Pedro Corzo*Los crímenes de la dictadura de los hermanos Castro han permanecido por décadas cubiertos por una cortina de intereses, mezquindades y compromisos ideológicos, por lo que estuvo muy acertado el disidente cubano Leonardo Rodríguez Alonso cuando se preguntó desde su natal Camajuaní si los muertos también tenían privilegios.Días antes, Rodríguez Alonso había comentado la justa difusión que habían tenido los desaparecidos de Ayotzinapa y lo importante del reclamo de que se hiciera justicia a tan horrendo crimen, a la vez que evocaba el trato diferente que medios internacionales y los propios cubanos les han concedido a las víctimas del remolcador 13 de marzo, 37 personas, incluidos diez menores de edad, asesinados por decisión expresa del régimen castrista.La inquietud de Leonardo se sostiene sobre fundamentos sólidos, porque, a la vez que elogia la persecución y la necesaria sanción a los asesinos de los estudiantes mexicanos, afirma que, en Cuba y el mundo, se conoce quiénes fueron los verdugos de las víctimas del remolcador, crimen autorizado por Fidel y Raúl Castro y que, a pesar de ese conocimiento, ni los autores materiales ni intelectuales han recibido sanción por ese asesinato en masa ocurrido el 13 de julio de 1994 al norte de la bahía habanera.El propio dictador en jefe, Fidel Castro, reconoció públicamente su complicidad en el crimen cuando se preguntó: «¿Qué vamos a hacer con esos trabajadores que no querían que les robaran su barco, que hicieron un esfuerzo verdaderamente patriótico? ¿Qué les vamos a hacer?».Sin dudas, el crimen mayor que ha cometido la dictadura cubana contra personas que han intentado abandonar el país ha sido el del remolcador, pero lamentablemente no es el único. Hay una larga lista de atrocidades similares, como el relacionado con el barco XX aniversario, que navegaba por el río Canímar, Matanzas, con cerca de un centenar de personas cuando fue secuestrado por tres jóvenes. La reacción de las autoridades no fue negociar sino atacar, el barco fue ametrallado, embestido por otra embarcación hasta que se hundió.Rescataron a once personas con vida, del agua sacaron diez cadáveres, el resto de los pasajeros pereció en el casco sumergido, al igual que ocurrió con las víctimas del remolcador.Otro suceso que confirma el deprecio a la vida humana de parte de las autoridades cubanas tuvo lugar en la Marina de Barlovento, conocida en la actualidad como Hemingway. Una noche de enero de 1962, un grupo de 29 personas abordó una embarcación para huir del país, ignoraban que la seguridad del Estado, al tanto de la fuga, había colocado una pesada cadena en la misma salida del canal y, situada en el mismo lugar, una nave de la Marina que abrió fuego indiscriminadamente contra ciudadanos indefensos. Murieron cinco personas, los sobrevivientes fueron condenados a 20 años de prisión.Estos crímenes y otros similares son las más de las veces ignorados por el pueblo de la isla como consecuencia del férreo control de la información; además, por el apreciable desinterés, la desidia de muchas personas en conocer lo que ocurre más allá de la puerta del lugar donde reside, máxime si ese conocimiento está asociado en alguna medida con la política.Mientras el individuo no asuma conciencia ciudadana, el régimen contará con absoluta impunidad. El sujeto tiene que considerarse parte de la comunidad y asumir que lo que ocurre en su entorno en alguna medida le afecta.Hay que reconocer que la dictadura ha sido exitosa en crear una masa de subordinados que cumplen las órdenes que les imparten, sin que importen las consecuencias. Sin embargo, cuando la masa cesa en sus funciones, sus componentes asumen actitudes de egoísmo extremo y actúan mezquinamente, sin considerar que el desamparo que sufre el amigo o el vecino es una realidad que también lo amenaza.Un régimen como el de los hermanos Castro combate violentamente a quienes se les enfrentan y demanda obediencia absoluta a quienes aceptan integrar su servidumbre.El siervo es sujeto de la voluntad del amo y, por desgracia, muchas veces se percata de esa realidad cuando sus intereses son afectados. En ese momento, reclama solidaridad, grita que todos somos hermanos, que debemos ayudarnos los unos a los otros, por lo que hay que preguntarle: «¿Qué hiciste, qué dijiste cuando hundieron el remolcador o la dictadura cometió uno de sus muchos crímenes?».*El autor es periodista cubano. Vivió en Venezuela por doce años. Preside actualmente el Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo.Infobae – Buenos Aires