos porcentajes de la renta petrolera colocando a Samuel Doria Medina, candidato de Unidad Demócrata (UD), en la mira de la artillería comunicacional del Gobierno. La propuesta aplicable a futuros contratos de exploración del candidato gatilló una contracampaña financiada con recursos públicos.El Gobierno calificó el 50%-50% de ‘vendepatria’ e insensible. Anunció el recorte de cuantiosos recursos y beneficios para el país y su gente con la idea de sembrar rechazo y pánico en el electorado. Ello ocurría mientras los voceros de UD afirmaban que esa propuesta no afectaría los recursos actuales, cuya única amenaza sería la eventual y drástica disminución de precios o la falta de inversiones de riesgo y exploración luego de nueve años de Gobierno. El gafe sirvió para comparar, sin base alguna, el 50-50 de Samuel con el de Goni, cuya fórmula, además del Bonosol, derivó en un YPFB residual en tiempos de un fundamentalismo privatizador que, en temas energéticos, nunca abrazó el candidato de UD ni otro en el pasado.Por otra parte, a estas alturas la fórmula 82%-18%, antes irrebatible, resulta tan enigmática como los magnificados efectos de la nacionalización ‘light’. Expertos afirman que el promedio real es del 64%. Todo indica que ante la ausencia de un verdadero debate habrá que resignarse a navegar en las turbias y agitadas aguas de la polarización discursiva, la desinformación y la apabullante propaganda gubernamental. Como indicara J.A. Morales, sobre esta polémica, los bolivianos apostamos por “suicidar la verdad”, esa que no es amiga de fundamentalismos estatistas ni privatizadores y de sus agoreros.El Deber – Santa Cruz