Nadie duda que Ali es el más grande. Pero sus modales dejaban mucho que desear, como la periodista italiana pudo comprobar en sus carnes.Guillermo DomínguezVuela como mariposa, pica como abeja. Muhammad Ali, el boxeador más grande de todos los tiempos, fallecía el pasado fin de semana a los 74 años en un hospital de Phoenix (Arizona, EEUU) por problemas respiratorios. Se fue una leyenda, uno de los grandes iconos mundiales del siglo XX y, con él, un hombre que a nadie dejaba indiferente con su carácter controvertido y su verborrea, tan directa como sus puños.De ello puede dar fe la periodista italiana Oriana Fallaci. Considerada por muchos como una de las mejores periodistas de la historia, Fallaci (Florencia, 1929 – Florencia, 2006), azote del Islam, entrevistó el 26 de mayo de 1966 -o, mejor dicho, hizo un amago de entrevistar- al púgil de Louisville, nacido como Cassius Clay, Jr. y convertido a la religión de Alá en 1964, después de su primera victoria contra Sonny Liston.Lo cierto es que aquel 26 de mayo de 1966, Fallaci se presentó en la casa de Muhammad Ali en Miami para hacerle una entrevista. Pero el encuentro, que ambos previamente habían acordado por teléfono, terminaría por resultar de lo más desagradable. Al menos para la periodista.Nada más llegar a la lujosa mansión del boxeador en Miami Beach, Oriana se encontró en el comedor con la imponente figura de Muhammad Ali comiendo melón, la fruta tradicionalmente preferida por los negros de Estados Unidos.»Le dije: ‘Buenos días, señor Clay’. Y él respondió con un eructo bastante fuerte. Volvió a eructar de nuevo. Más fuerte aún. Salté y le dije que no pensaba estar con un animal como él», desvelaba Oriana Fallaci allá por 1969.Micrófono contra la pared, grabadora a la cabezaEn su relato, la periodista añade: «Estaba preparando la grabadora para hacer la entrevista cuando él de repente coge el micrófono y lo lanza contra la pared; lo vi volar por delante de mi cabeza. Lo miré a los ojos. Y él me miró; tan alto, tan enorme, como el elefante que observa a un mosquito».Fallaci relata que fue entonces cuando el séquito de Muhammad Ali llegó en ayuda del boxeador y empezaron a proferir gritos contra ella. Cuando la periodista consigue calmarlos, pasa a tratar de hacerle la entrevista al púgil, pero éste sale por peteneras y responde cosas que absolutamente nada tienen que ver con lo que le pregunta la reportera.Fallaci le aclara su pregunta, pero a Ali, sin importarle nada la entrevista, sigue respondiendo lo que a él le viene en gana. La periodista insiste, pero el boxeador se mantiene en sus trece. ¿Hasta cuándo este tira y afloja? Hasta dos o tres preguntas más. Es entonces cuando Oriana, totalmente enojada, coge la grabadora y se la lanza a Muhammad a la cabeza, pero éste, haciendo gala de sus grandísimas dotes de campeón del mundo de los pesos pesados, consigue esquivarla.Fallaci puso pies en polvorosa y logró salir corriendo de la mansión para meterse en el taxi que la esperaba en la puerta. Los guardaespaldas de Ali salieron corriendo tras ella pero el esfuerzo fue en vano, pues el vehículo que trasladaba a la periodista ya había arrancado a toda velocidad, distanciándose bastantes metros del domicilio de Muhammad Ali.»Cassius Clay me dijo que me rompería la nariz si me volvía a ver. Ya veremos: si me rompe la nariz, va a acabar entre rejas y habrá bonitas noticias en los periódicos sobre esto. Le vi después en Nueva York. Paseé con mi nariz en el aire y él se marchó sin mirarme», relataba Oriana Fallaci, que no dudó en atizar a Ali en su ensayo Las raíces del odio: Mi verdad sobre el Islam con frases contundentes, tanto o más que los puños de Cassius Clay.«Del payaso inofensivo queda el vanidoso irritante»«Era el símbolo de una América fanfarrona y feliz, vulgar y valiente, sin buen gusto pero llena de energía. Se llamaba, entonces, Cassius Marcellus Clay», escribió Fallaci. «Ahora se llama Mohammed Alí y es el símbolo de todo lo que se necesita rechazar, eliminar: el odio, la arrogancia, el fanatismo que no conoce barreras geográficas, diferencia de idiomas, color de piel. Los Musulmanes negros, Negros, una de las sectas más peligrosas de América, el Ku-Klux-Klan al revés, asesinos de Malcolm X, lo han catequizado, hipnotizado, doblado».»Y del payaso inofensivo», añade en clara referencia a Muhammad Ali, «queda un vanidoso irritante, un fanático obtuso que predica la segregación racial, maltrata a los blancos que están con los negros, amenaza a los negros que están con los blancos, pretende que se le otorgue una zona de Estados Unidos en nombre de Alá».Libertad Digital – Madrid