
De todo eso no se habla en el festival de San Sebastián, y sí de su estrafalario vestuario, marca de la casa (un vestido con dos dragones que lució en Cannes en 2010 acabó dos años más tarde en el Victoria & Albert Museum) donde hoy protagoniza en la sección Oficial a concurso I’m not madame Bovary, que describe la lucha de una mujer contra la burocracia china: quiere que se revierta su divorcio, realizado por cuestiones económicas, porque su marido le engañó. Y además espera dejar claro que no es una adúltera -de ahí el título internacional de este drama-. Ella sola va poniendo en aprietos a diferentes escalafones del aparato estatal: jueces, alcaldes, delegados. «Yo he hecho esta película porque creo que ha llegado el momento de cambiar mi carrera», asegura. A su lado, en la entrevista, el director Feng Xiaogang, el considerado Spielberg chino por su éxito en la taquilla, aunque lo suyo sean las comedias. Ambos han virado para sumergirse en un dramote que no deja en buen lugar al aparato burocrático del Partido Comunista Chino, que según el dibujo fílmico está lleno de tipos grises e inútiles sin ninguna capacidad de iniciativa salvo la de pasar los marrones al de abajo.
Fan ha decidido no centrarse en Occidente por temor a que lanzarse a por un estrellato occidental resquebrajara su poderosa base nacional. Así que rueda constantemente en su país y lo simultanea con otras películas como Atrapa a un ladrón, con Johnny Knoxville y Jackie Chan, la única estrella famosa de verdad a ambos lados del Pacífico. En I’m not madame Bovary aparece con la cara lavada, el pelo recogido y su rostro va progresivamente envejeciendo según transcurren los años. Vamos, irreconocible. Y nada que ver con la cara pálida en tono blanco arroz y una larga trenza -en China siguen mucho sus cambios de peinado y ella pide tres horas previas de maquillaje y peluquería antes de sus apariciones públicas- con la que recibe a la prensa. «Ahora mismo yo sola escojo mis proyectos. Escucho a la gente que me rodea, pero la última palabra es mía. Y el resultado ha reafirmado mi decisión».
La conversación entra en una deriva absurda por culpa de los fallos de traducción. En un momento del drama, a la protagonista la viola su nuevo novio. La mujer recalca que le ha violado, él le responde que llevaba años queriendo mostrarle su amor y que si le ha gustado, y ella responde que ha sido lo más bonito que le ha pasado en la vida. ¿No les preocupa el mensaje? «Bueno, en los pases hace pocos días gustó mucho». ¿Perdón? Es una violación. «En realidad, no es tal, sino que se ve con humor negro. En esta película un espectador puede sonreír hasta más de 50 veces, y eso nunca me había pasado». ¿No han tenido problemas con la censura con esa imagen del funcionariado? «Bueno, es humor negro», responden los traductores, ya que Fan no habla inglés. ¿Perdón? «Sí, creo que eso se le escapa al espectador occidental y que mis compatriotas lo van a entender mejor», responde de nuevo. «Cada país tiene sus propios problemas», intercede el director. «Lo que queremos es un mundo y una China mejor. Lo mismo es un problema de traducción». Lo mismo.
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Fuente: elpais.com