Norah Soruco de SalvatierraSe ha atenuado la estéril polémica sobre el porcentaje que el Estado asigna a la salud en el presupuesto nacional, pero no así la calamitosa situación de hospitales y centros de salud que deben atender tarde, mal y nunca a los ciudadanos enfermos. Inútil porque no se puede tapar el sol con un dedo y porque si bien el presupuesto es punto de partida fundamental, aunque se duplicaran o triplicaran los montos, de nada serviría si los recursos siguen mal utilizados por ineptos o corruptos. Seguirán haciéndose parches si nadie se empeña en enfrentar la corrupción para asegurar atención médica bajo las pregonadas condiciones de calidad y calidez en la cobertura suficiente y oportuna.Las soluciones no llegarán jamás si los tres niveles de gobierno no se toman en serio el valor de la vida de los bolivianos, parapetados en una maraña de división de competencias, donde todos son responsables, pero ninguno lo es a la hora de medir consecuencias. El erario es uno solo y ninguno de los gobernantes es su dueño, por lo que este artificio es absurdo. Tomarse en serio la salud significa que los gobernantes asuman la decisión de buscar soluciones de verdad; contratar técnicos especializados, externos si es preciso, que desde una visión integral sepan interpretar la complejidad demo-geográfica para el diseño científico de su financiamiento y administración planificada y bien organizada.Significa también que renuncien al aberrante criterio de la salud como ‘botín político’, fuente de enriquecimiento ilícito o nepotismo, y se dé lugar a la capacidad, aptitud y solvencia del personal que deba ser empleado. Significa, en suma, el desafío de que los gobernantes demuestren al país que los bolivianos les importamos y que los índices de alta morbilidad y mortalidad o pésima calidad de los servicios se pueden superar con capacidad y trabajo responsable; que siendo pocos en población, podemos convertirnos en la excepción de los países pobres, porque abandonamos la resignación ante el desastre y asumimos el reto de convertirnos en un ejemploEl Deber – Santa Cruz