Libro. Los franceses Phillipe Margotin y Jean-Michel Guesdon iluminan con “Bob Dylan. Todas sus canciones” la vida y la vasta obra de un ícono de la canción contemporánea.Nicolas PicherskyLos estadounidenses son en cierto modo masoquistas porque se muestran indiferentes a su propio arte. Y éste puede estar justo en frente de sus narices.” Con estas palabras Clint Eastwood medita sobre el western en el inmenso documental A Personal Journey with Martin Scorsese Through American Movies. El director de Los imperdonables sabe de qué habla: de un género genuinamente cinematográfico, de una de las formas más esenciales de la cultura norteamericana.La intelligentzia francesa también siempre supo de qué hablaba cuando abrazaba el arte popular estadounidense. Lo asimiló, lo glosó, lo enalteció y se lo devolvió a los Estados Unidos (y al mundo) con un plus y una carga significante de la que antes carecía. Lo hizo en todos sus ámbitos. En la novela policial de Raymond Chandler, de Dashiell Hammett o de Jim Thompson, que en los Estados Unidos pertenecían al menospreciado pulp de publicaciones de kioscos que se compraban por monedas de dólar, se convertirían en la influyente Serie Noire (nominación de la que también surge el género Film Noir), dirigida por Marcel Duhamel.El primer jazz moderno fue mimado en los cabarets de posguerra en ambas márgenes del Sena, donde nacieron sus primeras revistas especializadas, y Boris Vian, entre otros exégetas a ultranza, lo defendía a capa y espada. Y por supuesto, el cine clásico de Hollywood, que a partir de la nouvelle vague se convertiría en teoría a ensayar. Sus directores (Ford, Welles, Hitchcock y otros) se llamarían por primera vez “autores” gracias a la revista Cahiers du Cinema.Por todo esto, no sorprende que sean dos franceses los que hayan realizado el epopéyico Bob Dylan. Todas sus canciones, publicado por editorial Blume. Phillippe Margotin y Jean-Michel Guesdon (periodista de rock y músico, respectivamente) analizan la historia de cada disco, de cada canción de uno de los autores más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Es un inédito desglose que comienza con su ópera prima y ancla en Shadows in the Night, última producción hasta la fecha y homenaje al repertorio de Sinatra. Incluye además todas las Bootleg sessions, las famosas sesiones, en un principio “piratas” y que luego Dylan oficializó a través de su sello, Columbia.El acercamiento es erudito. Cada disco es analizado en su concepto integral teniendo en cuenta el momento en que se editó pero al mismo tiempo con un oído actual, atento a los tiempos modernos, para quien escucha el disco por primera vez.Se reseñan arte de tapa, grabación, datos técnicos, instrumentos y productores de cada álbum. Y no hay un párrafo del libro en el que los autores no alumbren con una idea, con un conocimiento inédito sobre cada canción que recorren.Son dos los apartados que hacen a la original estructura del ensayo: “Génesis y letra”, que estudia los orígenes y la escritura de cada canción, y “Realización”, que se aproxima a la canción a través de su estructura, las opiniones en el proceso de grabación, los artistas invitados y especialmente sus antecedentes y consecuencias en el mundo musical. Pero, por sobre todo, en este gravísimo volumen de 700 páginas y dos kilos y medio de peso, no hay nada que se arrastre pesadamente. Sus páginas se recorren con un ritmo y una felicidad que no descansan. Porque a los autores nada de Bob Dylan les pasa inadvertido. Y, a la vez, el propio Dylan puede pasar inadvertido.Porque Bob Dylan. Todas sus canciones es también, en un riguroso montaje paralelo, una historia de la música popular norteamericana a través de géneros, estilos, evoluciones, órdenes y revoluciones musicales y culturales. Un libro en el que Dylan es una figura en las sombras de la noche que le dio nuevos amaneceres y horizontes a la canción contemporánea. Un personaje irresponsable y espontáneo que tomó un folklore del delta del Mississippi y lo convirtió en la banda sonora del universo. Un protagonista, pero un protagonista evasivo y equívoco, de un nuevo orden social. Un arlequín de una Comedia del Arte hija de las inagotables y ricas consecuencias de la cultura industrial. En cada disco-capítulo los autores deliberan un ensayo original, nunca escuálido, musculoso en recursos, para poder disfrutar de Dylan ahora. Desde sus comienzos, hace 54 años hasta llegar a su irresistible etapa bogartiana, crooner y plena de swing de los últimos quince años.Hay varios textos sobre Dylan que se leen con encantamiento y adicción, como su desafectada y superlativa autobiografía Crónicas. Los hay que, cuando se leen, se leen dos veces, como el morrocotudo Letras 1962-2001, de Miquel Izquierdo y José Moreno, en ilustrada edición bilingüe. Y también hay películas que se vuelven a ver una y otra vez, como el genial documental de Martin Scorsese No Direction Home.Bob Dylan. Todas sus canciones se lee, se mira y se ve. Y a la vez contiene todas las obras anteriores. Es una polifonía textual que se lee y goza con ritmo imparable y se observa con el placer panorámico de sus fotos de gran formato. Su propuesta fluye con garbo audiovisual para retratar a un músico que inventó un nuevo lenguaje.La potencia de las imágenes visuales de la poesía dylaniana (último beatnik y a la vez heredero sin corona del simbolismo de Rimbaud y Verlaine) encuentra en las fotos del libro su aliado perfecto. Son casi 600. No se acumulan para embellecer y dejar el libro al nivel del suelo: como libro de arte para mesa ratona; a la vista de todos sí, pero al alcance de nadie. No, aquí por el contrario, encontramos fotos que narran la realidad: Bob Dylan con Benny Goodman, tapas de la influyente revista folk de los 60 Sing Out!, reproducciones de tickets y fotos de los bares del Greenwich Village –donde la variada contracultura de Dylan, Woody Allen y Allen Ginsberg concebía su crónica de los Estados Unidos.Las fotos de los héroes del blues de preguerra y acústicos, como Blind Lemon Jefferson o Ma Rainey, que tanto escucahaba Dylan, o la crónica ilustrada de cuatro páginas que se le dedica a Just Like a Rolling Stone son algunos de los asombrosos documentos del libro. Tampoco se enfatiza al Dylan cronista de los Estados Unidos: está inteligentemente implícito y fuera de campo a través de las tapas de los diarios de la Marcha sobre Washington, Martin Luther King y la crisis de los misiles en Cuba. Un cuarto de millón de personas cantaba “la respuesta está flotando en el viento” y Dylan, con su sosiego comunicativo, manejaba un submarino nuclear de canciones sobre tiempos cambiantes y de una antediluviana y fuerte lluvia que está por caer.A la realidad histórica le corresponde su epopeya. Y la obra de Dylan está plagada de héroes. Por eso una de las delicias del libro es solazarse con los productores que a lo largo de los años esculpieron el armazón de canciones de cada producción de Robert Allen Zimmerman. El apartado “Retratos” estimula con su información original (ya de por sí lo es darles tamaña importancia los productores como se la da el libro) sobre los profesionales detrás de la cabina de sonido. Desde su descubridor, el aristocrático John H. Hammond (incansable genio responsable de lanzar la carrera de Billie Holliday y Leonard Cohen, por mencionar solamente algunos) hasta Don Was (actual presidente de Blue Note Records), pasando por el sempiterno Phil Ramone. Y algunos, menos conspicuos, como Tom Wilson, que antes de colaborar con Dylan había grabado a artistas como Sun Ra o John Coltrane. Es un viaje que se extiende a través de los artesanos del sonido norteamericano, como el gran Al Kooper o David Bromberg, retratados con dulce y justo reconocimiento.Y si bien la acción dramática transcurre en el pasado, nunca es inmóvil. Por esa razón los autores tienen el atrevimiento crítico y la erudición necesaria para argumentar la influencia de Joseph Conrad en una canción como “Black Diamond Baby”, del disco Desire. ¿Más? La comparación del clásico “Just Like Tom Thumb’s Blues” –una canción que relata un infame viaje de Dylan a Ciudad Juárez, México– con Sed de mal , de Orson Welles, y Bajo el volcán , de Malcom Lowry, rebosa imaginación literaria.Y, a pesar de todo, el libro no cae en la memorabilia, en la recolección de cualquier dato bruto relacionado con el músico. Su propósito es otro. Por eso no se pregunta por su vida privada sino por ese teatro de su vida dramática con el que construyó sus clásicas canciones. Si sus amores con Joan Baez u otras mujeres pesan, es porque dejaron obras maestras en su coreografía de emociones, ese criptovodevil que Dylan mostraba y escondía a su público y a los medios.La interrogación (y la hipótesis) es qué lee Dylan o qué cine lo nutrió (del Llanero Solitario a Chaplin, como demuestra en su disco Modern Times ). Que se revele que haya tocado con sesionistas de Coleman Hawkins o de Billie Holiday a esta altura no debería ser un dato preciosista, sino más bien una consumación de una vida y una obra coherentes. Tampoco lo es el trabajoso detalle de los autores de estudiar qué afinaciones y amplificadores se emplearon en cada disco. No cuando el mundo se rinde a los pies del vinilo y justamente las reediciones de Dylan en este formato llegan actualmente con un sticker que reza: “Así es como el artista quiere ser escuchado”.Dylan, nos muestra el libro, ha grabado clásicos de Duke Ellington y de Mahalia Jackson. “Beyond the Horizon” proviene de una balada de Bing Crosby. Más aún: su canción “Living the Blues” saca su melodía de los dos primeros versos de cada estrofa, de “Blue Monk”, de Thelonious Monk. Una canción que pertenece a un disco que no fortuitamente se llama Self Portrait (autorretrato).Precioso e intertextual, como todos los caminos que tuvo que andar el joven Bob para convertirse en el ciudadano Dylan, el libro discurre entre Bertolt Brecht, los hermanos Coen, Anton Chéjov y Jesse James.Su fin pueden ser los dylanófilos, pero si se lee y mira bien es, en realidad, otro. Es la invitación al disfrute del capital cultural de aquel que, muy a su pesar, fue llamado el espíritu y conciencia de un país. La educación sentimental de Bob Dylan siempre estuvo atada a una moderna tradición de folk, rock, blues y jazz. “Los labios del tiempo sorben del manantial”, dijo el otro Dylan, Thomas, en “La fuerza que por el verde tallo impulsa a la flor”. Como el western, Edgar Alan Poe o la novela negra, Bob Dylan es un manantial que contiene y simboliza otros manantiales. Este libro es su más cabal reconocimiento.Clarín / Revista Eñe