Walter I. Vargas*Me parece que la autoinclusión de Homero Carvalho en la antología poética de Visor levantó más polvo del que debía. Como él dice, es algo común, lo cual no significa que sea algo encomiable ni que contribuya a que el libro sea algo realmente representativo de lo mejor que se ha hecho en poesía en el país (en este caso, es lo contrario, me parece).Para comenzar, es comprensible («vanidad de vanidades…”) que uno considere que lo que ha escrito está bueno e incluso es digno de figurar en una antología (de hecho, yo me he sorprendido más de una vez admirándome por algo escrito hace tiempo). Claro que Homero se pasó de revoluciones, apurado por la necesidad de explicar, ya no su propia inclusión, sino la de un tío que yo jamás he leído, y además haciéndonos comprender que más bien debemos agradecerle no haber procedido de la misma manera con su papá, su hermano y su prima, igualmente grandes poetas. Se pasó de revoluciones señalando que lo que no está prohibido, está permitido, y nadie lo podrá llevar a la cárcel por haberlo hecho.Porque, en este caso, se trata simplemente de una actitud ética. Por ejemplo, el malogrado amigo Rubén Vargas, en una de las últimas cosas que hizo, la antología de poesía paceña Tal vez enigma de fulgor, tiene el suficiente tino de no hacerse parte de los elegidos, consciente, como creo que estaba, de que sus dos libros de poemas debían esperar el juicio del tiempo. Es otro más de los lugares comunes borgianos (pero no por eso menos cierto) que suele citarse: que el tiempo es el mejor antologador.Esto de las antologías y florilegios es algo que a veces, en medios pequeños como el nuestro, adquiere ribetes cómicos. Sé de más de un caso en el que el editor de una determinada selección de textos llamaba a los escritores para pedirles que escriban un cuento o poema acerca de tal o cual tema, para incorporarlos a la «antología” que se estaba preparando.Pero, para retomar lo que decía del tiempo, y a título un tanto informativo, quiero hablar más bien de un otro recuento lírico de ese tipo, sólo que más antiguo. Se llama Poetas nuevos de Bolivia, y se editó en 1941, por obra del escritor Guillermo Viscarra Fabre, una especie de Homero Carvalho de esa época. En efecto, no sólo que Viscarra se incluye en la selección, sino que es el que más poemas tiene de todos los antologados.Pero curiosear en ese libro deja la lección más importante al respecto: como ocurre siempre con este tipo de publicaciones, muchos de los escritores que aparecen han pasado nomás a ser anécdota, cuando no a ser meramente olvidados. Algunos de esos nombres suenan conocidos por algún u otro motivo a los que nos interesamos por estas cosas, como Jael Oropeza o Julio Ameller Ramallo o Paz Nery Nava, pero, en cualquier caso, no remiten a nada muy memorable en términos de poesía. Claro, también están, un novel, Cerruto y Antonio Ávila Jiménez. A propósito, este año se cumplen 50 años de la muerte de este buen poeta paceño.Dije paceño no sin cierto sentido de culpa, porque alrededor del «affaire Homero Carvalho” hay ese otro tema: el provincianismo que suelen mostrar muchos escritores del interior respecto de la mayor presencia de La Paz en la cultura nacional. Si hay a veces bastante distancia entre la producción paceña y la de los otros departamentos, con la excepción quizá de Cochabamba, es por la sencilla razón de que aquí ha habido un desarrollo cultural más denso, lo que no necesariamente significa cualitativamente superior. Pero esto provoca que muchas veces, como acaba de hacer Carvalho, se adopte una forzada actitud igualitaria que resulta un poco cómica. Si por ejemplo un escritor chaqueño se encargara de una futura nueva antología de poesía nacional, quizá agregara al título homérico: «Donde la nieve, los ríos y las carahuatas son míticos”.He escrito esto, como siempre que hago estos mis «textículos”, un poco pensando en hacer sonreír a los amigos que sé que los leen de vez en cuando, pero esta vez caí en cuenta de que uno de ellos ya no lo iba a hacer. Es verdaderamente una pena.*Ensayista y crítico literarioPágina Siete – La Paz