La falsificación del supuesto eslabón perdido puso patas arriba el estudio de la evolución humana.En el año 1907 un grupo de científicos belgas, franceses y alemanes descubrió los primeros fósiles que arrojaban luz sobre la evolución humana. Cerca de la ciudad alemana de Heidelberg se halló una mandíbula de notable importancia para la antropología por ser el fósil más antiguo de lo que iba a ser una nueva especie, el Homo heidelbergensis. En aquella época, los lazos geopolíticos entre el Reino Unido y el continente eran relativamente débiles, tensiones que se pusieron de manifiesto años más tarde con el estallido de la Primera Guerra Mundial. Los británicos, celosos de estos hallazgos, deseaban encontrar su propio «hombre primitivo» para llevar gloria a sus tierras.En este contexto aparecieron los arqueólogos Charles Dawson y Smith Woodward. En una reunión de la Sociedad Geológica de Londres, en diciembre de 1912, afirmaron haber descubierto el eslabón perdido entre los simios y los seres humanos con el hallazgo de unos fósiles en la localidad de Piltdown, al sur de Londres. Éstos incluían una mandíbula simiesca, partes de un cráneo similares a los de un humano y un diente canino que bien podría haber pertenecido a cualquiera de las especies. En conjunto parecían sugerir que su propietario habría exhibido características de ambos y apoyaba los postulados darwinianos.
Trabas para el estudio de la evolución
El fraude afectó significativamente a las primeras investigaciones sobre la evolución humana. Llevó a los científicos hacia un callejón sin salida en la creencia de que el cerebro humano aumentó de tamaño antes de que la mandíbula se adaptara a los nuevos tipos de alimentos. Los fósiles australopitecos del niño de Taung (Sudáfrica, 1924) fueron ignorados debido al apoyo al Hombre de Piltdown como el eslabón perdido, confundiendo así durante décadas la reconstrucción de la evolución humana.
Hasta doce sospechosos fueron acusados del engaño, pero tres de ellos con bastante fuerza. Uno fue Smith Woodward, el ayudante de Dawson, a quien se le encontró una colección de huesos teñidos y alterados. Otro fue Teilhard de Chardin, un sacerdote jesuita, que ayudó en las excavaciones en Piltdown. Tampoco se escapó de las sospechas el famoso creador de Sherlock Holmes, Arthur Conan Doyle, quien vivió cerca de la localidad inglesa y era miembro de la misma sociedad arqueológica que Dawson y los demás. Doyle escribió acerca de los simios antiguos en su novela «El mundo perdido», de la que pudo haberse inspirado para engañar a la comunidad científica.El pasado mes de agosto, más de cien años después la perpetración del fraude, se desvelaron los resultados de una revisión del caso que comenzó en 2008. Análisis forenses de alta tecnología han llevado a concluir que los dientes del Hombre de Piltdown pertenecían a un mismo orangután y el cráneo a dos o tres humanos medievales. También han podido identificar el modus operandi, demostrando que hubo solo una persona manipulando las muestras, y Charles Dawson fue el único asociado con el segundo Hombre de Piltdown. La motivación de Dawson probablemente habría sido la ambición científica y el deseo de ser aceptados en la élite.Resulta curioso que la misma ciencia que Dawson usó para engañar y vanagloriarse, ha sido la que ha desvelado uno de los más grandes fraudes de la Historia.
Fuente: muyinteresante.es