¿Recuerda cuando murió Michael Jackson? No, ni siquiera hay que ir hasta su muerte. ¿Recuerda cuando Michael Jackson ya no hacía canciones radiables, no salía de gira y pertenecía ya a las filas de artistas que habían sido relevantes en el pasado? Seguramente usted se sentía mayor presenciando eso, porque Michael Jackson era usted, era su infancia y eran sus bailes a solas en el dormitorio. Y si él se marchitaba, se marchitaba usted, porque era la señal inequívoca de que aquellos tiempos ya habían pasado. En realidad, cuando se murió, ya llevaba unos cuantos años muerto.
La segunda de a bordo en la avanzadilla del pop tras Michael, y más o menos contemporánea en sus años de esplendor, es Madonna. Usted, de joven, ha cantado Like a virgen, Open your heart, Like a prayer o Vogue. La diferencia es que mientras Michael, su otro faro de guía, se iba metiendo en unos líos tremendos y dejaba de hacer lo que tenia que hacer, Madonna seguía ahí. En el mundo del pop, llamado a ser de consumo y desecho inmediato, el terreno de la no perdurabilidad, Madonna se mantenía eterna e iba viendo como todas las demás llegaban, saludaban y se iban.
Madonna, al seguir ahí con la misma energía y la misma cara (líneas de expresión arriba, líneas de expresión abajo), le estaba recordando a usted que sigue siendo joven. Sigue haciendo temas pop de mensaje positivo y letra a menudo intrascendente, sigue ejecutando coreografías más o menos elaboradas y sigue buscando un punto de polémica para vender todo ello. En resumen, Madonna sigue siendo joven, ¡usted también! Cuando hace dos semanas apareció en los Grammy apareció cantando Living for love con la misma figura y los mismos movimientos gráciles de siempre, lo constatamos: seguíamos en 1992. En el buen sentido, ojo.
La masa de Internet (ese ente informe y cobarde, esos analistas sociológicos en pijama, esa basura blanca) lleva años metiéndose con Madonna por hacer cosas que, dicen, no son propias de su edad, como bailar, enseñar las tetas, hablar de sexo o cantar canciones sobre ginebra y fiestón. Pero este año ha alcanzado tales cuotas que ha puesto de moda el término «ageism», que no se sorprendan ustedes si el día de mañana este está equiparado al racismo o la homofobia.
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‘Ageism’ es la discriminación por edad de toda la vida. Está tan aceptada que es un hecho común y en absoluto noticiable que, en EEUU o Reino Unido, artistas como Madonna o Bruce Springsteen no suenan por la radio porque son viejos. Son viejos y la gente joven, los compradores, no quieren oír a viejos.
Claro que la gente mayor vive una nueva juventud en muchas otras áreas. Desde hace años las casas de lujo y campañas de moda llaman a gente que ya no cumple los sesenta, como David Bowie o Jessica Lange, o incluso los ochenta, como Joan Didion. Apreciamos su trayectoria de vida, sus arruguitas, su elegancia. Pero ay de vosotros, viejos, si se os ocurre hablar de sexo o iros de fiesta, cosas que aparentemente solo puede hacer Miley Cyrus.
Madonna simboliza (entre todo lo demás, bueno y malo, que simboliza) la lucha contra el tiempo. El paso del tiempo es, de hecho, un tema recurrente en sus canciones. Al igual que las artistas actuales que perrean, dicen tacos y hablan de sexo sin tapujos le deben algo porque ella lo hizo hace veinticinco años, puede que en el futuro, cuando Taylor Swift cante al amor adolescente con sesenta años también digamos es posible que alguien se acuerde de aquella cincuentona que lo hacía en 2015.
Pues bien, ayer ocurrió algo que ha dado gasolina a todos los que dicen que Madonna es una vieja: se cayó. Se cayó y ,durante unos segundos, se cayó con ella nuestra juventud, nuestros recuerdos viendo el Blonde Ambition por primera vez en la televisión y nuestro convencimiento de que seremos eternamente adolescentes porque Madonna también lo era. Se cayó la única que no podía caerse, porque sobre ella se sustentaba un engaño colectivo que mantenía viva e ilusionada a la población de más de treinta años de todo occidente: que el tiempo no había pasado.
Pero luego ocurrió algo aún mejor. Tras esos segundos tensos, en los que ella gime de dolor y deja de cantar y el público se pregunta si se ha roto la espalda y la hemos perdido para siempre, ella se levanta, se sube al escenario y sigue cantando en directo y elaborando la compleja coreografía. Discriminadores por edad: Madonna les escupe a ustedes en toda la cara.
El hecho de que esta mujer está tocada por la mano de Dios (o por la del demonio con el que pactó la eterna juventud, si usted lo prefiere) se hace más evidente por el hecho de que la caída y su posterior levantamiento encaja a la perfección con la letra de la canción. Tanto que da miedo, que lleva a pensar que todo podría haberlo preparado. Y Madonna todo lo prepara, sí, pero una caída jamás.
Al final, la caída ayuda a convertir esta actuación en directo (que no era más que un calco de la que ofreció en los Grammy) en un mensaje poderoso. Que puedes romperte la crisma, literalmente, y seguir bailando. Los contratiempos han vuelto a jugar a su favor y han colocado los términos en su sitio. Caerse es cosa de viejos, pero levantarse es cosa de adultos.
Fuente: www.revistavanityfair.es