Álvaro Vargas LlosaAunque estaban en juego la Cámara de Representantes en pleno, más de la mitad de las gobernaciones y toda clase de asuntos valóricos en diversos estados, lo que importaba en Estados Unidos era si el Senado pasaría a manos de los republicanos por primera vez en ocho años. Es decir, si la oposición controlará todo el Congreso en lo que resta de la administración Obama, dando un vuelco a la composición del poder político en el país.Esa decisión dependía de unos diez estados donde había competencia cerrada, algunos de los cuales no habían arrojado todavía un resultado al cerrarse esta edición. Pero las primeras indicaciones apuntaban a la probabilidad de que los republicanos se apoderen del Senado al finalizar el escrutinio.La lectura general es que estos comicios fueron un referéndum sobre Barack Obama aun cuando un alto porcentaje de votantes dijeron a los encuestadores que el mandatario no fue un elemento decisivo y que lo que los motivó fue castigar a quienes estaban en el poder por su frustración con el statu quo en Washington.Lo cierto es que fueron los demócratas y no los republicanos los que resultaron sistemáticamente castigados, como simboliza de contundente manera lo ocurrido en Virginia Occidental, Arkansas y Dakota del Sur, los tres primeros asientos senatoriales que la oposición arrebató al oficialismo, de los seis que necesitaba sumar a su cuenta actual para forzar el cambio de mando en esa cámara. En todos los casos el hecho de que parte de la base demócrata no saliera a votar explica la derrota oficialista.Sorprendentemente, en Virginia, donde no se había pronosticado un cambio de mando, había anoche indicios de que el demócrata Mark Warner peligraba frente al republicano Ed Gillespie. El efecto sería cataclísmico porque Virginia es un estado donde los demócratas se han hecho fuertes en años recientes.Además de representar una protesta contra el gobierno de un mandatario impopular por la intermitente recuperación económica, la atribulada política exterior y la polémica agenda reformista doméstica, estas elecciones prefiguran la lucha por la Casa Blanca que tendrá lugar en 2016. A diferencia de Obama, cuya impopularidad hizo que los demócratas lo mantuvieran a distancia, los Clinton recorrieron varios estados tratando de reforzar las candidaturas de su partido. El efecto fue menor y en Kentucky, donde Hillary puso mucho empeño, el resultado fue francamente adverso, lo que no facilita el posicionamiento de la ex secretaria de Estado como candidata presidencial. En la orilla de enfrente, en el lado republicano, sin embargo, tampoco hay razones para hacer fiesta, pues ningún candidato presidencial en ciernes tuvo un rol descollante. El abanico sigue muy abierto y ninguno de los aspirantes conservadores o libertarios mal disimulados -el senador Ted Cruz, el senador Rand Paul, el gobernador Chris Christie, el ex gobernador Jeb Bush y el ex candidato Mitt Romney- puede jactarse de haber marcado la diferencia.El contraste con las elecciones de medio período de 1994, cuando los republicanos tomaron el control del Congreso bajo un liderazgo y un programa nítidos, es evidente: ahora es probable que la oposición se haga con el poder en el Senado pero no responde a un liderazgo definido ni una agenda de cambio, salvo tratar de revertir parte de lo hecho por Obama, empezando por la reforma sanitaria (lo que es casi imposible dado que la Casa Blanca mantiene un poder de veto sobre cualquier decisión legislativa).¿Qué se puede esperar de los próximos dos años? Sólo hay dos opciones: una confrontación tempestuosa entre los republicanos fortalecidos en el Congreso y el Presidente -por ejemplo si la Casa Blanca decide legalizar a millones de indocumentados sin pasar por el poder legislativo o si los republicanos pretenden revertir la reforma sanitaria- o alguna forma de convivencia serena. Esto último es improbable tanto por el temperamento de la oposición como por la necesidad de Obama de recuperar terreno para dar a su partido opciones de cara a 2016.El riesgo de atrincherarse en posiciones confrontacionales no es pequeño: fue la ausencia de un espíritu de cooperación entre ambos partidos lo que llevó a muchos votantes a protestar arrojando del Congreso a buen número políticos que ocupaban escaños.El Diario Exterior – Madrid