Alfredo Leigue
"Vive honestamente, no hagas daño a nadie y da a cada uno lo suyo" reza la frase de Ulpiano definiendo la justicia. ¿Me pregunto que sería dar lo suyo a esa mente retorcida que en la imperceptibilidad de su existencia fue rumiando su obsesión para terminar suprimiendo de este mundo la juventud, la inteligencia y la belleza en macabro exabrupto demoniaco?
Santa Cruz inexorablemente se va convirtiendo en una incubadora de odio que nos mira agazapado tras las caretas lombrosianas de la muerte esperando asestar el último golpe a la inocencia. Incubadora alimentada por el tráfico de sustancias, de sentencias y de poder impune.
Es la inseguridad que nos asesta el fin de las certezas y la supresión de hecho de las garantías de una sociedad pacífica. No hay certidumbre ni en la mirada neutra de los que te observan a diario ni garantía de buenas intenciones de quienes deberían otorgarte las certidumbres obligadas.
Nos encaminamos a la sospecha generalizada, a la desconfianza cultural, a la zozobra cotidiana. Estamos condenados a vivir en apronte y a envenenarnos con nuestra propia adrenalina.
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Estamos en puertas de una sociedad en guerra intestina, con escenario en la Torre de Babel que todos estamos construyendo navegando en la desidia y en la indiferencia creyendo que estamos exentos. Nuestra ausencia en las decisiones que hoy nos pueden costar sólo dinero e incomodidades nos tiene suprimidos de nuestro propio pueblo: arrebatándonos están la vida porque ya nos arrebataron el alma.