Alfonso Gumucio DagrónLa Administradora Boliviana de Carreteras (ABC) se cobró el lunes pasado cuatro nuevas víctimas en la carretera Oruro-La Paz, conocida como la «carretera de la muerte”. Cuatro vidas menos y cuatro muertes más en la larga lista de pérdidas humanas que no pesan en la contabilidad de la empresa estatal, ni aparecen en su rendición de cuentas anual, ni en sus «boletines de transparencia”, de los que no se publicó ninguno en 2014.Al diablo con la transparencia, mejor es la propaganda. Mientras la empresa se regodea saturando las pantallas de televisión con publicidad más costosa que jocosa, los muertos suman y siguen debido a la ineficiencia y la mala administración. En lugar de su logo institucional, más apropiado para una guía telefónica, vendría mejor la guadaña de la parca como imagen de la empresa estatal.El costo de uno solo de los triunfalistas anuncios propagandísticos de la empresa ABC, con los que se bombardea a la ingenua población, bastaría para colocar señales de tránsito a lo largo de la carretera Oruro-La Paz. ¿Por qué los payasos que aparecen en la propaganda de televisión no muestran las obras sin terminar y la falta de señalización?Muchos de los accidentes en las carreteras nacionales se producen porque no hay indicaciones y carteles adecuados. La familia que falleció el lunes se topó de pronto con un desvío no anunciado, un desvío hacia la muerte.Así pasa todos los días en todas las carreteras de Bolivia. Si no son las flotas asesinas, con choferes cansados, borrachos e irresponsables o los camiones sin luces mal estacionados, son las obras mal ejecutadas y mal administradas por ABC.En países serios y organizados, cuando se hacen obras en una carretera se coloca señalización apropiada: «Desvío a dos kilómetros”, «Disminuya su velocidad”, «Peligro, obras”. Los protocolos son estrictos.Uno o dos kilómetros antes de las obras hay paneles con pintura reflejante para que brillen en la noche, flechas con luces intermitentes para que sean claramente visibles y obreros con banderines rojos y chalecos reflectantes dirigiendo la circulación.¿Y dónde está la Policía? En cualquier país con instituciones responsables, cuando hay un fin de semana largo, y se prevé el retorno masivo de vehículos a las ciudades, se organizan dispositivos y operaciones especiales con retenes policiales para el control de vehículos y de conductores, y se mantienen en alerta ambulancias preparadas para atender accidentes.La familia que falleció el lunes pasado a la altura de Patacamaya estuvo dos horas sin asistencia después de que se produjo el accidente. En esas dos horas falleció uno de los hijos que todavía estaba con vida. La madre, única sobreviviente, no pudo ayudarlo porque estaba atrapada en el amasijo de fierros en que se convirtió el vehículo accidentado.Antes de avisar a la Policía del accidente, los primeros que llegaron a la escena robaron las pertenencias de los accidentados, así es este país, indolente. Un país donde no se valora la vida humana no puede considerarse un país civilizado.La principal carretera del país, otra de las obras tan cacareadas en el permanente estado electoral que vivimos, no se termina nunca de construir. La prensa ha registrado hechos de corrupción que han retrasado la tan anunciada inauguración. Llevamos años esperando que finalmente se concluyan las obras, pero no sucede.La dimensión de lo que está sucediendo en nuestras carreteras me hace escribir en el título que éstos no son accidentes, sino crímenes. ¿Por qué hablo de «crimen organizado”? Porque estas muertes en las carreteras suceden de manera sistemática, y porque no se toman las medidas necesarias para impedir que sucedan. Es como si existiera una oscura forma de organización que garantiza que los crímenes sucedan.En países donde se aplican las leyes, esta cantidad de accidentes bastaría para que las víctimas inicien una multimillonaria demanda colectiva contra el Estado, pero en este país indolente, deshumanizado y autocrático, tendrá que pasar mucho tiempo para que ello sea posible.Página Siete – La Paz