Víctimas argentinas y sus familiares relatan la espiral de maltratos y la desprotección institucional
Un cuento de amor convertido en otro de terror. En sus páginas están atrapadas miles de mujeres de todo el mundo. Muchas de sus protagonistas se dan cuenta a tiempo de que su historia se desvió del guión de las fábulas de hadas con las que crecieron. Pero otras no logran escapar y tienen el peor de los finales: son asesinadas por ese que un día creyeron que era el príncipe azul que había llegado a sus vidas a salvarlas.
Mariela escapó. «Ahora me siento liberada, pero siento que en todo este tiempo no fui yo», recuerda, entre lágrimas, en la casa de Buenos Aires donde hasta hace poco más de medio año convivió con su expareja -Joaquín, al que denunció por violencia de género el pasado noviembre- y con Andrés, el bebé que tuvieron en 2014.
Conoció a Joaquín a través de un blog de música y tras un tiempo chateando, quedaron para conocerse personalmente. A las pocas semanas de relación saltó la primera alarma: estaba todo el día pendiente de ella y la insistía para que se quedara con él todo el fin de semana. La segunda advertencia, poco después, fue más grave: le informó que tenía que empezar a tomar anticonceptivos porque él con los preservativos no sentía nada. Mariela volvió a ceder: «Me chocó, pero acepté. Lo naturalicé todo». La tercera fue una catarata de insultos que la hizo romper. Pero le pidió perdón, le prometió que no se repetiría y ella le creyó.
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A los seis meses Mariela ya no respondía a los mensajes de sus amigos ni amigas para evitar que se enfadase con ella
A los seis meses Mariela ya no respondía a los mensajes de sus amigos ni amigas para evitar que se enfadase con ella, menos aún los veía. Ni siquiera le apetecía salir a cenar con él ni ir a ver una película. «Todo lo que venía de mi lado era malo. Si yo elegía la película, a la mitad se levantaba y me decía: »Esta peli es una mierda, mirá donde me metiste’ y nos teníamos que ir del cine». «Mi vida giraba alrededor de él, de sus amigos y de su familia». Al contrario de lo que ocurre en los cuentos de princesas, era el supuesto príncipe liberador quien la encerraba en el castillo.
A lo largo de la relación sufrió múltiples violencias -verbal, psicológica, económica, sexual- hasta llegar a pensar que se merecía lo que le estaba pasando. «Pensaba soy mala, soy mala persona. Me sentía culpable, que me lo merecía. Es una sensación refea (…) En todo este tiempo no fui yo», dice Mariela, acompañada por Andrés, de casi dos años, y su madre. Entre los abusos padecidos relata que la obligó a mantener relaciones sexuales durante el embarazo, a pesar de la prohibición de la obstetra por las pérdidas que había sufrido en dos ocasiones. «Me decía que él me mantenía, que yo estaba embarazada de él y que tenía que tener relaciones sexuales con él», afirma. Una mañana, tras una violenta discusión, el bebé dejó de moverse durante muchas horas dentro de su panza, pero él se negó a llevarla a urgencias al hospital más cercano ante su temor de que le hubiera ocurrido alguna cosa.
El maltrato continuó tras el parto y se extendió al recién nacido. «Se enojaba y le gritaba ‘pendejo de mierda'», señala Mariela. A los 20 días Joaquín los expulsó de casa, pero tras varios meses de separación regresó con él, tras sus reiterados pedidos de perdón y promesas de que iba a cambiar e iban a vivir mejor como una familia unida. «No sé por qué volví, ya no sentía nada por él, pero pensaba que quizás sino él me iba a quitar a mi hijo o que yo no me iba a poder hacer cargo», se cuestiona. En una de las peleas le dijo que iba a desaparecer con el bebé y la amenazó de muerte. «Me dijo: «si te tengo que matar para llevármelo, te mato», asegura.
Fue su hijo quien la animó a poner freno a esa pesadilla. «Al final lo dejé por Andrés, no por mí. Quiero que sea diferente al padre, que no sea un violento, que sepa tratar bien a las mujeres», asegura, al recordar que Joaquín la gritaba y la insultaba delante del bebé.
Al echar la vista atrás, señala que ahora se siente «liberada», pero se arrepiente «un poco» de haber hecho la denuncia porque también se ha sentido maltratada por la institución judicial. «En la audiencia no me sentí contenida. Sentí como que me tenía que haber callado». Con ayuda de la psiquiatra y de sus seres queridos, poco a poco empieza a vencer el miedo y a recuperar la autoestima. Cuando las fuerzas le flaquean piensa en su hijo, al que quiere criar en una sociedad libre de violencia.
Menores huérfanos de madre
Adriana Lili Marisel Zambrano no logró escapar con vida. Lo intentó: en julio de 2008, dejó a José Manuel Zerda, su pareja, al descubrir que tenía una doble vida y que había tenido un hijo con otra mujer. Él no aceptó la ruptura y la llamó, la llamó, la llamó… una semana después, fue asesinada a golpes en casa frente a su bebé. «La encuentran los familiares que vuelven de un paseo y encuentran llorando a la nena. ¿Qué pasa con la nena?, se preguntan y cuando llegan la ven al lado de la mamá muerta», detalla Miriam Zambrano, la hermana mayor de Adriana, al recordar el asesinato, ocurrido en Palpalá, una localidad de la norteña provincia argentina de Jujuy.
«Tenía traumatismo de cráneo con pérdida de masa encefálica, hematomas en los brazos, en las piernas, marcas de cigarrillo», recuerda Zambrano, enfermera de un hospital porteño. Por el lugar donde tuvo lugar el crimen y por la cantidad de contusiones que presentaba el cuerpo, la familia dejó el caso en manos de la Justicia, confiada en que el homicida recibiría una pena elevada. Pero no fue así: Zerda fue condenado a cinco años de cárcel por «homicidio preterintencional», es decir, el tribunal consideró que la había matado sin querer.
Zambrano denuncia que «las influencias políticas» del agresor estuvieron detrás de la manipulación de pruebas y de la baja condena. La sentencia fue confirmada en segunda instancia y está a la espera de la resolución definitiva en la Corte Suprema. «Buscamos justicia», indica. Su caso, silenciado por los medios locales, fue dado a conocer por la Asociación Civil Casa del Encuentro, que decidió bautizar con el nombre de esta víctima jujeña el Observatorio de femicidios, que lleva un registro anual de las mujeres asesinadas por violencia machista desde 2008.
El juez condenó a Zerda a cinco años de cárcel al considerar que la mató sin querer
De los cinco años de condena, José Zebra cumplió dos, por buena conducta. Ahora pelea por la tenencia de la niña con la abuela materna, la que la ha criado desde que se quedó huérfana de madre. Con ocho años ya, la menor ha manifestado en varias ocasiones que no quiere ir con su padre, pero la justicia la obliga a visitarlo tres veces por semana. «Tenemos miedo. De la misma manera en que dice que fue sin querer lo de Lili, sin querer puede pasar alguna cosa con mi sobrina», señala Miriam.
«De alguna manera tiene que haber algo para que dejen de matar a mujeres como si fueran perros», dice Zambrano
Junto con el resto de la familia, hace campaña para que se apruebe el proyecto de ley para la pérdida automática de la responsabilidad parental del feminicida condenado. Cree que en estos ocho años ha aumentado un poco la conciencia ciudadana sobre la violencia machista, pero a la vez, advierte que el avance es demasiado lento y a las mujeres las siguen matando. «De alguna manera tiene que haber algo para que dejen de matar a mujeres como si fueran perros. Tiene que haber algo para que se diga ‘basta, basta'». No lo solucionará un hechizo mágico, sino un cambio cultural, tal y como recordaba en la marcha de hace un año una de las pancartas: «Para decir #NiUnaMenos hay que dejar de criar princesas indefensas y machitos violentos».
Fuente: elpais.com