Ni los dolores de su enfermedad, ni sus problemas con el alcohol, ni siquiera la falta de papeles en Hollywood para las mujeres de su edad. Nada puede con Kathleen Turner.
Quizá sea la mezcla de su meteórica trayectoria y su fuerte personalidad; de su carácter indómito y sus sinceras opiniones sobre los demás. Quizá sea que las estrellas de su generación tienen una dimensión distinta, inalcanzable, lejos de la cercanía que produce la sobreexposición mediática de los actores en la actualidad. Quizá porque siempre me haya resultado inaccesible, lejana, una auténtica Hollywood star. El caso es que la perspectiva de entrevisar a Kathleen Turner (Misuri, Estados Unidos, 1954) me resulta inquietante.
Han pasado más de 30 años desde que hiciera su debut con ‘Fuego en el cuerpo’ (1981) y se convirtiera en la gran femme fatale cinematográfica de los ochenta, y me aterra pensar que haya podido perder su encanto.
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“¡Van a asesinarme!”, exclama Turner cuando irrumpe en escena con pasos de camionero y se abalanza sobre una botella de ginebra, mientras su joven amante, una rubia de aspecto adolescente, la mira aterrada. El público la recibe con una ovación. Estamos en el teatro Long Wharf de Connecticut, donde Turner protagoniza ‘El asesinato de la hermana George’, una controvertida comedia escrita por Frank Marcus que en 1968 llevó al cine Robert Aldrich. Su intrincada trama sobre el lesbianismo era tan escandalosa que la censura inglesa estuvo a punto de prohibir su estreno.
“Para los hombres es especialmente difícil la escena de la seducción entre mujeres porque les hace sentir que hay más competencia de lo que ellos creen”, explica Turner, que me ha recibido en su camerino una vez terminada la representación. “Nunca he entendido la cultura norteamericana en lo que respecta al sexo. En este país no se habla de sexo, pero se usa para vender cerveza. El personaje de la hermana George me parecía intrigante y me apetecía explorarlo”, continúa.
Impacta verla en persona. No ha envejecido mal, simplemente ha envejecido, un lujo que pocas actrices se permiten hoy en día. Su voz profunda, casi masculina, retumba en el cuarto y por momentos cuesta creer que la corrosiva lesbiana de sesenta años que vemos en el escenario sea interpretada por una de las mujeres más sensuales de la historia del cine. Además del papel principal, Turner también dirige la producción. “Pocos actores se atreverían a dirigirse a sí mismos”, me explica Olga Merediz, la actriz que comparte escena con Kathleen. “Los sindicatos no permiten que se filmen los ensayos y Kathleen, que está en escena la mayor parte de la obra, tiene que imaginarse cómo se ve la función desde el patio de butacas. Hay que tenerlos muy bien puestos para atreverse a hacer algo así”. Efectivamente, aunque no se ha probado científicamente que la fortaleza esté en la hombría, ni que la hombría se encuentre localizada ahí mismo, cuando hablas con Kathleen te da la impresión de que los tiene y muy bien puestos.“¿Hablas español?”, me pregunta con su voz cavernosa. E inmediatamente se lanza en ese idioma. Aunque nació en una granja de Misuri es evidente que conoce la lengua. Su padre era diplomático y a los pocos meses de nacer ella, previo paso por Canadá, se instalaron en La Habana, donde vivían cuando Fidel Castro tomó el poder en 1959. “Un día la maestra nos pidió: ‘Cierren los ojos y récenle a Dios para que les dé un caramelo’. Lo hicimos, abrimos los ojos y no había nada. Entonces nos dijo: ‘Cierren los ojos y pídanselo a Fidel Castro,’ lo hicimos y al abrir los ojos teníamos un caramelo. La maestra nos preguntó: ‘Quién os quiere: ¿Dios o Fidel?’. Fue mi último día en la escuela cubana”. La situación para los norteamericanos en La Habana se volvió insostenible y en pocas semanas tuvieron que escapar de la isla.
El padre de Turner fue asignado al consulado de Caracas. Allí creció ella con un carácter fuerte y aires de marimacho. Se negaba a ponerse vestidos y no tenía miedo a darse de puñetazos con los niños del colegio. En la adolescencia organizó un exitoso movimiento estudiantil para rechazar la imposición de usar uniformes. Cómo sería su reputación, que sus compañeros predijeron que Kathleen sería “la primera embajadora en la Luna”. A los trece años su familia se mudó a Londres, lo que le dio la oportunidad de viajar por toda Europa. Su padre murió prematuramente de un ataque al corazón y, aunque su madre se quedó en una situación económica precaria, consiguió completar la educación de sus hijos.
Kathleen eligió la interpretación. Una vez graduada y sin un dólar en el bolsillo, se fue a vivir a Nueva York. Quería ser actriz, pero la suerte no le sonrió de inmediato. Su voz de villana era demasiado áspera para vender coches o detergentes en un anuncio de televisión y, como tantos otros actores, tuvo que ganarse la vida de camarera. Hasta que en 1981 le llegó su oportunidad. Lawrence Kasdan le ofreció el papel de Matty Walker en Fuego en el cuerpo, una sexy embaucadora que enamora a William Hurt y lo convence para asesinar a su marido.Kathleen sabía que era arriesgado comenzar su carrera haciendo una película casi pornográfica, pero era una oportunidad que no podía dejar escapar. “Amé a Matty Walker desde el principio. No me molestaba la sexualidad explícita del papel porque me había criado en Europa y Sudamérica, y no me habían lavado el cerebro con la actitud hipócrita que tienen en Estados Unidos con el sexo”. Fuego en el cuerpo se rodó en Miami en medio de una helada, y el mayor reto para los actores fue aparentar que estaban muertos de calor cuando en realidad se estaban muriendo de frío. En algunas escenas tuvieron que llenarse la boca con hielo para que su aliento no despidiera vapor durante los diálogos.—¿Intuyó que esa película la convertiría en estrella?—¿Bromea? Cuando terminó el rodaje retomé mi trabajo de camarera. Sabía que los 30.000 dólares que me habían pagado por la película no darían mucho de sí en una ciudad como Nueva York.Pero Fuego en el cuerpo triunfó. A partir de ese momento Turner dejó de servir hamburguesas para especializarse en papeles de mujeres fuertes, determinadas y sexualmente emancipadas. En su repertorio no había cabida para víctimas. Quizá por eso se negaba a utilizar dobles en las secuencias de acción y su carrera en Hollywood está llena de incidentes y accidentes. De Detective con medias de seda salió con la nariz rota y de Tras el corazón verde (1984), con un Globo de Oro a la Mejor Actriz y unas formidables cicatrices en la pierna y el costado. Un año después, cuando llegó la hora de hacer la segunda parte, La joya del Nilo (1985), el proyecto casi acaba con su carrera: el guión que le presentaron le pareció tan malo que lo rechazó y el estudio amenazó con demandarla por 25 millones de dólares. Ella no cedió hasta que lo reescribieron: “Nunca más acepté hacer segundas partes y a partir de ese momento exigí el derecho a aprobar los guiones”.
Es conocido que Turner no tiene pelos en la lengua. En su autobiografía Send yourself roses. Thoughts on my life, love, and leading roles, publicada en 2008, relata abiertamente su enemistad con el actor Burt Reynolds y habla de los problemas de drogas de Anthony Perkins: “Sacaba una botellita, la esnifaba y yano había manera de saber qué iba a hacer durante la escena. Era aterrador”, ha dicho de él Turner refiriéndose a la adicción de Perkins al popper durante el rodaje de La pasión de China Blue (1984). Su franqueza también le trajo problemas cuando acusó a Nicolas Cage de sabotear el rodaje de Peggy Sue se casó (1986). Según ella, Cage fue arrestado dos veces por conducir borracho e incluso robó un chihuahua durante la producción. Cage la demandó por difamación y Turner tuvo que disculparse públicamente y abonar una suma de dinero a una causa caritativa elegida por el actor.
Mientras repasa su vida, aparecen nombres como el de Michael Caine, Maggie Smith o Michael Douglas—de quien confiesa haber estado enamorada—, sus amigos durante décadas. Sin embargo, para casarse Turner no eligió a una estrella de cine, sino al magnate inmobiliario neoyorquino Jay Weiss. Una de sus primeras peleas fue precisamente por culpa del cine. Cuando Jay vio La pasión de China Blue, el thriller de Ken Russell en el que Turner interpreta a una prostituta, le exigió que no volviera a aceptar un papel como ese. “La única que decide los papeles que voy a hacer soy yo”, contestó rotunda. A pesar de todo, el matrimonio se mantuvo unido 22 largos años.Desde joven Turner ha sido una mujer decidida y directa, características que se han acentuado con la fama y los años. La actriz contesta a mis preguntas sin rodeos. Y declina, también sin rodeos, aquellas que no le interesa contestar. Su conversación salta de lo artístico a lo político o a lo anecdótico, y se ríe a menudo y a grandes carcajadas. Su voz es uno de los atributos de los que más orgullosa está. En 1987, embarazada de casi nueve meses, grabó la voz de Jessica Rabbit, la vampiresa animada de ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, y casi da a luz en el estudio.Después del nacimiento de Rachel, su única hija, Turner continuó haciendo cine, teatro, y trabajando como activista en la lucha por los derechos de las mujeres. Pero el destino estaba a punto de jugarle una dura pasada. Mientras rodaba Los asesinatos de mamá (1994), para John Waters, empezó a sufrir dolores y fiebres. “Un día volví a casa me sentí enferma y de pronto los pies ya no me cabían en los zapatos”. Los médicos no encontraron nada. Su cuerpo se fue paralizando: primero el brazo, luego el cuello… Después de un agónico año en el que nadie supo diagnosticar su mal, su médico llegó a la conclusión de que padecía artritis reumatoide. “Esa misma noche asistí a una reunión de padres en la guardería de mi hija. Había que subir tres escalones para entrar en la escuela y tuve que luchar para poder subirlos uno a uno. El salón solo tenía sillas infantiles, y yo me puse a llorar porque sabía que si lograba sentarme en una de esas sillitas de mierda jamás podría volverme a levantar”. Su tratamiento a base de corticoides convirtió a una Turner hinchadísima en diana de la prensa amarilla. Todos asumieron que su transformación se debía a su adicción al alcohol y ella prefirió permitir ese rumor a contar la verdad: “Sabía que [en la industria del espectáculo] me contratarían aunque fuera una borracha porque el alcoholismo es algo asumido en Hollywood. Pero jamás me contratarían si supieran que sufría de una misteriosa y aterradora enfermedad que casi nadie entendía”. Su estrategia funcionó y Turner continuó trabajando, mientras se escondía entre bastidores a llorar de dolor cuando tenía que subir una escalera o cruzar el escenario subida a unos tacones. Paradójicamente, mientras se hacía pasar por alcohólica, empezó a beber para calmar sus dolores.
Con la enfermedad medianamente controlada y 46 años cumplidos, volvió a ponerse en forma para aparecer completamente desnuda en el montaje de El graduado (2000). “Fui capaz de controlar temporalmente la bebida tan pronto como estrenamos la función. Nadie puede beber y hacer ocho funciones a la semana”, cuenta con ironía en su biografía. A pesar de sus recaídas, su papel más destacado aún estaba por llegar.En 2005 Turner se empeñó en convertirse en Martha, la cáustica protagonista de la obra de teatro ¿Quién teme a Virginia Wolf?, de Edward Albee, para lo que tuvo que superar varios obstáculos —como convencer al propio Albee, que llevaba 30 años sin autorizar la producción de su obra—, además de controlar sus propias recaídas en el alcoholismo. Turner no solo cosechó el aplauso del público, también el de la crítica. Aunque su éxito en lo profesional no le acompañó en lo personal y ese año terminó divorciándose de su marido. “Durante la semana, mientras actuaba, lograba mantenerme sin beber, pero los lunes, que era nuestro día libre, siempre bebía más de la cuenta. Cuando decidimos separarnos mi necesidad compulsiva de alcohol disminuyó considerablemente. Ya no siento la presión de beber, ni la necesidad de esconderme cuando bebo. Pero es algo con lo que debo tener cuidado ahora y siempre”. Hoy en día parece que Turner no tiene reparos en hablar de sus flaquezas y reírse de sus defectos.—¿En qué punto se encuentra su enfermedad?—[Se encoge de hombros] Afortunadamente está en remisión, aunque ahora me hace falta un trasplante de codo.—¿De codo?—Así es, querido. Así que tendré que esperar a que la ciencia avance en ese sentido. Hasta donde yo sé aún no se ha hecho ningún trasplante de esa articulación.“Poca gente sabe realmente por lo que Kathleen ha pasado, la cantidad de cirugías que ha vivido por culpa de la artritis y el dolor constante que sufre”, comenta la chef Zarela Martinez, una de sus amigas más cercanas. “Le han tenido que cortar tendones de los pies y ni eso la ha frenado”, asegura.Lo único que ha estado a punto de detenerla es la propia industria del entretenimiento: “Como hay menos mujeres guionistas, hay menos papeles para las mujeres”, explica Melissa Silverstein, fundadora y editora del popular blog Women and Hollywood. “Resulta especialmente difícil para las actrices mayores como Kathleen Turner, que siempre han vinculado su carrera y sus papeles a su sexualidad. Ese es el motivo por el que suelen desaparecer una vez cumplidos los 40. Bette Midler dijo una vez: ‘Primero haces de novia, luego de madre, luego de abuela y luego del cadáver’. A las actrices mayores solo les dan roles que existen en función de la familia”. Efectivamente, mientras Bruce Willis, Arnold Schwarzenegger y Sylvester Stallone regresan al cine para encarnar héroes de acción de la tercera edad, muy pocas actrices de esa generación han vuelto a la pantalla como sex symbols. Aunque Turner, una vez más, se ha convertido en la excepción gracias a la serie Californication, en la que hace el papel de una ninfómana sexagenaria que no acepta un no por respuesta. Su papel de depredadora sexual que obliga a sus empleados a mantener relaciones con ella le ha dado algunas de las líneas más deliciosamente soeces de la historia de la televisión con diálogos como este: “Hay mucha chirla seca en Hollywood: mujeres mayores y poderosas con maridos impotentes que necesitan a alguien como tú, un tío joven, tonto y lleno de semen para que vaya a hidratarlas”, le suelta a un boquiabierto David Duchovny en una de las escenas inmortalizadas en YouTube.“El papel de Kathleen en Californication es el de una mujer que ama el sexo, pero que no depende de su atractivo físico para conseguirlo. Si no se lo dan por las buenas, ella lo arrebata”, comenta Carlin Ross, activista y educadora sexual en Nueva York. “Es una mujer mayor, con un cuerpo de mujer mayor, pero agresiva sexualmente y sin remordimientos. Muchas mujeres experimentan este renacimiento sexual después de la menopausia porque ya no temen quedarse embarazadas”.—¿Ha sido usted tan liberal como sus personajes?—[Con cara de resignación] Aunque no lo parezca he sido una mujer chapada a la antigua. Fui fiel a mi marido durante los 22 años que duró nuestro matrimonio.—Increíble.—[Con una carcajada] ¿Verdad? [Más reflexiva] A veces pienso que me faltó mucho por explorar durante mis treinta y mis cuarenta años.—¿Le gustaría tener pareja?—Me encantaría enamorarme otra vez y volver a tener sexo. Sería maravilloso. Sexo del bueno… del bueno de verdad.Turner podría tener una vida más cómoda y sedentaria. Pasar largas temporadas en Europa, algo que le encanta, continuar dando clases magistrales en la Universidad de Nueva York o seguir utilizando su fama para defender las causas políticas y sociales que tanto le apasionan. Pero ha decidido continuar actuando: “Una gran parte de mi trabajo en los últimos dos años ha sido ‘crear teatro’. Para mí es mucho más estimulante ser parte del proceso creativo que representar obras que ya están consagradas”. Esta insistencia por encontrar y crear roles para una mujer de su edad refleja bien ese carácter luchador e indómito.—¿Qué opina del cine que hace hoy en día la industria?—La verdad es que no he ido mucho al cine últimamente. Me parece que las películas de los estudios son aburridas y predecibles.—¿Tiene usted alguna actriz favorita? —Ninguna me entusiasma. Estoy harta de estas actrices que repiten el mismo papel una y otra vez. Quizá es una buena manera de forrarse pero no hay ningún tipo de exploración ni crecimiento.Siento que se frena antes de mencionar nombres. Quizá prefiere invertir su energía en sus proyectos y no malgastarla en crearse nuevos enemigos. La noto cansada y decido terminar la entrevista.—Solo me queda una pregunta…—Lo siento querido pero tengo que prepararme para la función.Y se despide con la mente ya puesta en otra parte. Y me deja solo, con la palabra en la boca, mientras sale del camerino y se desvanece por el pasillo como solo las verdades divas de Hollywood saben hacerlo.Fuente: revistavanityfair.es