Juan Francisco Gonzales Urgel
El populismo cabalga un discurso que divide a las sociedades entre pueblo y oligarquías; izquierdas y derechas genéricas y homogéneas; una realidad independiente y opuesta a la pluralidad de nuestras sociedades. Por un lado transita la historia y por el otro la construcción colectiva de proyectos de país definidos por caudillos mesiánicos y sus séquitos de iluminados. Camino sembrado con mitos, visiones acomodaticias y lecturas distorsionadas que desechan los derechos ciudadanos, la pluralidad ideológica, el acceso a la justicia y el control de la cosa pública.
Un aparato estatal que no hace presencia donde le es obligatorio y necesario, pero sí donde le es útil para dejar sentada su capacidad de aplastar al adversario y cualquier intento de disidencia como el voto libre y secreto, la libertad de expresión, la libre actividad política, etc.
El populismo tiene miedo de la realidad porque busca ocultar su desnudez carente de visión de largo plazo. Sobrevive adaptándose a las circunstancias pues su única visión de largo plazo es preservar el poder. Hilvana sus discursos para probar con los hechos que está dispuesto a luchar por él, monopolizarlo y conservarlo a cualquier costo.
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Los gobiernos populistas de América Latina cabalgaron los beneficios del capitalismo al que critican, gastaron recursos del excepcional precio de las materias primas – incluso con los excesos y escándalos de cualquier “élite explotadora”- mientras hacían de sus economías más dependientes de los que denominan “sistemas imperialistas de explotación”.
Su éxito relativo parece sostenerse justamente en sus propias debilidades: el miedo de sus opositores a enfrentar la realidad de la cual son co-responsables, la aceptación de la mitología histórica que ayudaron a construir, y la dispersión de esfuerzos producto de la visión de corto plazo.
La oposición no cuenta con un sentido de oportunidad para innovar en vez de renovar el pasado. No tiene el valor de estructurar un proyecto de país desprovisto de mitología, y con la suficiente convicción democrática, que deje por sentado el compromiso común por el cual luchar con la misma fortaleza que lo hace el populismo por su proyecto de poder.
Si no enfrentamos nuestros miedos, pasaremos hasta el próximo siglo invirtiendo nuestro tiempo, creatividad y esfuerzos para recomponer los estragos del populismo y lograr que los principios de justicia, libertad, igualdad y dignidad sean patrimonio de todos y no “privilegios de las oligarquías”.
Ya avanzaron con la reelección indefinida, pero el miedo parece haber llegado para quedarse.