Norah Soruco de SalvatierraEn feriados como el de la reciente Semana Santa, los loables fundamentos y las intenciones del Gobierno de “fomentar el turismo interno” para beneficiar a nuestras provincias se ven de inmediato desvirtuados por el lamentable estado de nuestras carreteras, llenas de baches y trechos donde el pavimento ha desaparecido, lo que convierte el paseo en un verdadero calvario para las familias, además de poner en riesgo su integridad física.Esto se pone peor si pensamos que por esas mismas vías deben transitar nuestros productos exportables, como sucede donde de forma rimbombante llamamos un corredor bioceánico, totalmente abandonado por las entidades responsables. Son responsables, primero, de una construcción duradera con el grosor de capa asfáltica adecuado a la carga que soportará y con los drenajes suficientes para el tipo de topografía. Son responsables, en segundo lugar, del mantenimiento permanente que preserve la gran inversión realizada. Los reclamos de las poblaciones y de los productores han sido vencidos por cansancio, ya que sus reiterados pedidos solo tienen como respuesta el silencio de las autoridades pertinentes.Si sumamos los reclamos de todo el país, estamos ante una triste pero inexcusable conclusión, el método con el que se está encarando esta importante tarea es muy malo, por lo que demanda imperativamente un cambio rotundo, tanto en su concepción institucional como en la organización y funcionamiento. La competitividad de nuestros tiempos no admite la pesadez burocrática y el negligente letargo funcionario que tenemos desde siempre, pero que hoy ya resulta calamitoso. Hace 11 años que nos tocó desde el Parlamento resellar esta carretera y, obviamente, el deterioro está igual o peor que entonces. Salvo que nuestra máxima aspiración sea la de ser ‘simples maleteros del continente’, debemos pensar y actuar en serio, con ciencia y tecnología, para superar esta situación, desterrando las instituciones caducas y con ello, también, la pretensión de tener todo en un puño cerrado y centralizado, totalmente ajeno a las necesidades urgentes de los tiempos en que vivimos.El Deber – Santa Cruz