Un hombre intenta beber de su taza de té pero es incapaz de hacerlo, está demasiado enfermo. Los excesos de la noche anterior se han traducido en unos temblores que le impiden mantener la serenidad suficiente para beber de la taza. Una mujer desconocida se acerca, coge la taza entre sus manos y la acerca a sus labios, ayudándole a beber sin dejar de mirarle a los ojos. A partir de ese momento, no van a separarse ni un sólo día en los 10 años siguientes. Esta escena podría estar sacada de un melodrama de Hollywood, pero es algo aún mejor: Richard Burton y Liz Taylor conociéndose por primera vez y desatando la que sería la relación más famosa del siglo XX y el matrimonio que creó el concepto de «celebridad».
Antes de Liz y Richard las estrellas de Hollywood eran iconos etéreos. Su vida privada, sus escándalos e incluso sus delitos quedaban ocultos gracias a una industria que protegía la imagen impecable de sus mitos. Los actores podían hacer lo que les diera la gana en su alcoba siempre y cuando matuviesen las apariencias con profesionalidad. Pero la ferocidad con la que Taylor y Burton vivían su amor hizo incontenible el escándalo: ambos estaban casados cuando se fugaron juntos a Italia. El Vaticano condenó públicamente su relación describiéndoles como unos «vagabundos eróticos» e incluso el Congreso de Estados Unidos se planteó prohibirles la entrada al país (ambos amantes eran británicos) como habían vetado a la sueca Ingrid Bergman tras su aventura adúltera con Roberto Rossellini.Los espectadores, por su parte, se mostraron insaciables ante este espectáculo público de vagabundeo erótico. El mundo entero se dio cuenta de que sólo había una cosa que le gustase más que las estrellas con una imagen intachable: las estrellas que aireaban sus detalles más íntimos. Ya fueran sexuales, amorosos o de estilo de vida. El rodaje en el que se conocieron, Cleopatra, acabó siendo la producción más cara de la historia del cine y su director planteó la posibilidad de dividirla en dos películas Cesar y Cleopatra/Marco Antonio y Cleopatra para amortizar la inversión (demostrando ser un visionario comercial). Los productores se negaron. ¿Quién iba a querer ver la primera parte? En ella no salía Marco Antonio y lo que todo el mundo se moría por ver era la tensión sexual entre Richard y Liz.
A partir de su boda en 1964 la prensa se obsesionó con la pareja. Lejos de proteger su intimidad, Richard y Liz parecían encantados de compartir su fastuosa vida con el mundo entero. Era como si al haberse conocido rodando la película más cara del mundo, su matrimonio estuviera marcado por el exceso y el derroche. Yates, aviones privados, mansiones, obras de arte(desde Picasso a Van Gogh, Renoir o Rembrandt) y joyas. Muchas joyas. La fascinación de Liz Taylor con las piedras preciosas era voraz, pero su marido estaba decidido a saciarla hasta el punto de comprar el diamante más caro del mundo (un Cartier de casi 70 kilates valorado en un millón de dólares), una extravagancia que bautizó el pedrusco para siempre como «el diamante Taylor-Burton».
Tanta lujuria era imposible de controlar, lo cual a veces era romántico y otras veces insoportable. La adicción al alcohol de él y a los sedantes de ella explotaban en discusiones atroces que supusieron una pesadilla para todos aquellos que trabajaron en las 11 películas que el matrimonio rodó durante su relación. ¿Quién teme a Virginia Woolf?, la historia de un matrimonio alcohólicos que se odiaban apasionadamente, parecía un juego perverso en el que las dos estrellas convertían sus discusiones en un parque temático. Los amigos de la pareja contaban que a Liz y a Richard les encantaba discutir, en privado o en público, y se tomaban los insultos como preliminares sexuales. Cada bronca se convertía en una noche de pasión y una nueva joya a la mañana siguiente. «Elizabeth tiene un nuevo zafiro», le explicaba Richard al director de la película, «creo que es de 39 kilates, y no va a venir a rodar hoy; está demasiado fascinada admirando la piedra con una mano y comiendo pastel de riñones con la otra».
La naturalidad con la que Richard y Liz hablaban de sus sentimientos y su furia sexual sería un escándalo hoy en día, así que en los 60 era directamente una revolución en la cultura pop. «Si te excitas hasta jugando al Scrabble, es que es amor», garantizaba ella. Él respondía: «Liz es una actriz brillante, bella hasta extremos que superan los sueños de la pornografía, puede ser arrogante y obstinada, es clemente y cariñosa. Tolera mis imposibilidades y borracheras, ¡y me quiere! Y yo la querré hasta que me muera». El matrimonio concedía entrevistas en su casa, abriéndole la puerta al mundo entero y destruyendo para siempre la barrera entre la imagen pública y la vida personal de los famosos. A partir de ahí, el público nunca se conformaría con menos.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
«LIZ ES UNA ACTRIZ BRILLANTE, BELLA HASTA EXTREMOS QUE SUPERAN LOS SUEÑOS DE LA PORNOGRAFÍA, PUEDE SER ARROGANTE Y OBSTINADA, ES CLEMENTE Y CARIÑOSA. TOLERA MIS IMPOSIBILIDADES Y BORRACHERAS, ¡Y ME QUIERE! Y YO LA QUERRÉ HASTA QUE ME MUERA»
Daba igual la película que supuestamente tenían que promocionar. Richard y Liz eran un espectáculo de la naturaleza en sí mismos que la gente quería observar como animales en un zoológico. Richard se sentaba en el sofá, se ponía un coñac y empezaba a contar que un señor galés desconocido había entrado en su casa a pedirle dinero. «Tengo que dejar de esconder la llave debajo del felpudo», se disculpaba Liz, para a continuación comenzar a explicarle al entrevistador que tenía un nuevo zafiro y que venía con un destornillador para poder convertirlo en anillo o en broche. «Se te ve el culo, mi amor», le advertía Richard. «¿Y qué, está bonito?» respondía Liz.Sus exhibiciones domésticas ante la prensa parecían funciones de teatro calculadas para cautivar a todo el mundo presente, pero ese amor no podía escribirse. Tampoco era fácil describirlo, pero desde luego no sería porque la prensa de la época no lo intentó.También imposible sería mantener esa arrebatada forma de vida durante mucho tiempo. Tras 10 años de matrimonio Liz Taylor y Richard Burton se separaron. Era el segundo divorcio de él y el cuarto de ella. Durante una reunión con sus abogados para acordar las cláusulas de su divorcio, la pareja volvió a sentirse atraída por ese magnetismo más fuerte que ellos y se dieron una nueva oportunidad. Se casaron de nuevo en Botswana en 1975, «en la sabana, con los nuestros» declaró Liz presumiendo una vez más de la ferocidad animal de su matrimonio. Pero su amor era una bombra de relojería y este segundo matrimonio duró sólo 7 semanas, en las cuales Richard regaló 7 diamantes a Liz. Durante el resto de su vida, ambos siguieron obsesionados el uno con el otro. «Quizá nos quisimos demasiado» confesó Liz en un gesto folclórico, como si se les hubiera roto el amor literalmente de tanto usarlo. La actriz se casó dos veces más, pero no tuvo reparos en reconocer que después de Richard, todos los hombres de su vida habían sido simplemente compañía.
En 2010 Liz Taylor compartió sus cartas de amor con el periodista de Vanity Fair Sam Kashner, quien las recopiló en un libro llamado El amor y la furia.Le dejó leer todas menos una: la breve carta que Richard le escribió a Liz en 1984 intentando convencerla de que volvieran a intentarlo. En ella Richard se despedía con un conmovedor «quiero volver a casa». Pero Liz no tuvo tiempo de responderle: Richard Burton murió tres días después y la carta descansó durante años en la mesilla de Liz, junto a su cama.
Según el hermano de Richard Burton, pocos días antes de su muerte el actor le confesó que nunca había dejado de querer a Elizabeth y nunca lo haría. La viuda de Burton le pidió a Liz que no asistiera al funeral para evitar el alboroto mediático. Entre la multitud de enormes coronas de flores, a muchos les llamó la atención la presencia de una sencilla rosa roja a los pies del sepulcro de Richard. Tras tantos años de excesos, ya no hacían falta grandes demostraciones de amor y dolor. Todo el mundo conocía la pasión que había marcado la vida de Richard y Elizabeth y que por extensión había cambiado para siempre la forma en la que la prensa y el público consume a las estrellas de Hollywood.
Elizabeth Taylor no dejó de recordar al amor de su vida durante los 25 años siguientes, en los que aquella carta reposó sobre su mesilla. «Richard y yo tuvimos tiempo juntos, pero no el suficiente». Con amores así, nunca es suficiente.
Fuente: www.revistavanityfair.es