Álvaro Vargas LlosaHa sido un error común, desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, creer que las guerras contra el terrorismo eran estadounidenses.Es cierto que fue Estados Unidos quien invadió Afganistán y que los europeos y algunos otros secundaron una operación que ni fue idea suya ni condujeron; también es cierto que algunos europeos se involucraron en la invasión y ocupación de Irak indirectamente y muy pocos de un modo más directo. Pero las guerras contra el terror han sido, desde el comienzo del siglo XXI, percibidas básicamente como una empresa de Washington.Sucede, sin embargo, que la terca realidad envía señales desde hace rato de que las guerras son europeas aun si Europa no acaba de asumirlas como tales. Me refiero a que Europa sufre atentados -en la etapa post 11 de septiembre empezaron con los ataques a los trenes de cercanías en España y han tenido su más reciente episodio en los que acaban de perpetrarse en el aeropuerto y una estación de metro de Bruselas-, pero no termina de asumir que es el principal foco de una guerra. Los europeos entienden ciertas formas de intervención militar suyas -por ejemplo la de Francia e Inglaterra contra Libia en 2011, o la de varios países en apoyo a Estados Unidos contra el Estado Islámico en Irak y Siria recientemente, o la de Francia en Mali en 2013- como ejercicios de rutina, casi entrenamientos de la OTAN, más que como parte de una estrategia general de lucha contra el terror.¿Cuál es el resultado? Esencialmente, la incoherencia total entre sus distintas políticas -por ejemplo, entre la migratoria y la del mantenimiento del orden público, o entre la interior y la exterior- y una actitud que es mucho más reactiva que preventiva. Una buena prueba de esto último ha sido, por ejemplo, el endurecimiento de las medidas de seguridad en las fronteras internas desde los atentados de París de noviembre de 2015, que no rozan siquiera el verdadero problema. ¿De qué forma pueden las barreras crecientes contra la circulación libre de personas entre países de la Unión Europea resolver el hecho de que zonas marginales de París (como St.-Denis) o Bruselas (como Molenbeeck o Schaerbeek) se han vuelto fábricas de jihadistas violentos? ¿O de qué forma puede una política migratoria de expulsiones en bloque de solicitantes de asilo como la acordada hace poco impedir que quienes fueron a entrenarse a Siria y volvieron camuflados como almas en busca de refugio entre cientos de miles de personas que huían del aquel conflicto sigan operando dentro de Europa?Está de moda hablar mal de los servicios de inteligencia y el Ministerio del Interior belgas. Y, en efecto, los atentados de Bruselas revelan grandes torpezas, empezando por el arresto, en Bélgica, hace pocos días, de Saleh Abdeslam, uno de los cerebros de los atentados de París. Todo indica que la policía no supo entender las dimensiones y capacidad reactiva de la célula de Molenbeek, por lo que en lugar de asegurarse de que el arresto se produjese cuando ya tenían controlado a todo el aparato, actuaron contra el sospechoso de forma aislada y prematura, gatillando la respuesta violenta de sus cómplices. Ellos, alertados por el hecho de que la propia policía había dado a entender que Abdeslam iba a colaborar con las autoridades, decidieron adelantar el calendario y atacar antes de lo que originalmente tenían previsto.Los atentados que dejaron sin vida a más de 30 personas y heridas a entre 200 y 300, hubieran podido dejar un saldo de víctimas mucho mayor si la tercera bomba que no llegó a explotar lo hubiera hecho. La cantidad de explosivos que había en ella es poco común en el tipo de atentados cometidos hasta ahora por los jihadistas en Europa y ha sorprendido a la policía belga, lo que pone al descubierto el nivel de desconocimiento que las autoridades europeas, no sólo las belgas, tienen respecto de la actuación del Estado Islámico o grupos inspirados en él dentro del territorio europeo.Pero el problema de fondo no es ese. Este desconocimiento es un síntoma, más bien, de la mentalidad con que Europa ha abordado el serio reto que tiene ante sí. Al no darse cuenta de que el Estado Islámico y las diversas manifestaciones del fundamentalismo islámico están ya en guerra contra ella dentro de su territorio, Europa ha sido incapaz de desarrollar una estrategia integral. La ausencia de esa estrategia es la que hace posible la incoherencia entre las distintas políticas de Estado que mencionaba al principio y la falta de capacidad para medir las consecuencias inmediatas de un acto como al arresto del sospechoso de París en Bruselas. Una estrategia integral hubiera venido acompañada de un nivel de inteligencia superior y un mayor rigor a la hora de actuar. Después de todo, lo urgente no era capturar a Abdeslam sino destruir la célula que le había permitido actuar y, sobre todo, que lo había protegido durante todos estos meses.El resultado de todo esto es que hay todavía libres muchos participantes directos e indirectos de los atentados de París, por ejemplo. La policía tiene más de una treintena de nombres, pero sólo veintitrés han sido capturados o están muertos, de manera que casi una decena andan libres. Ahora, tras los ataques de los hermanos Ibrahim y Khalid El Bakraoui y de Nahim Laachraoui en Bruselas, es evidente que lo que queda de la célula se dispersará para reagruparse en el lugar y momento adecuados.Un error importante cometido por Europa, y que guarda mucha relación con la ceguera frente al hecho de que existe una guerra librándose en su propio territorio, es haber confundido los reveses sufridos por el Estado Islámico en Irak y Siria con un debilitamiento de sus operadores en el Viejo Continente. Es cierto que los bombardeos estadounidenses con apoyo europeo, y sobre todo la ofensiva de la pashmerga, el grupo militar kurdo, en el norte de Irak, han frenado lo que hasta hace poco parecía el avance incontenible de esta milicia fanática en el Medio Oriente. Pero no han sido derrotados, ni mucho menos. Aun controlan ciudades importantes y zonas amplias. Y lo que es mucho más importante que eso es que tienen un sistema de funcionamiento descentralizado, parecido al de las “franquicias” de al-Qaeda en su momento, que les permite actuar más allá de su “califato” con cierta contundencia. De allí que hayan sido capaces de atacar en Bruselas esta semana. No olvidemos que en muchos casos las células terroristas no son directamente controladas por el Estado Islámico y los hombres de Abu Bakr al-Baghdadi, su líder, en muchos casos son grupos inspirados en el Estado Islámico que a lo sumo se ha entrenado en Siria pero ya operan con total autonomía.La inteligencia norteamericana calcula que unas 36.500 personas, hombres y mujeres, de las cuales más de seis mil son europeas, se han entrenado en Siria en años recientes. Esos terroristas no necesitan que el Estado Islámico controle mucho territorio para estar en condiciones de librar su guerra contra Occidente en otras partes.Se calcula que los bombardeos tanto estadounidenses y europeos como rusos han hecho que el Estado Islámico pierda un 40% del territorio que controlaba en 2014 en Siria y un 20% del que controlaba en Irak. Una de las consecuencias de los reveses sufridos por la organización terrorista, que sigue teniendo la base de su “califato” en Raqqa, ha sido el traslado de miles de jihadistas a Libia. Los servicios de información norteamericanos y europeos creen que no menos de seis mil miembros están ya actuando desde Libia, país que, como se sabe, es el centro neurálgico hoy del contrabando de personas provenientes de diversos países africanos hacia Europa.El mejor antecedente a tener en cuenta es al-Qaeda. Cuando Estados Unidos destruyó su principal base de operaciones en Afganistán, se pensó que la organización de Bin Laden tenía los días contados. Lo que sucedió al cabo de un tiempo, sin embargo, fue su migración a otros lugares y su reconversión en distintas organizaciones, una de las cuales, la más exitosa, es precisamente el Estado Islámico.Ha sido pues un doble error creer que los reveses de la organización en Siria e Irak suponían la disminución o desaparición de la amenaza interna en Europa. El primer error es creer que las células europeas dependen directamente de Siria o Irak. El segundo error es no haber tenido en cuenta el precedente de al-Qaeda.El tiempo ha demostrado que Libia y Siria han sido fuente directa de penetración del enemigo en territorio europeo. En el primer caso, por vía directa y en el segundo, a través de Turquía. Por esas dos avenidas, miles de jihadistas han logrado penetrar en Europa y en muchos casos viajar de ida y vuelta en misiones de entrenamiento. Pero a ello se suma la capacidad de reclutamiento interno que tiene hoy el fanatismo islamista en las zonas marginales de Europa, donde la falta de integración con la cultura local y la rigidez del modelo económico han agravado una marginalidad de por sí considerable. La suma de todo esto implica que Europa tiene hoy un enemigo dentro de sus fronteras al que todavía no sabe cómo combatir porque cree que el problema es externo.No debe extrañar a nadie que, ante la impotencia de la respuesta, el populismo xenófobo y el nacionalismo extremo hayan ampliado su auditorio en muchos países europeos. Y no sólo europeos: no habían acabado de apagarse los rescoldos de Bruselas cuando Donald Trump ya utilizaba lo sucedido allí para alimentar su campaña populista en Estados Unidos.Un peligro significativo del escenario creado por los atentados de París y, ahora, Bruselas es que las autoridades no actúen en función de una estrategia sino de la necesidad de segar el césped bajo los pies del populismo extremista. La consecuencia de ello será, además de permitir que el espacio de libertad que es Europa se vea socavado, seguir postergando el diseño de esa estrategia que brilla por su ausencia. Las reacciones cortoplacistas dictadas por la presión del populismo extremista del Frente Nacional en París y los partidos afines en el resto de Europa no logran nada contra el terrorismo. La mejor prueba son los atentados de Bruselas, cometidos a pesar de las restricciones a la libre circulación de personas puestas en vigor desde los atentados de París de noviembre pasado.La derrota de Angela Merkel en dos elecciones regionales muy recientemente como reacción a su política permisiva en el tema de los refugiados medioorientales es un síntoma del efecto político de todo esto. El resultado ha sido la decisión europea, muy criticada, de expulsar en bloque a miles de solicitantes de refugio. Si Europa quiere evitar que esta dinámica de atentados, aprovechamiento populista y endurecimiento sin eficacia práctica para la lucha contra el terror siga haciendo estragos, tiene que empezar a pensar con cabeza fría en cómo ganar la guerra. Para ello, deberá, antes, decidir que la tiene en casa.La Tercera – Chile