César Vidal*Hace unas décadas, se estrenó en España una comedia de no especial calidad, pero de título extraordinario: ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? La cinta se burlaba de aquellos que dicen amar a una persona cuando, en realidad, lo único que pretenden es llevarse a la cama a un ser más o menos deseable. He recordado esta perversión del lenguaje – ya sabe el lector que es un tema que llevo estudiando décadas – con ocasión de la matanza de Orlando que tuvo lugar el fin de semana pasado. Yo habría esperado – ¿era mucho pedir? – que tanto los medios como los políticos hubieran hecho referencias al terrorismo islámico. La verdad es que razones sobraban.El autor del crimen, un joven llamado Omar Mir Sediq Mateen, se había declarado leal al ISIS, era vigilado por el FBI desde hacía años porque algunos de sus conocidos habían avisado de que en sus conversaciones ensalzaba el terrorismo islámico y además tenía un padre que, más que conocidamente, ha apoyado repetidas veces por televisión a los talibán afganos. La afiliación del personaje difícilmente hubiera podido ser más clara. Pues bien, una y otra vez, al “sexo” se empeñaron en llamarlo “amor”, por supuesto, por razones no del todo confesables.Que así fuera en algunos casos, puede tener cierta lógica aunque sea perversa. Por ejemplo, Alberto Garzón, factótum del Partido Comunista Español y número dos de la coalición con la chavista Podemos, incurrió en la colosal majadería de atribuir las muertes al heteropatriarcado. No debe sorprender porque, a fin de cuentas, la dictadura islámica de Irán ayuda a Podemos quizá no menos que Venezuela y no es cuestión de malquistarse con un financiador internacional.Que el alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Zeid Ra’ad Al Hussein o el primer ministro palestino, Rami Hamdala no hayan mencionado el terrorismo islámico es grave, pero convengamos en que nadie con algo de información y sentido común puede abrir la boca a causa de la sorpresa. A decir verdad, lo extraño hubiera sido que actuaran de otra manera. Sin embargo, que en ese mismo silencio hayan incurrido el secretario general del Consejo de Europa, Thorbjorn Jagland o el presidente israelí, Reuvén Rivlin es cuestión distinta. A decir verdad que la Unión Europea e Israel que han sufrido las dentelladas del terrorismo islámico llamen “amor” al “sexo” resulta, ciertamente, inquietante.Tampoco el panorama de la nación donde se ha perpetrado el horror se ha revelado alentador. Es cierto que la condena ha sido esperanzadamente generalizada y que incluso ha habido algún grupo de jóvenes musulmanes que ha acudido a orar delante del lugar del drama. Sin embargo, que el terrorismo islámico se convierta en sólo “doméstico” (Obama); que se haya intentado reducir el problema al control de armas (Hillary Clinton), a la inexistencia de una lista de musulmanes (Trump) o a un supuesto auge de la homofobia obliga a sentirse inquieto. Porque cuando se analizan los hechos fría y objetivamente, el “sexo” no es “amor”.A decir verdad, hay conclusiones que resultan obvias:
- Cualquier matanza resulta odiosa porque la vida humana es sagrada. Puedo conceder un plus de horror cuando las víctimas son un colectivo concreto, pero no se puede justificar ninguna matanza.
- Un prudente control de cierto tipo de armas – por ejemplo, los fusiles de asalto – resulta sensato, pero los asesinatos de Orlando no derivaron de esa circunstancia de manera fundamental sino de una ideología concreta. A decir verdad en algunas naciones europeas el número de armas por ciudadano no es inferior al de Estados Unidos y no se cometen crímenes de este tipo.
- Aprovechar la matanza para acusar de homófobos a los que no están dispuestos a doblegarse ante la agenda del lobby gay constituye una miserable e interesada falacia. En estos momentos, en Estados Unidos, se libra una batalla para que los transexuales utilicen baños distintos a los que les corresponde por su sexo lo que ha provocado la repulsa reconozcamos que comprensible de infinidad de padres. Aprovechar estas muertes para avanzar en ese objetivo que, seamos sinceros, desafía el sentido común más elemental, constituye una conducta de muy difícil defensa. Si los asesinados hubieran sido demócratas de ahí no se desprendería que hay que votar a Hillary Clinton; si hubieran resultado republicanos no existiría obligación alguna de otorgar el voto a Donald Trump y porque las víctimas hayan sido homosexuales no hay que comulgar con la agenda del lobby gay.
- La presencia en Occidente de centenares de miles de personas que simpatizan con el terrorismo islámico y que incluso forman parte activa del mismo no puede seguir siendo pasada por alto. Por supuesto, salta a la vista que no puede etiquetarse a todos los musulmanes de terroristas o de filo-terroristas; pero tampoco es sensato no adoptar una serie de medidas articuladas por las distintas autoridades que vayan más allá de esconder la cabeza bajo tierra o calificar a los atentados islámicos con cualquier nombre salvo ése.
- Una sociedad siempre se verá mejor servida cuando le dicen la verdad que cuando le sirven en bandeja las mentiras ideologizadas que benefician a determinados grupos.
No tengo la menor duda de que habrá sujetos que, agarrándose a lo sucedido en Orlando, intentarán avanzar sus agendas con mayor o menor razón, pero semejante conducta es totalmente inaceptable y más cuando pretende aprovecharse de medio centenar de cadáveres. Si queremos evitar tragedias como la de Orlando – y tenemos que desearlo así – debemos empezar a llamar a las cosas por su nombre, y hacerlo antes de que tenga lugar entre nosotros la próxima matanza cuya identidad se niega obcecadamente afirmando que es “amor” lo que no pasa de ser “sexo”.*Historiador y escritorInteramerican Institute for Democracy – Miami