Testimonio de la misión de ayuda que acabó en naufragio


El remolcador TNR-12 de la Fuerza Naval de Bolivia está boca abajo en aguas brasileñas, tendido de espaldas como un cadáver …..

EL DEBER llegó hasta el lugar donde se hundió el remolcador de la Armada boliviana en aguas brasileñas. Era la primera misión sin ayuda extranjera y acabó en tragedia

imageSolo se le ve el casco a la embarcación boliviana que naufragó el 23 de septiembre. Foto: Rodrigo Urzagasti.



Roberto Navía, EL DEBER

El remolcador TNR-12 de la Fuerza Naval de Bolivia está boca abajo en aguas brasileñas, tendido de espaldas como un cadáver y se ve como un animal enorme abatido a solo 10 metros de la costa, en un lugar que se conoce como Teja de Oro, cerca de Fuerte Coímbra, donde el martes 23 de septiembre se hundió con una chata a la que iba unido y 24 horas después dos personas fueron rescatadas sin vida de sus camarotes.

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A pocos metros de ahí están ancladas las cuatro embarcaciones con bandera boliviana que formaban parte de una flotilla de cinco naves militares, que el lunes 22 partió de Puerto Quijarro rumbo a Asunción de Paraguay, donde la Armada boliviana pretendía concluir un viaje histórico dentro de cuatro días. Era la primera vez que 50 cadetes hacían sus prácticas en buques bolivianos que surcaban en aguas internacionales, y porque pretendían demostrar al país la importancia de la hidrovía Paraguay-Paraná para salir a las costas del Atlántico.

Pero la fiesta se transformó en luto el segundo día de haber empezado, y ahora, más de 20 militares, entre marinos que estaban en las embarcaciones aquella trágica mañana, y varios buzos que llegaron desde La Paz, están en este escenario, velando el remolcador, pendientes de que no se mueva para evitar accidentes con embarcaciones que surcan el río Paraguay, rescatando del interior del barco los objetos que dejaron los que iban en él (se habla de 27 y de 29 personas, entre civiles y militares), y aguardando un equipo logístico de envergadura para reflotar al TNR-12, ponerlo de pie y traerlo nuevamente a casa.

Las jornadas diarias de estos hombres están golpeadas por el mal recuerdo y por el calor de un Pantanal húmedo que los impulsa a sacarse el uniforme, pasar sus jornadas con el torso desnudo o con una polera delgada y, mientras escuchan cumbia boliviana, llevan a cabo tareas que un comandante les ordena durante las primeras horas de la mañana.

Después del mediodía del pasado miércoles, dos militares estaban destripando un motor que los buzos habían rescatado del barco hundido, con el objetivo de desahogarlo, de resucitarlo. De rato en rato, lo encendían y el aparato tocía como un ogro furioso.

“Los buzos entran al interior del remolcador un día y descansan el siguiente, porque el trabajo allá abajo es exigente”, explica un marino que, al igual que su comandante y todos los que están en la flotilla, dice que no tiene la autorización de hablar a nombre de la Armada boliviana, bajo pretexto de que se está haciendo una investigación para determinar las causas del naufragio.

El discurso que todos manejan aquí es que, a las 8:00 de aquel martes, pasó en sentido contrario una barcaza comercial que levantó una enorme ola y que eso desestabilizó a la embarcación militar, hasta hundirla en solo minutos.

Pero el objetivo mayor de los hombres bolivianos es recuperar al TNR-12, pero para reflotarlo dicen que necesitan una grúa y otras herramientas capaces de empujar toneladas de un remolcador al que sería imposible mover con solo fuerza humana.

“Esta tropa estará hasta terminar el trabajo”, dijo un militar que el día del hundimiento estaba en un barco que navegaba a 100 metros del que ahora está tendido en el río. Y estar aquí significa permanecer dos o tres semanas, dependiendo de cuándo llegue la grúa. “Ya hemos hecho el pedido, pero sabemos que de por medio está un trámite burocrático”, adelanta otro marino, que está pendiente del faro que le han colocado encima de la panza del TNR-12 para que durante la noche advierta el peligro a los navegantes de otras embarcaciones.

A metros del remolcador también hay dos flotadores como señal de peligro, porque los militares estiman que en esa zona está la chata que no dejó rastros de su hundimiento.

Un plan desde el lunes

Desde La Paz, el comandante de la Armada, Gonzalo Alcón Aliaga, dijo que estas dos semanas fueron para hacer un estudio, cumplir procedimientos para trabajar en ese sector brasileño, para hacer análisis y planeamiento.

“Tenemos ya el plan, los medios, y el trabajo empezará el lunes. Irán embarcaciones, remolcadores y barcazas con todo el material que se ha ido adquiriendo”, dijo la autoridad, que enfatizó en decir que no es la primera vez que ocurre un accidente en la hidrovía, que empresas particulares y turísticas también han tenido problemas y que hay gente especializada en el sector y que se ha recurrido a ellas.

Alcón aseguró que hasta las aguas brasileñas donde está la flotilla boliviana no solo irán técnicos de la Armada boliviana, sino también civiles.

“Cabe destacar el apoyo de la Marina de Guerra de Brasil, que de manera desprendida nos está colaborando, como también a las FFAA de Bolivia para llevar buzos y técnicos”, resaltó.

En la oficina de la Naval de Puerto Quijarro, una autoridad dice que sus hombres permanecen en el lugar del hundimiento, porque, como en una guerra, no pueden abandonar el barco.

Aseguró que se les está enviando los alimentos que necesiten. En las oficinas de la institución se ve el movimiento de gente que llegó de La Paz. “Son peritos que están investigando”, explica.

La bandera sigue flameando

La tricolor nacional flamea en los mástiles de los barcos bolivianos que iban en la misión especial y que ahora están anclados, las aguas dulces del río Paraguay manotean la panza de acero del barco hundido que se ve en la superficie y una caja con cebollas está destapada en uno de los barcos para evitar que se pudra, porque abajo, en la bóveda, donde hace más calor, está el resto de la comida, que se transportaba para alimentar a los tripulantes.

Los cuatro barcos bolivianos están juntos, de costado, y es fácil que los militares pasen de uno al otro. Hay un ligero desorden y el ambiente está envuelto en un olor a gasolina y a la comida que los cocineros de turno preparan para nutrir a los marineros que ahora están lejos de la patria.

Hay días en que los marineros viajan hasta Puerto Morriño, el núcleo urbano más cercano que está a dos horas en deslizador y donde existe una tienda donde es posible abastecerse de artículos de primera necesidad que pueda faltar.

“Yo he visto varias veces a los bolivianos que están cuidando su barco hundido. Vienen aquí a hacer compras”, dijo un hombre que atiende ese puesto de venta.

En el lugar del hundimiento, en los barcos que están anclados y que hoy están convertidos en un campamento militar, algunos cadetes sacan conjeturas sobre lo ocurrido, y si bien manejan el discurso de que fue un accidente, uno de ellos dijo despacio, como contando un secreto: “Esto refleja que hay necesidades en la Armada, que no se tienen buenas embarcaciones, que hacen falta cosas”, dice, sin dejar de observar el faro que colocaron en la panza de acero del remolcador, que parece un animal abatido por todas las plagas del mundo