
EN LA PROFASE DE LA ERA TOP MODEL, CARANGI MARCABA LA SENDA A SEGUIR: PERSONALIDAD, DUCTILIDAD Y UNA NATURALIDAD CALLEJERA QUE ROMPÍA CON LA CLÁSICA RUBIA AMERICANA REPRESENTADA POR ICONOS COMO LAUREN HUTTON O FARRAH FAWCETT-MAJORS.
Cooper vio en ella la mezcla de androginia y voluptuosidad que la década demandaba. Una mujer que podría encajar tanto en un vídeo de Whitesnake como de Robert Palmer. En el prólogo de la era top model, Carangi marcaba la senda a seguir: personalidad, ductilidad y una naturalidad callejera que rompía con la clásica rubia americana representada por iconos como Lauren Hutton o Farrah Fawcett-Majors.Miscelánea irlandesa, galesa e italiana, morena de ojos castaños, demasiado baja para las pasarelas, pero dotada de una sensualidad salvaje y una absoluta falta de prejuicios ante la cámara, fue recibida por el mundo de la moda con los brazos y las portadas abiertas. Vogue, Harper’s Bazaar, Glamour, Cosmopolitan…las mejores publicaciones la reclamaban para sus portadas y los diseñadores querían que sus prendas cubriesen (o descubriresen) el cuerpo más deseado de los albores de la nueva década. Versace, Dior, Armani, Saint Laurent…todos querían a Gia.Y fue precisamente en una de esas sesiones donde conoció al gran amor de su vida, la maquilladora Sandy Linter con quien compartió una icónica sesión de Chris Von Wangenheim para Vogue en la que ambas posan desnudas tras una valla metálica. Sí, desnudas, la ropa empezaba a ser secundaria. Lo que Robert Altman nos contaría casi dos décadas después enPrêt-à-Porter ya había pasado.Pero la estabilidad no iba a ser la tónica en la vida de Gia. La muerte a los cuarenta años de su descubridora Wilhelmina Cooper, así como la ruptura de su relación con Sandy quebraron a la supermodelo que volvió a sucumbir a sus adicciones y esta vez con fuerzas renovadas. Ya no consistía en fumar hierba en locales de Filadelfia, ahora Gia era la reina de los mejores clubs de Nueva York y allí la otra deidad de moda era la heroína.Su devastación física fue tan rápida como su ascensión a la cima. Las marcas en los brazos empezaban a ser demasiado evidentes y una sesión para Vogue hizo saltar todas las alarmas. Eileen Ford, su nueva representante, no tardó en despedirla harta de su falta de profesionalidad y el teléfono que nunca había dejado de sonar se silenció.Su madre, con quién mantenía una relación intermitente, intentó apartarla de las drogas internándola en un programa de desintoxicación de 21 días, pero a la salida no sólo recayó, sino que fue arrestada por la policía. En un intento desesperado por volver a reengancharse a la gloria perdida contactó con su gran amigo el fotógrafo Francesco Scavullo, que le regaló la última portada relevante de su carrera. La sonrisa de Gia luciría por última vez en Cosmopolitan, esta vez con los brazos delatores pudorosamente escondidos tras la espalda.Lo siguiente fue un breve paso por Europa donde seguía manteniendo un cierto prestigio, una detención por posesión de estupefacientes en Túnez y la vuelta a Estados Unidos donde su familia vuelve nuevamente a ingresarla, pero esta vez Gia no quiso rehabilitarse. Robó los anillos de boda de su madre y se escapó a Atlantic City con su nueva novia Elyssa Golden.Cuando el dinero se le acabó se prostituía para comprar droga y mientras recorrió los bajos fondos de la capital del juego de New Jersey sufrió abusos sexuales.La vida de Gia no podía degradarse más y de nuevo su madre la acogió en Filadelfia, de donde no volverá a salir. Los 150 kilómetros que la separan de Nueva York son ya un abismo insalvable. En 1984, tras un ingreso hospitalario por neumonía, los médicos descubrieron que había contraído VIH: el nombre de la modelo se unió a la lista de celebridades contagiadas por el virus más mortífero de la década.El gran temor de Gia se confirmó y a los efectos de la enfermedad se suma el saberse una de las pocas mujeres afectadas. Su soledad era inmensa, pero su madre no se apartó de ella y en sus momentos finales fue la receptora de su último chispazo de humor , una nota manuscrita torpemente en la que la modelo que ya no puede hablar escribe “Espero que la enfermera sea sexy”.El 18 de noviembre de 1986 a las diez de la mañana Gia Marie Carangi falleció a los 26 años. Su madre no permitió que ninguna de las personas de su entorno asistiera al funeral. El secretismo fue tal que su gran amigo Scavullo tardó días en enterarse de su fallecimiento.Obviamente la vida de Gia contenía todos los ingredientes para que Hollywood fijase sus ojos en ella. Y así fue cuando en 1998 la historia se convirtió en una tv movie de HBO con Faye Dunaway como Wilhemina, Elizabeth Mitchell como Sandy y Mila Kunis y Angelina Jolie interpretando a Gia.Y es que a finales de los noventa Angelina Jolie parecía nacida para interpretar a Carangi. La que por entonces no pasaba de ser la hija rarita de John Voight poseía la misma belleza cruda e idéntica ausencia de límites.Era la Angelina de los cuchillos, la sangre, el negro y la ambigüedad. No la madre de familia numerosa que ahora recorre el mundo en olor de santidad.Y el de Gia fue precisamente el papel que la puso en el mapa. Un Globo de Oro, el premio del Sindicato de Actores, una nominación al Emmy y una reputación de actriz difícil, pero talentosa y, al igual que Carangi, con facilidad para el desnudo. Hollywood había encontrado a su nueva wild thing. O al menos todo lo wild que la industria está dispuesta a tolerar.Fuente: www.revistavanityfair.es