Rolando Tellería A.*Ciertamente, el denominado “proceso de cambio” ha ingresado a una nueva fase en el ciclo que se inicia el 22 de enero del 2006. La “terrible derrota” del 21F, en la consulta modificatoria de la constitución, para habilitar nuevamente al binomio Morales-García Linera a su tercera reelección el 2019, ha provocado sustanciales cambios en el escenario político, sobre todo, en el campo del oficialismo.Este resultado, no asimilado aún es el corolario de una crisis hegemónica que se inicia en las elecciones subnacionales de marzo del 2015, cuando pierde el apoyo en ocho de las 10 ciudades capitales, donde se concentra el 80 por ciento de la población urbana. Esa tendencia se ratifica luego en los resultados de la consulta por los Estatutos Autonómicos de los departamentos de La Paz, Chuquisaca, Potosí, Oruro y Cochabamba, del 20 de septiembre del 2015; donde el NO fue rotundo y abrumador. En estos dos eventos, el MAS no solo pierde apoyo de las clases medias, sino también el voto en otrora importantes bastiones y algunas zonas rurales.Después de casi 10 años de hegemonía absoluta, es creciente el número de electores que dan la espalda y rechazan al partido de gobierno y su caudillo. Esta pérdida de hegemonía tiene que ver con el profundo desgaste del discurso y la imagen del caudillo. Salvo su feligresía, ya nadie cree en el proyecto político oficialista; aunque para contrarrestar invoquen frecuentemente al antiimperialismo, a la derecha, a los separatistas y a la “oligarquía chilena”. Claro, al margen del desgastado discurso, existe también un notable descontento social en las ciudades capitales, donde las clases medias más conscientes y menos manipulables, no toleran el abuso y ese ejercicio del poder sin limitaciones, que se refleja en el sometimiento cínico de todos los órganos del Estado.En sentido gramsciano, entonces, cuando se pierde hegemonía, es decir, la dominación con el discurso, la dominación consentida; la dominación es mediante la coacción y la fuerza. Esa enorme debilidad política exige agresivos modos de Gobierno, pues al perder el respeto, apelan al miedo como el mejor instrumento de obediencia y dominación. Y esto es sintomático en proyectos políticos agotados que ya no gozan de aceptación y consenso.En consecuencia, para mantenerse en el poder deben apelar necesariamente al uso de la represión, la fuerza y la violencia. Casi siempre, las crisis políticas que provienen de pérdidas de hegemonía tienen como resultado el aumento del recurso de la violencia.En ese sentido, al socavar su hegemonía, el ciclo del denominado “proceso de cambio” ha ingresado a una peligrosa fase autoritaria. Si bien goza de legalidad, a estas alturas, carece de legitimidad. Para lograr obediencia y tapar la verdad, sin restricciones legales e institucionales, apelan al amedrentamiento como el mejor instrumento. Ahora se persigue y se intimida a cualquier ciudadano que no comulgue con sus intereses; periodista o investigador que indaga y contradice la verdad del poder. Al margen de violar lo fundamental de los derechos y garantías constitucionales convirtiendo el aparato penal en un instrumento al servicio del poder; como “conspiranoicos”, ven amenazas al orden social dominante en las cosas más simples.Lo más interesante, sin embargo, es que el “enemigo” de la oligarquía azul no está en la oposición tradicional. Está en las calles, en las plazas y en las redes sociales. En suma, en la conciencia ciudadana. Sin color político, su lucha y protesta se orienta contra las arbitrariedades y el abuso desmedido del poder. Esto último es lo más terrible para el oficialismo, pues cuando no ven enemigos en sujetos concretos cunde la desesperación, provocando intensos desvaríos en su cúpula y cuerpo de intelectuales “transgénicos”, quienes esbozan teorías conspirativas, en sumo grado, grotescas y absurdas.*Profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Mayor de San SimónLos Tiempos – Cochabamba