Ilya FortúnLa Sole debutó en El Alto con una tremenda pulseta frente a la otrora poderosa Federación de Juntas Vecinales. Hizo uso de su flamante capital electoral y, apoyándose en la ley, respondió al mandato de sus electores, que en marzo le dijeron que estaban hasta la coronilla de las mafias corporativas que habían loteado institucionalmente la Alcaldía de El Alto, a costa del bienestar de la ciudadanía.Está claro que la Sole les va a ganar la pulseta, infringiéndoles una derrota indirecta también al MAS y al Gobierno, y que saldrá de este primer round fortalecida, pues está en lo correcto y tiene el apoyo de la gente, que sabe que esa figura de los usos y costumbres, en este caso, es una patraña que, además, ha dado pésimos resultados.Lo que no está muy claro es cuál será la estrategia de fondo en un tema que no es menor. No está claro si la táctica elegida por sus asesores se traducirá en una solución de largo plazo o dará como resultado un relevo de actores en el mismo juego.Si los que hoy exigen la renuncia de los actuales dirigentes de la Fejuve y apoyan a la alcaldesa se convierten en los nuevos acreedores de prebendas y favores, entonces estamos listos: las nuevas autoridades habrán salido del brete brevemente, pero se estarán condenando a ser víctimas de los mismos males que aniquilaron a sus antecesores.Si la nueva administración evita caer en la misma lógica, pero elige aprovechar el descontento popular para ejercer una gestión vertical, desechando los conceptos de participación social, pues entonces se habrá resuelto un problema para caer en otro, cometiendo, además, un gravísimo pecado en estos tiempos: el retroceso político.No podemos ignorar en el análisis de esta horrorosa coyuntura, que nos lleva a despotricar contra la podredumbre extrema y comprobada de las organizaciones sociales, que éstas tuvieron un rol importantísimo en la vida política y en el desarrollo de El Alto y de todo el país.En el caso de El Alto, la sociedad organizada en sindicatos, juntas y entidades gremiales hizo posible que una bomba de tiempo se convirtiera en una ciudad pujante y emprendedora.En efecto, el masivo fenómeno de migración campo-ciudad de los ochentas y la desatención del Estado a las necesidades de una población, que se multiplicaba rápidamente, hacían que los sociólogos y politólogos pronosticasen que El Alto era un polvorín y un caldo de cultivo ideal para el acogimiento y desarrollo del terrorismo y la guerrilla al más puro estilo peruano.Ninguna de esas predicciones apocalípticas ocurrió. Al contrario, y pese a un Estado que le daba la espalda, los alteños pudieron consolidar una ciudad que paulatinamente reafirma su condición, en el complicado contexto de hallarse en el medio, entre La Paz y las comunidades de origen de muchos de sus habitantes.Frente a un Estado débil, una sociedad fuerte, en virtud a su capacidad organizativa, pudo construir una ciudad en las condiciones más adversas; y no sólo eso: esa sociedad organizada también supo convertirse en un referente político nacional, y eso no es poca cosa.Viendo las cosas en perspectiva, el desafío real de esa joven y atrevida ciudad es construir un modelo institucional estable y sostenible, que equilibre una gestión técnica eficiente y autónoma con una participación y control social sano y descontaminado de la prebenda; un modelo en el que los ciudadanos y sus organizaciones contrapesen los intereses económicos de los factores de poder privados, ayudándole al municipio a velar por los intereses comunes.Ese podría ser un paso hacia el concepto de Ciudad Inteligente, que no requiere de tecnología ni de grandes inversiones, sino de ingenio, claridad de ideas y voluntad política.Página Siete – La Paz