Otra vez los talibanes

alvaro_vargas_llosaÁlvaro Vargas LlosaLos talibanes han demostrado una capacidad de supervivencia espeluznante                  La toma, quizá temporal, de Kunduz, quinta ciudad de Afganistán, por parte de los talibanes ha puesto de cabeza todos los planes de Estados Unidos y la OTAN, que habían cedido el protagonismo de la seguridad al Ejército y la policía afganas, y anunciado un calendario para la retirada de las tropas extranjeras. Catorce años después de la invasión en represalia por los atentados contra las Torres Gemelas organizado por Osama Bin Laden, a quien el régimen talibán protegía, las huestes fundamentalistas siguen siendo una potente amenaza.Hay aún unas 4 mil tropas de la OTAN más unas 10 mil estadounidenses, pero la misión de la organización atlántica ya ha finalizado y los norteamericanos deben, en principio, quedar reducidos a una embajada hacia finales de 2016. Esto, claro, mientras el gobierno afgano, presidido por Ashraf Ghani, se pueda sostener, algo que la presencia del talibán en muchas provincias y la captura de Kunduz prueban que es de incierto pronóstico. A lo cual se suma el hecho de que el Estado Islámico ha logrado establecer ya una presencia en Afganistán, donde está en frontal competencia con los talibanes para reclutar milicianos.Hasta hace pocos días, los funcionarios del Pentágono que examinaban los documentos enviados por el jefe de las tropas estadounidenses allí, John Campbell, se inclinaban por la más despreocupada de las cinco opciones que este general les presentaba y que van desde mantener los 10 mil hombres indefinidamente después de 2016 hasta quedar reducidos a una embajada, como se pretendía cuando se anunció la retirada de los soldados. Ahora, bajo la presión de los halcones republicanos, que exigen aumentar la presencia militar más allá de los 10 mil, Obama y el Pentágono se preguntan qué hacer.Los talibanes han demostrado una capacidad de supervivencia espeluznante. Cuando la coalición liderada por Estados Unidos acabó con el gobierno que presidía el mulá Mohammad Omar, el talibán se dispersó y su líder pasó a la clandestinidad. Nunca fue posible acabar con ellos ni atrapar a Omar, de cuya muerte por enfermedad hace dos años sólo tuvimos todos noticia a inicios de este 2015. Tan no fue posible acabar con ellos, que se volvió política oficial del Estado afgano y de las democracias occidentales promover una negociación con los talibanes, en vista de que una facción parecía interesada en un acuerdo político.Todo ello borra de un plumazo lo que se había avanzado, desde las negociaciones con el enemigo hasta los planes de Estados Unidos y la OTAN. Nadie sabe ahora qué hacer. Mantener el calendario puede implicar la caída de Ghani y un vacío que, como el que se produjo tras el fin del comunismo en 1992, aprovechen los fanáticos (el talibán ganó en 1996 la guerra civil después de cuatro años). Pero dar marcha atrás implicaría un costo que no está nada claro que la sociedad estadounidense, harta de enredos externos, esté dispuesta a pagar. Porque ya se sabe: estas cosas empiezan un día pero no acaban nunca.Por ahora, los estadounidenses tratarán de debilitar al talibán con bombardeos y obligarlo a volver a la mesa negociadora, a ver si es posible forzar un escenario que permita sostener lo anunciado. Todo indica que es una posibilidad remota.Esa vía quedó interrumpida al saberse la noticia de la muerte de Omar y desatarse una pugna sucesoria. La facción beligerante adquirió preeminencia y el talibán, ahora liderado por el mulá Akhtar Mansur, relanzó la ofensiva contra el gobierno. Probablemente el temor al crecimiento del Estado Islámico, su rival en el campo de los fanatismos religiosos y designios teocráticos, jugó un papel.La Tercera – Chile