¡¡¡Arriba La Paz, arriba La Paz… abajo el interioooorr!!!…


joseluisbolivarJosé Luis Bolívar Aparicio

Hágame el favor de no enojarse amigo mío, y mucho menos pensar que soy un regionalista acérrimo, ésta no es una exclamación mía ni mucho menos, era la retórica repetitiva de Rogelio, un loro disparatero, muy mal hablado y sumamente malcriado, propiedad de Doña Juana, una comadre cincuentona de mi abuela, rolliza y pechugona que vestía unos zapatones horribles y unos vestidos floreados enormes como carpas pero que recuerdo con más risa que nostalgia retrotrayéndome a esta frase que su pajarraco pregonaba al viento durante el desfile de teas de los 15 de julio a la altura del Prado, en una casona republicana a la que nos invitaba para presenciar tan sublime acto de civismo nocturno en los altos del desaparecido café Tokio y donde hoy se venden unos sabrosos pollos que se transformaron en un clásico de la culinaria paceña.

Doña Juana se esmeraba esas noches, y nos recibía con un entusiasmo sin igual, y es que ella como muchos de sus invitados era una paceña de cepa, pese a haber nacido en Comarapa, y el civismo le invadía el alma; esas veladas al calor de los sucumbés, ponches y tés con té que acunaban entre pecho y espalda sus contertulios, conversaba siempre alegre y entusiasta y no se olvidaba de contarle a mi abuela las palizas que le ponía a don Severo por negrero, un empleado de la Renta bajito, petacón, tipazo y según contaba el mismo, buenazo para la taba que aprendió en su natal Tupiza, situación que no le impedía sentirse un auténtico pico verde después de los casi de 30 años que llevaba viviendo en La Paz, luego de que su hermano, un miliciano movimientista lo trajera a sus 14 años a defender la revolución y de paso conseguir y conservar pega, cosa que hizo muy bien pues se jubiló en la misma que le asignó el partido y en la que se mantuvo incluso durante la etapa militar.



¡Esos sí que eran desfiles! estaría diciendo mi abuela, una uyunense, más paceña que el chuño que me enseñó las mejores cosas que puede educar una madre, a orar, a respetar a Dios, a la Patria y a los mayores, a cuidar cada centavo que caiga a la bolsa, a bañarme con agua helada en un bañador, a tener los zapatos siempre bien lustrados, pero sobre todo a amar a esta hermosa ciudad donde conoció a quien después de su viudez, fue su enamorado sin derechos de ningún tipo, «Don Alberto», un paceño botarate y fiesta cuetillo que había partido a sus 16 años desde su natal Oruro a defender la Patria y que no se cansaba de contarme sus heroicas proezas en las arenas del Chaco cuando agarrando su «piripipí» limpiaba a cuanto Pila se le cruzaba en el camino y que con la ayuda de millones de onomatopeyas me relataba cómo no había uno que le pueda hacer frente ni a los lapos. Eso sí, el pobre tenía que aguantarla a mi abuelita cuando se tomaba sus traguitos y se acordaba de mi abuelo. Don Juan Aparicio Reyes, otro Patricio Paceño que dejó su natal Sucre con sueños juveniles y que antes de darse cuenta se convirtió en un stronguista extremista que al igual que miles de bolivianos al oír el clarín de la guerra llamando a defender la Nación, en su calidad de Secretario General del Club The Strongest, no dudó en ir al frente de combate al mando de todo el plantel, directiva e hinchas gualdinegros para batirse ante la metralla enemiga en la gloriosa Cañada Strongest, que hasta hoy nos llena de orgullo.

Desde aquellos hermosos balcones coloniales también veían el paso de los marchantes que portaban teas y piolines con los colores de la bandera nacional y departamental y los decoradísimos carros alegóricos Doña Sobeida y su hija la Techi, dos benianas que llegaron a la tierra de Alonso de Mendoza para hacer de ella su cuna, tan así que preparaban unos fricasés inolvidables para todos los asistentes a esta velada que los esperaban por minutos para degustar al amanecer a modo de «curar el cuerpo».

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También estaba Lidia, una camba buenona que se dedicaba a la peluquería con doña Pancha, cochala que ostentaba unos t´usus que ni Maradona. El Chichi, un chapaco bolivarista que tocaba el pinquillo todas las noches en el conventillo de la Comercio esquina Bueno desde las once de la noche hasta la una de la mañana y que a veces daban ganas de majarlo a palos pues su repertorio aunque de buena calidad, era sumamente escaso. Eso sí, una vez terminado el desfile, sus virtudes de soplaquena eran requeridas para que interprete las hermosas notas del tango Illimani. Su novia, la Tere, una orureña menudita, daba la impresión que se iba a volar con el primer ventarrón y que lo único que la mantenía pegada a tierra eran esos enormes lentes poto de botella que le permitían ver algo, aunque claro no mucho porque caso contrario nunca lo hubiera «chekeado» al Chichi, el pobre era bastante federico.

En fin, como se habrá dado cuenta, en aquellas reuniones vecinales de vísperas del 16 de julio, el único paceño de nacimiento era yo, pero quizás era en aquel entonces el menos enamorado de esta hermosa ciudad cuya característica principal es justamente esa, recibir a todos los hijos de esta hermosa Patria y cobijarlos como propios sin distinción alguna, sin discriminación y dándoles a todos la misma oportunidad para que con su esfuerzo y tesón consigan todo lo que desean y se hagan por decisión y adopción «chukutas pico verde» como cualquiera que haya visto por primera vez la luz en el valle de Chuquiago Marka.Yo no voy a ser radical ni oportunista como aquel loro malcriado, pero con mucho orgullo y eximiéndome de cualquier extremismo voy a decirle al mundo entero….¡¡¡Viva La Paz y nadie más!!!(*) Paceño, stronguista y liberal