Un penal inexistente en el último suspiro concede la victoria a La Roja después de un mal partido.
¿Todavía es muy temprano para preocuparse? ¿Todavía es muy apurado decir que Chile ha retrocedido desde que llegó Juan Antonio Pizzi? Ayer la Roja enfrentó a Bolivia, el equipo más débil de Sudamérica. Al que ya era costumbre golear. Y no supo hacerlo marcar reales diferencias. El triunfo 2-1 ayuda a mantener el sueño, pero vuelve a sembrar las dudas de este equipo en la Copa América Centenario.Un Bolivia sin deseo de atacar, más preocupado de contener. Con línea de cinco y cuatro jugadores por encima de esta defensa. Por momentos (reiterados) con seis a siete jugadores en su propia de área. Es todo lo que se puede decir del cuadro altiplánico. No merece más análisis, porque su banca no apostó a nada más, desde el primer minuto.La responsabilidad entonces, antes, durante y después del partido, le corresponde exclusivamente a Chile. Se sabía de antes en todo caso. Y es ahí donde debe dirigirse la gran crítica. ¿Acaso Juan Antonio Pizzi esperaba un libreto distinto? ¿Acaso no era lógico? Y aún así, la Roja no tenía o no mostró una sola idea clara para romper las trincheras bolivianas.Pablo Hernández, acostumbrado a jugar cerca del arco contrario, se puso los zapato de Marcelo Díaz. Y con orden. Obediente. Recibir y tocar, recibir y tocar. A veces demasiado disciplinado, incluso, porque nunca se atrevió a romper la línea de volantes y para generar desajustes en la zaga del equipo de Baldivieso.Con una referencia de área, por lógica, la apuesta de la escuadra nacional era llegar por las bandas. Pero en esa zona del campo tampoco hubo claridad. Quizás la izquierda se vio un poco mejor, con los descuelgues de Jean Beausejour, con la habilidad (muchas veces egoísta) de Alexis Sánchez. Porque por la derecha, la dupla Isla-Orellana simplemente no existió. Timorata, imprecisa y exasperante, especialmente cuando la pelota llega a los pies del jugador del Celta de Vigo, cuyas jugadas casi siempre terminaban con un pase hacia atrás.En resumen, Chile controló todo el primer tiempo. Las estadísticas, de hecho, le dieron un 78% de posesión. Pero era un dominio insulso, de cartón. Con cero disparo al arco de Carlos Lampe hasta los 37’, cuando Hernández probó desde media distancia. Después, a los 40’, Edward Zenteno se jugó la vida para evitar desde la línea el gol de Sánchez. Y eso fue todo. Nada más para notar hasta el descanso.El partido exigía un cambio profundo. Un grito de autoridad en el camarín. De Pizzi, de los caudillos, de quien mande ahora en la Selección. Cambio de jugadores no hubo, pero sí la Roja se encontró con el mejor premio que podía soñar. Un gol a los 48 segundos del complemento. Una pared larga de Arturo Vidal y Mauricio Pinilla, que el volante del Bayern Múnich cerró con un potente remate. Desahogo desafiante, como para decir “aquí está el campeón de América”.Exhalación que minutos después dio paso a la asfixia. Culpa de Yasmani Campos, recién ingresado, quien clavó la pelota en el ángulo custodiado por Claudio Bravo. Tercer gol sufrido en la Copa, tercero al palo del arquero.Pinilla ya no estaba en el terreno, porque Pizzi lo sacó por Eduardo Vargas. Y Orellana, fantasmal, recién salió del partido (oficialmente, porque nunca entró) a los 66’. Como actos desesperado de un técnico angustiado. Pizzi buscaba darle vida a un combinado golpeado. Puch se lo comió tras un tiro libre de Alexis y Vidal se le cruzó al mismo Sánchez. A la fuerza llegaba Chile, pero sin fortuna.Le quedaba una buena a la Selección, en el último suspiro. Un penal dudoso de Luis Gutiérrez le permitió a Vidal decretar la victoria. La Roja está viva, pero el sufrimiento vuelve a caminar de la mano de la selección chilena. Y eso es preocupante.
Fuente: La Tercera