Sobre los libros del Bicentenario


Walter I. Vargasint-46586De ser serio, el que se dice es el sector indigenista del MAS debió, por lo menos, haberse molestado o dicho lo suyo respecto de la historia esa de los 200 libros con los cuales se quiere celebrar el Bicentenario.No está bien que, después de derramar ríos de tinta, urgiendo a descolonizar la mente de los bolivianos, de poner los relojes al revés y despertar el erotismo de las piedras, la Vicepresidencia salga reafirmando la preponderancia de la república letrada por sobre milenios de oralidad, tal como los arrogantes vindicadores de lo prehispánico señalan sin rubor: 5.000 y monedas de años de «alta” civilización. Sólo que esa alta civilización fue ágrafa, así que ni modo.Y para colmo, por los adelantos de la lista de los 200 que han circulado en la prensa, se está optando nomás, como era de esperarse, por la inevitable rutina bibliográfica a la que estamos ya acostumbrados. En el caso de la literatura (que conozco mejor), ¿alguien espera encontrar algo diferente a Juan  de la Rosa, Raza de bronce, Los deshabitados, La Chaskañawi o Sangre de Mestizos”?Y en cuanto a los libros sociales o históricos, ¿se puede imaginar una biblioteca nacional sin las obras «fundacionales” de siempre? ¿Se puede pensar la sociedad boliviana sin Nacionalismo y coloniaje o Lo nacional popular en Bolivia?Visto desde ese ángulo, uno diría que para hacer tal selección no era necesario conformar equipos de especialistas, pero visto desde otro, más amable, uno imagina que además de los habitúes citados de estas selecciones, debe haber más de un motivo de discusión en muchas otras obras y autores.En tal caso, quizá la metodología debió haber respondido a una pregunta formulada más o menos así: ¿aparte de los consabidos y previsibles clásicos, qué otros libros deberían estar en la lista? Me ha alegrado, por ejemplo, saber que quizá esté en la lista la novela futurista de la gringa Spedding, aunque su fondo ideológico me resulte cada vez más detestable.Y claro, como todo entuerto nacional de este género, en el tema no podía faltar el ingrediente provinciano. Un conocido y cada vez más patético novelista valluno se quejó, para variar, de que detrás de la lista se estaba moviendo la siniestra y ubicua mano negra de los paceños, acostumbrados a conspirar para llevar el agua a su molino.Dos condiciones, le habría dicho alguien a Ramón Rocha (La Prensa, 3 de diciembre), han puesto los paceños para hacer la biblioteca pergeñada por el vicepresidente: que el autor haya muerto hace 100 años y que sea paceño.Qué casualidad: seis autores de los siete libros canónicos que he citado arriba son «no paceños”: un orureño, un potosino-chuquisaqueño (si es que existe tal cosa) y cuatro cochabambinos. Y aunque es cierto que han cometido el error de morirse hace rato, algunos no lo han hecho hace tanto como un siglo.Poniendo del derecho el calcetín argumental de Rocha, digamos que lo que él quisiera es que el requisito sea más rotundo: que el autor esté vivo y sea del interior, más concretamente, que sea cochabambino, y más concretamente aún, que sea Rocha Monroy, porque, para rematar, su poco afortunada intervención en el tema, termina su alegato elogiando sin rubor sus propias novelas, y en caso de que éstas no resultaran muy convincentes, ruega que en cualquier caso se lo incluya en tanto mayor cronista de la elaboración de platillos nacionales («yo soy, con seguridad, el único cronista gastronómico que hay en el país”).»No voy a decir nada sobre los libros que escogieron, sino sobre los que ignoraron, que son muchos y vigentes”, dice Rocha. Pero es que entretanto ya ha dicho, y mucho. De manera que, para calmar sus ansiedades, y amparado en que estamos transitando aún la década dorada y rebosamos de recursos, sugiero al vicepresidente (cochabambino) dos opciones: a) que se haga una biblioteca del bicentenario paralela de autores vivos; o b) que los libros no sean 200, sino 2.000. Así nos acercamos a los ceros delirantes de los descolonizadores, le damos un sopapo a la república colonial e incluimos a todos los escritores que quieren estar, sean buenos, mediocres o rematadamente malos. Y todos finalmente contentos.Página Siete – La Paz