Renzo AbruzzeseSiempre se nos ha dicho que la política es “el arte de lo posible”, precepto que en coyunturas electorales parece ponerse más que en evidencia; sin embargo, si la política es el arte de lo posible y es imposible ganar al MAS, ¿qué es entonces la política en Bolivia?Podríamos intentar algunas respuestas de valor meramente heurístico. La primera posibilidad es que la premisa de nuestra hipótesis esté equivocada y, en consecuencia, no sería evidente que la política es el arte de lo posible, sino al contrario: el arte de lo imposible. La segunda –y más cauta– sostendría que, dadas las condiciones actuales, la política en Bolivia es, desde que el MAS tomó el poder, el intento más serio por reconstruir los sujetos históricos que hicieron crisis junto al modelo neoliberal. La tercera sostendría que el arte de la política se ha resumido –frente a la embestida autoritaria del actual Gobierno– al esfuerzo de recuperar y preservar los dispositivos mínimos que garanticen un grado de democracia que evite su eliminación total, lo que significa que todo el desplazamiento electoral pretende proteger una institucionalidad democrática herida de muerte. Podría también tratarse de un intento desesperado por reconstituir el sistema político diezmado por el partido de Gobierno, y, finalmente, podría significar el fin de la política y el advenimiento de horizontes fundamentalistas, algo así como el retorno del inca rey.Sin embargo, lo más prudente –dado que no es realista pensar ganar al MAS– es considerar que esas hipótesis son correctas y posibles, de manera que hacer política en la Bolivia actual consistiría en reconstruir los fundamentos de una nación moderna bajo el signo del occidente, lo que desplaza el debate a un escenario en que la confrontación es, en realidad, una disputa entre la modernidad y un milenarismo folclórico con pretensiones de eternidad. Si es así, la política deja de ser el arte de lo posible para transformarse en el juego de lo deseable, y en virtud de que el deseo y lo deseable son por naturaleza antiideológicos, podría ganarse una elección perdiendo las cifras del escrutinio. Al fin de cuentas, las batallas de la historia se ganan siempre en el largo plazo y, ahí, el triunfalismo jocoso y la soberbia del poderoso están siempre en suspenso.El Deber – Santa Cruz