Luis Gómez
Fotografía de archivo del empresario José María Ruiz-Mateos. / Montserrat T. Díez (EFE)
Ningún empresario español ha sido más conocido que José María Ruiz-Mateos. Su notoriedad es el resultado de una trayectoria dilatada (unos 60 años) y no precisamente muy discreta. Ha sido protagonista del mayor culebrón empresarial de la moderna historia económica española porque así deben interpretarse los casos Rumasa y Nueva Rumasa.
¿Cuál es el legado que dejan dos marcas comerciales tan reconocidas? No traen el recuerdo de un producto innovador, de un bien de consumo exitoso o de una idea que impactara en el mercado. De Rumasa y Nueva Rumasa permanece el recuerdo de un logotipo, una abeja dentro de una celda hexagonal, y un hombre convertido en personaje rodeado de mucho ruido y alboroto. Un hombre que es una marca en sí mismo, un hombre obsesionado por una idea: ser el patrón de un imperio formado por cientos de empresas y miles de trabajadores.
«Cuando ponga en pie 100.000 puestos de trabajo, estaré listo para morir», declaró en su día, hace más de 30 años. No lo habrá conseguido, pero la herencia que dejan sus empresas constituyen el mayor y más accidentado historial de procesos judiciales que haya provocado nunca en España (y probablemente fuera de España) un ciudadano. El apellido Ruiz-Mateos está vinculado a cientos de demandas: no hay un ciudadano español que haya pisado tantas veces los tribunales de Justicia como demandado o los haya utilizado para la defensa de sus intereses como demandante.
Ese ha sido su mensaje durante casi 60 años. Muy efectista: crea riqueza y puestos de trabajo. Y así lo muestra cualquier análisis superficial de sus dos imperios: Más de 800 sociedades y 45.100 trabajadores llegó a sumar en Rumasa y 100 empresas y 10.000 trabajadores en Nueva Rumasa. El resto es un estilo de hacer marketing y un inimitable modelo de gestión, donde está la clave de lo que ha sucedido, el auténtico secreto. Ruiz-Mateos y ahora sus hijos sostienen que nunca han despedido a trabajadores de sus empresas. A la luz de los datos, esa afirmación es discutible. Otra cosa es qué tipo de riqueza ha creado y qué se oculta detrás de la contabilidad de sus empresas.
Ruiz-Mateos es el único superviviente, o al menos el principal entre los de cierto rango, del empresariado que se fraguó durante el franquismo cuando la dictadura abandonó la autarquía y se abrió a algo parecido a la economía de mercado. Durante años llegó a ser un modelo, un emprendedor sin apellidos ilustres que a partir de unas bodegas de vino creó una red de empresas hasta convertirlas en el primer holding español a la muerte de Franco. Siempre quedó en un segundo plano que su pertenencia al Opus Dei le permitió un trato de favor entre determinados altos cargos del Régimen vinculados a la Obra y que llegaron a ocupar los principales puestos en las áreas económicas del Gobierno y del Banco de España.
Y, sin embargo, ya en los albores del franquismo comenzó a ser un hombre problemático, un hombre insumiso e independiente que entendía los negocios a su manera y no aceptaba órdenes. Esa herencia la hubieron de gestionar el gobierno de la UCD y el primer gobierno socialista. Se había convertido en un personaje público, se había erigido en una suerte de líder empresarial con ademanes populistas: su destino en el mundo era crear un imperio con más de 100.000 trabajadores.
Su ideario está a mitad de camino entre el catecismo católico y el Fuero del Trabajo franquista: está en el mundo para servir a Dios y a los hombres creando riqueza, trabajo y bienestar. Ese mensaje ha permanecido inalterable hasta nuestros días y la prueba está en una carta dirigida el 16 de febrero de 2011 a la opinión pública tras anunciar que las empresas de Nueva Rumasa se acogían al concurso de acreedores. Ruiz-Mateos escribe: “Mi obsesión ha sido la de proporcionar trabajo al que no lo tiene (…) Hay una frase que embarga mi alma y por la que le doy gracias a Dios: “sepan los que no me quieren, que en el mundo del trabajo, daría mi vida a favor de los más necesitados.” (…) Termino diciendo que el resto que me quede de vida, continuaré con una obsesión: dar trabajo al que no lo tiene y ojalá fueran millones, todo ello sin rencor, sin resentimiento y venganza de ningún tipo”.
Esa mezcla de propaganda y opacidad es la que explica el éxito de Rumasa y el posterior de Nueva Rumasa durante los años de crecimiento. Aun cuando la contabilidad real de las empresas ofrecieran datos muy preocupantes, la imagen que se difundía al exterior era la opuesta. Sobre todo en tiempos de crisis acentuadas, cuando todo parecía ir mal en España salvo en las empresas de Ruiz-Mateos. De alguna forma, el éxito que vendieron Rumasa y Nueva Rumasa llegó a ser una ficción.
Así, ha quedado sin analizar el papel de Ruiz-Mateos como gestor, su verdadera dimensión como empresario. Ruiz Mateos no ha creado empresas, ha adquirido empresas. No ha creado puestos de trabajo, en todo caso los ha mantenido. Donde ha sido especialmente prolífico ha sido en la constitución de cientos de sociedades tanto antes como ahora, la mayoría de ellas instrumentales, vacías de contenido. Ex colaboradores suyos reconocieron que en Rumasa había un empleado específicamente dedicado a buscar nombres para la constitución de sociedades. Economistas y abogados que han podido analizar la contabilidad y las operaciones practicadas por sus empresas coinciden en calificar a Ruiz-Mateos más como un financiero (o especulador) que como un empresario.
De los análisis técnicos se concluye que tampoco levantó a cuantas empresas en crisis adquirió. Ese es otro éxito de su propaganda. La mayoría de ellas no mejoró sus balances durante su gestión porque carecieron, según analizaron los expertos, de un plan de negocio. Otra cosa es considerar para qué fueron compradas y cómo subsistieron durante años en medio de unas pérdidas crecientes. En ese aspecto, es donde la imaginación de Ruiz-Mateos ha sido especialmente brillante.
Todos sus holdings (Nueva Rumasa de alguna forma lo ha sido) se gestionaron bajo el principio de la “caja única”. Es decir, todos sus activos, todo su pasivo, todo el dinero circulante se dirigió desde un único centro de decisión: el dinero circuló de una empresa a otra, se concedieron prestamos entre sí, autofinanciaron las nuevas adquisiciones: cada compra fue una oportunidad para hacer crecer la masa monetaria, mantener el grupo e ir abonando los plazos de anteriores compras. Era un típico esquema piramidal. Se compraba barato y a plazos, se pagaba de vez en cuando, se dilataban las denuncias en los juzgados. El abanico de actuaciones ha sido tan rico y descarado que no hay un caso parecido en España. El resto lo hacía su prestigio inmaculado como empresario de éxito.
Pasados los 80 años de edad, su voz se fue agotando, su rostro se volvió hierático, su personal de confianza quedó monopolizado por sus hijos varones, dedicados por entero a la empresa. Las mujeres en su vida ocupan otro lugar, trabajaban en sus empresas en puestos secundarios porque, como él mismo manifestó en una entrevista, “fueron educadas para ser madres de familia”. La estirpe de Ruiz-Mateos tiene la dimensión de sus imperios mercantiles: 13 hijos y 52 nietos.
Fuente: elpais.com