Javier Paz GarcíaConsidero un exceso la atención que la prensa y los propios economistas otorgan a la desigualdad. Dicha atención es tal vez una herencia del marxismo, pero evidencia una falta de conocimiento sobre el desarrollo económico. Que un periodista, un cura o un ingeniero no sepan de economía, no tiene nada de anormal, pero que tantos economistas, que además dicen procurar el desarrollo económico, no sepan de economía, sí que es sorprendente y preocupante. Y es que tal vez la desigualdad debe ser un motivo de estudio para politólogos, políticos y sociólogos, pero muchísimo menos para economistas.Para ver por qué, imaginemos dos agricultores independientes que en el año 1 comienzan con un capital de un dólar cada uno y en el año 2 tienen un capital de dos y tres dólares, respectivamente. De haber total igualdad pasamos a un estado de desigualdad. ¿Alguien puede decir que es mejor la situación de los agricultores en el año 1?Ahora supongamos que hasta el décimo año han acumulado capitales de 50 dólares y cuatro dólares, respectivamente. La desigualdad es aún mayor, pero la situación de ambos sigue siendo mejor que en los años 1 y 2. Puede que un agricultor sea más trabajador que otro, o que uno haya ahorrado más que otro, o que el clima y el terreno de uno de ellos sea más propicio. En todas estas situaciones, la desigualdad no es una causa, sino una consecuencia y en ningún caso debe ser considerado un problema.La historia de la humanidad es similar al ejemplo de los agricultores. Durante casi toda nuestra existencia como especie hemos vivido en la pobreza y en la igualdad. El capitalismo y la innovación tecnológica han permitido una mejora de las condiciones de vida de casi todos los seres humanos, y también el enriquecimiento extraordinario de muchos de ellos, lo cual ha aumentado la desigualdad. Dejando la envidia a un lado, ¿por qué es esto un problema? El estribillo de que los pobres son cada vez más pobres y los ricos más ricos es fácticamente falso. Un obrero canadiense tiene acceso a servicios de agua, salubridad, alimentos, electricidad y entretenimientos que un príncipe del medioevo envidiaría.De hecho, si analizamos las sociedades actuales, podemos ver que las peores condiciones de vida se encuentran entre los países que rechazan el capitalismo y persiguen políticas igualitarias. En vista de la evidencia, deberíamos considerar como una calamidad que un político o un país busquen mayor igualdad.El Deber – Santa Cruz