Luis Fernando Moreno ClarosDos polémicos ensayos y una útil guía de lectura desentrañan Ser y tiempo, la obra magna de Martin HeideggerPocas obras magnas de la filosofía son fáciles de leer, recordemos la hegeliana Fenomenología del espíritu o la Ética de Spinoza; aunque ya sabemos que “todo lo excelso es difícil”, lo dijo este último filósofo. Pero hay un libro que, a causa de su influencia en el pensamiento contemporáneo y las pasiones contrarias que despierta su autor, destaca de entre los textos laberínticos y desasosegantes: Ser y tiempo, de Martin Heidegger (1889-1976).Apareció en 1927, cuando su autor, con 37 años, gozaba de gran fama docente. Sus alumnos, obnubilados por su fuerza filosófica, lo apodaban “el rey secreto del pensamiento” y se creían iniciados en una sabiduría oculta, pues Heidegger ensayaba con ellos la búsqueda de un nuevo lenguaje de pensamiento. Con él estudiaron Hans Jonas, Karl Löwith y la jovencísima Hannah Arendt, de quien Heidegger se prendó a primera vista y consiguió hacerla su amante.Era la época en que la I Guerra Mundial trastocó los valores del “mundo de ayer”. Trakl y sus poemas trágicos, Rilke con sus ángeles negros, Kafka con sus pesadillas oníricas y Thomas Mann con su Montaña mágica y la seducción de lo enfermizo andaban cercanos al latido de fondo de Ser y tiempo.Heidegger se preguntaba en su libro por “el ser de los entes”; sostenía que “la filosofía habla del ser sin saber lo que es”. Sólo Parménides y Heráclito estuvieron cerca de la verdad del ser; más tarde, Platón, con sus ideas eternas, desvirtuó y enmascaró ese saber primigenio. En suma, la metafísica olvidó el ser centrándose en el estudio de los entes. La nueva filosofía tiene que buscar el ser, pero ¿dónde? “En el dasein”, según Heidegger. Este término, el más célebre de su jerga, quiere decir ser ahí o estar aquí; se refiere al existente, al ente que está y vive en este mundo y que es el único al que de verdad “le importa su ser”: el hombre. Es a éste a quien hay que interrogar por el ser.Ser y tiempo se centró en el análisis fenomenológico de este dasein desde cero: ¿cómo es este recipiente del ser? A grandes rasgos, lo que Heidegger descubrió fue que cada uno de nosotros, cada dasein, habita en este mundo, rodeado de objetos y junto con los otros; hemos sido arrojados a la existencia, estamos desamparados, sin dioses, junto al abismo de la nada y cara a la muerte —de ahí el famoso apotegma: “El hombre es un ser para la muerte”—. Nos atenazan la angustia y el miedo, pero nuestra vida es “cuidado” y podemos encararla desde la “autenticidad” o mantenernos en la “inautenticidad”. Si el hombre o dasein se deja seducir por la masa de los mediocres, será como “todo el mundo”, mas si cobra conciencia de su finitud y vive con gallardía forjando su individualidad, será único y el dueño de su vida.Son unas levísimas pinceladas, pero hasta dar con ellas en Ser y tiempo hay que pasar por un maratón: el libro es laberíntico. Ortega afirmó con elegancia que “la claridad es la cortesía del filósofo”; Heidegger fue harto descortés en este punto. José Gaos, el primer traductor de Ser y tiempo al castellano —traducción farragosa la suya—, sentenció lo contrario que su maestro: “La claridad es el desprestigio del filósofo”: otra vez Heidegger.Ser y tiempo se leyó como una antropología, como la descripción en clave expresionista del ser humano enfrentado al absurdo. Cada nuevo lector lo entendió a su manera, sólo Heidegger aseguró que no lo había entendido nadie. El resto de su obra posterior la concibió como un “giro” que se desligaba de Ser y tiempo. La lectura en libertad del libro lo hizo fructificar, tal vez demasiado.Hoy, con el debate de fondo sobre la militancia nazi de Heidegger y su admiración por Hitler, leer Ser y tiempo es casi una rareza. O se lee sólo para abominar de su autor, como es el caso de Heleno Saña, quien descuartiza las ideas de Heidegger en su último libro; a su entender, Ser y tiempo debe ser leído en clave política porque en él se incuba el germen del antihumanismo y el nazismo del filósofo. Peter Trawny, con una retórica descabellada, ensaya sobre la sentencia heideggeriana: “Quien piensa a lo grande yerra también a lo grande”. Sostiene que Heidegger “erró” al abrazar el nazismo y callar sobre el Holocausto; Trawny se enreda en un galimatías en defensa de lo indefendible y concluye con una tesis poco edificante: “Quien intenta habitar en el pensamiento de Heidegger tiene que abandonar las expectativas de responsabilidad y culpa”. Este es justo el tipo de hombre que algunos críticos ven descrito en Ser y tiempo: el yo sin culpa ni responsabilidad para con los otros, libre para actuar y dominar: el macho alfa, el dictador.De otro tenor es el espléndido trabajo de Adrián Escudero: una guía de lectura, única en castellano, que desde ahora tendrá que acompañar a cuantos quieran saltar con red entre los distintos abismos de Ser y tiempo. Glosas al texto y atinadas precisiones a su terminología acompañan a una interpretación novedosa y pragmática del libro. Escudero lo encuadra dentro de la literatura filosófica del cuidado de sí mismo. Aristóteles, Séneca o Montaigne, maestros en el arte de vivir y del aprecio por la propia persona, asomarían en sus páginas. Benévola visión del libro más difícil del filósofo más oscuro.El País – Madrid