Álvaro Vargas LlosaEl viaje del Presidente Barack Obama a Vietnam esta semana y la tremenda decisión de levantar el embargo de armas contra Hanoi responde a una visión estratégica que hace de la contención de China un gran objetivo de la política exterior de esta administración.Cuando en 2012, apenas reelecto Obama, su gobierno empezó a hablar del “pivote asiático” como nuevo eje de la política exterior, la interpretación general dijo que se trataba de apostar por el gran continente emergente del siglo XXI. La lectura fue económica más que política, y política más que militar. La expresión “pivote” aplicada a la política exterior era un invento de comienzos del siglo XX del geógrafo británico Halford Mackinder, cuya teoría decía que quien dominaba un centro geográfico clave en cierta forma dominaba el mundo. El situaba ese eje en Asia central y el este de Europa. Pero lo que realmente se proponía Washington era bastante más prosaico de lo que se creía y tenía que ver, prioritariamente, con el expansionismo chino.Todo, o casi todo, lo que ha hecho Obama desde entonces en Asia tiene ese objetivo, incluyendo el levantamiento del embargo de armas a Hanoi, que le disputa a Beijing varios islotes e islas en el Mar del Sur de China. Desde el TPP, que no será aprobado por el Congreso antes de que Obama culmine su mandato y que excluye a China, hasta los entrenamientos militares estadounidenses en el norte de Australia, la presencia de aviones y barcos gringos casi de forma permanente en Filipinas y la nueva cooperación con un Japón más afirmativo en su visión del uso de fuerzas militares, todo apunta a frenar, disuadir, aislar, a China en su propia área geográfica, donde pisa con pocos escrúpulos.Beijing lo ha entendido bien: de allí la dura reacción de sus órganos oficiales contra el levantamiento del embargo de armas a Vietnam, país con el que los chinos libraron varias guerras, la última en 1979. Aunque Vietnam es una dictadura del Partido Comunista con capitalismo, como lo es China, su modelo, el autoritarismo nacionalista, hace de él un régimen mucho más receloso de su vecino que de Estados Unidos, a pesar de la intervención norteamericana de 1965 a 1973. Obama lo sabe bien, por eso ha sumado un aliado más a su causa contra el expansionismo chino.Se trata de una prioridad tan grande, que Obama, Premio Nobel de la Paz, se muestra dispuesto a pasar por alto la naturaleza del sistema vietnamita y su oscuro palmarés en materia de derechos humanos, como lo hizo en Myanmar (aunque en el caso birmano hay una apertura política, todavía no consumada).No hay en esto nada novedoso. Las “palomas” de la política exterior estadounidense -los demócratas- han sido con frecuencia más duros en ciertas cosas que los halcones (los republicanos). Fue un Presidente demócrata el que atacó Hiroshima (que Obama también visitó) y Nagasaki, fue otro demócrata el que autorizó la invasión fallida de Bahía de Cochinos (aunque no la secundó desde el aire) y fue un mandatario del mismo partido el que presidió la escalada militar de Vietnam cuyas consecuencias conocemos todos.El “pivote asiático” se está cumpliendo. Pero no es la expansión comercial, la colaboración tecnológica o el interés en afianzar los valores democráticos liberales allí lo que gobierna esa práctica política. Aunque algo de eso hay también, lo que la mueve por encima de todo es tratar de tender un cordón sanitario alrededor de lo que ya puede considerarse la segunda potencia del mundo.La Tercera – Chile