Franz Xavier Barrios SuvelzaLa leyenda dice que, con luna llena, el ser afectado por la licantropía se vuelve lobo. Se supone que es una situación pasajera y que dura menos que la fase durante la cual, el afectado, es normal. Si aplicamos esta figura al Estado boliviano, surgido del proceso de cambio, resulta que la cosa es al revés. La situación normal es el Estado en versión «peluda”, si por tal entendemos un Estado que desprecia lo formal-procedimental por considerarlo un disparate occidental y neoliberal.Sin embargo, con lo que pasó en La Haya resulta que este Estado, normalmente «peludo”, había tenido una versión opuesta pues puede metamorfosearse en un Estado serio, al que no se lo puede tomar para el «chuleteo”, como dicen los chilenos.La notable gestión del Presidente Morales en relación a La Haya corresponde así a la reversión del licántropo, pues el Estado pasó de ser desaforado a ser serio. Como uno se podrá imaginar esta transformación es siempre traumática. Lo sucedido en La Haya humilló, por ejemplo, a los áulicos del proceso de cambio que pretendían prescindir de las telarañas del derecho occidental.En La Haya ellos tuvieron que beberse fluidos de tradición jurídica romana, canónica, británica y napoleónica en cantidades navegables y sin atragantarse ni un poquito. Ironías de la vida. Hace años, en la euforia de la Constituyente, el patético pouvoir constituant se habría visto posiblemente tentado de meter un artículo denostando las pelucas grisáceas de los «doctorcitos” de La Haya, si se hubiera enterado de que a ese extremo estético había caído la «mala vida” occidental.Pero mientras en los días recientes uno se solazaba contemplando el Estado boliviano mostrando, en La Haya, su versión seria, no tardó en caer la penumbra y, zas, nos vimos de nuevo frente al conocido Estado licántropo. Para ello sólo faltó una nueva ocurrencia de la élite gobernante para sacudirnos del enternecimiento en el que la admirable gestión de Bolivia en La Haya nos había transportado.Resulta que algún visionario en el Palacio ha sugerido actualizar una ley para que los gobernadores electos juren ante el Presidente. Este asesor ha debido ver mucho esos reportajes de National Geographic en los que el felino alfa, incluso ya tuerto por tanta refriega vivida, marca aún afanoso su territorio para mostrar «quién manda”.Lo de la ley de gobernadores jurando al Presidente no es más que eso: dejar una estela de centralismo testoterónico muy acorde al Estado licántropo. Este asesor comedido, con un pulso cardiaco de 100, de la sola emoción de imaginarse la travesura, habrá vociferado: «¡Que sepan quién manda, mi presidente!”Esta ley será de antología pues servirá para explicar en los años venideros a los estudiantes de ciencia política el papel que los «instintos básicos” pueden asumir al hacer Estado. Pero un Estado así, a diferencia del Estado cosmopolita que hemos visto en La Haya, es un Estado secretando adrenalina.Qué contrastes: allá un Estado capaz de moverse con delicadeza exquisita, en aquel atrio de arquitectura neorenacentista, en los Países Bajos; y ese mismo Estado, horas más tarde, gruñendo, encogido en su caverna, preso de pasiones menudas.La peregrina idea de la ley de juramento de los gobernadores actualiza una típica frase escrita por Tristan Marof en su Radiografía de Bolivia, que decía que la historia de nuestro país no sólo es interesante para el novelista o el observador social, sino para el psiquiatra.Página Siete – La Paz