Apuntes para una historia


Susana Seleme AnteloSobre el MIR algunos decían, o dicen, que «quisieron cambiar el mundo, y el mundo los cambió», sin tomar en cuenta que el cambio es constante y permanente en la historia y en la vida del género humano. Respecto al «cambio», el MIR sí cambió en la lógica de la dialéctica que ya había cambiado a gran parte del mundo, allá por los años ’60. En Bolivia el MIR contribuyó de manera significativa a cambiar la lógica política: de la práctica militar golpista y dictatorial, a la práctica democrática. Es decir, recuperar la vida democrática, tras 18 años de dictaduras militares en los años ’60, ’70 y ‘80. Estoy convenida que el MIR resumió en gran parte la experiencia política e ideológica de la historia boliviana, desde la perspectiva de la liberación política y social de aquellas décadas. Eran profundamente cristianos por religión, marxistas en economía por formación e ideología, y liberales en la acción política…Retomo esta idea de Héctor Abad Faciolince en su libro “El olvido que seremos”, sobre la realidad colombiana de esa época, de pensamiento original de Jorge Luis Borges. ¿Y por qué escribir estos apuntes para una historia del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria ahora, a 45 años de su existencia, sin habérnoslo propuesto antes, sabiendo como sabemos, que la historia es ciencia de lo que cambia, también de lo que permanece, es decir, examen de lo que en ese marco se transforma y a la vez transforma? Lo hacemos hoy porque creemos que es un deber inexcusable de la memoria pasada y presente, proyectada al futuro, sabiendo que la memoria es diversa y plural, porque hay muchas memorias. ¿Vamos a pensar como la premio Nobel Alice Munro, cuando afirma que «la memoria es la forma en que seguimos contándonos a nosotros mismos y a los otros nuestras historias»?En parte sí y en parte no, porque lo que contienen estos apuntes es el intento de rescatar una historia que dio lugar a un cambio político y social concreto y que hasta hoy vivimos: el sistema democrático, que puede tener falencias y graves fallas, no por culpa del sistema, sino de quienes lo administran, como en la actualidad. Yo soy una mirista nostálgica, porque el MIR me cambió la vida, y por eso soy agradecida. Mi agradecimiento tiene muchos nombres. Y aquí hay dos miristas con nombre y apellido, como diría mi amiguísimo Alcides Parejas. Ellos son Guillermo Capobianco y Rolando Aróstegui, a quienes conocí gracias al amigo Marcelo Araúz, que no era mirista, quizás simpatizante en esa época, cuando el MIR era la esperanza del cambio. El me los presentó una noche en su amable Crepèrie, recién llegada yo a Santa Cruz de la Sierra, desde México, en julio de 1978. Debió ser el azar, porque desde entonces el MIR se metió en mi camino, y me quedé en él, a veces en forma muy activa, y otras pasiva o muy pasiva. Y aquí sigo. ¿Cómo no agradecerles?Gracias al MIR, como otras personas, abandoné la apuesta por la lucha armada y la ortodoxia marxista-leninista-guevarista, “para que la vida no fuera asesinada en primavera”… ¡Qué frase! La dijo el ex guerrillero colombiano, Antonio Navarro Wolf, cuando el M 19 dejó las armas, en 1990, muchos años después que el MIR renunciará a la violencia armada.Fue una herejía, entonces, porque además el MIR también rompió con los dogmas comunistas, si definimos a los herejes, según la RAE, a personas que disienten o se aparta de la línea oficial de opinión, seguida por una institución, una organización política, o una academia. La herejía respondía entonces a la necesidad del cambio político en Bolivia: transitar de las dictaduras militares –como totalización de la política- a la democracia, adecuando las formas de lucha a su realidad concreta, con sus propias especificidades, partiendo de la correlación de fuerzas en el país y de su heterogéneo tejido social. Lograrlo fue la hazaña de la esperanza.Para algunos, yo entre ellos, ese tránsito significó desgarramiento intelectual y teórico de muchos años, que se camuflaba en la práctica política cotidiana por la recuperación democrática. Era también la lucha por el poder, y luego desde él. Transitamos ese cambio, no merced al arrepentimiento, sino a la razón que exige el compromiso político democrático. Y lo logramos gracias a la práctica, como única validación de la verdad, contundente axioma marxista, y a muchas lecturas. Entre otras, las de Hanna Arendt para quien «el sentido de la política es la lucha por la libertad, (y) su campo de experiencia es la acción”, que desecha el componente bélico, o el de la ‘enemistad total’ que remite a los totalitarismos. Arendt, víctima de la violencia antisemita en la Alemania de Hitler, afirmaba que las guerras y la revoluciones, justifican la violencia, y que dicha “justificación constituye su limitación política”. Es decir, se producen “al margen de la esfera política”, que no es de proveniencia bélica, sino de compromisos, concesiones, diálogos, deliberación e institucionalidad democrática en la lucha política, prácticas tan venidas a menos, hoy, después de más de 34 años de recuperada la democracia. Estos apuntes, desde la nostalgia pero sin rasgos de melancolía, tienen la intención de completar y enriquecer la historia política de Bolivia, que ha sido mezquina, y lo digo sin falsas modestias, con la generación del MIR, que fue y es la generación de la democracia: aquella que se jugó la vida por recuperarla. Cuando leí el libro de Guillermo Capobianco, “Memorias de un militante”, una de sus frases fue quizás el acicate que me impulsó para escribir con Pancho Aróstegui estos apuntes. “¿Qué iba yo a saber que estábamos haciendo historia, generando un proceso revolucionario profundo de innovación ideológica y política?» escribió Guillermo emocionado, cuando recordaba aquel tránsito, hasta ahora tan poco conocido, en gran parte porque el MIR no se preocupó de darlo a conocer. Estos apuntes han sido escritos desde la pasión política porque se trata una historia compartida y vivida sin reparos, sin que esa pasión nublara la razón. Mientras me zambullía en estos apuntes, y revisaba notas e historia de Bolivia, y releía discursos de Jaime Paz Zamora, libros de Ruber Carvalho, Rene Zavaleta Mercado, Isaac Sandoval R., H.C.F.Mansilla, Mariano Batista, Alcides Parejas, y otros nacionales y extranjeros, para poner en contexto la historia del MIR, recordé a otra mujer, la belga Marguerite Yourcenar.Y volví a “Memorias de Adriano”, libro en el que que escribió, con abrumadora certera, que «en un mundo tan dispuesto al olvido, todo lo que saca a la luz el esfuerzo del hombre, me parece saludable”. Ese es el esfuerzo, al que hemos llamado “la hazaña de la esperanza” para rescatarla del olvido, para contar a nuestra propia generación, a la presente más joven y para las que vendrán lo que fueron las luchas para arrancarle a las dictaduras la vida política democrática, de por sí, tan llena de sobresaltos y obstáculos. En estas páginas reflexionamos críticamente sobre la política que vive de la historia, del mismo modo que la historia vive de la política. Para los historiadores puede que suene a provocación, pero así ha vivido el MIR su historia política, imbricada sin equívocos a cada uno de los contextos históricos que marcaron su devenir. Con un talento táctico poco común en la práctica política boliviana, pero con la certeza de su acierto estratégico, el MIR sorteó cada coyuntura, con el deseo de libertad, igualdad y cambio. Tuvo ayuda de muchas personas. Y cito a otro amigo, el periodista Harold Olmos, que en plena dictadura, hizo un acto de compromiso democrático, cuando el MIR aceptó el desafío de participar en las elecciones de 1977, al prestar su oficina de corresponsalía extranjera para una conferencia de prensa. Creemos que aceptar ese reto, fue uno de peldaños más sobresalientes en la construcción de la hazaña de la esperanza: salir de la clandestinidad y hacerse carne en el tejido social de Bolivia. La hazaña fue la lucha por la recuperación de la democracia, de la mano, y guiados entre otros, por “la troika mirista”: Jaime Paz Zamora, Antonio Araníbar Quiroga y Oscar Eid Franco. La del MIR fue una renovación política en su tiempo, que fue nuestro tiempo y tenemos el privilegio de contarlo en primera persona: fuimos sus sujetos y marcamos un quiebre en la percepción binaria y antagónica entre “izquierda-derecha”.Y no a pesar de sus orígenes, sino precisamente gracias a ellos: la democracia cristiana y la teología de la liberación con su opción por los pobres, la radicalización ideológica de aquellos años, con los marxistas independientes y con el grupo Espartaco formado por sectores desprendidos del Movimiento Nacionalista Revolucionario.El MIR le dio al país la posibilidad para que en el futuro surgieran formaciones políticas y gobiernos más plurales, fiel al pensamiento de Carlos Marx, hasta ahora nunca superado, de que “la realidad es síntesis de múltiples determinaciones, es decir unidad de lo diverso.” Eso somos todos mezclados, mestizos biológica y culturalmente.Sin embargo, carecemos de la arrogancia para creer que el MIR solo puede encerrar las múltiples realidades de ese tiempo, las posteriores y las actuales. Carecemos de esa arrogancia porque todo debate político, y estos apuntes son para eso, ocurre entre diversas pulsiones ideológicas, económicas y de clase. Es decir, cruzada por sus condiciones materiales de existencia y a partir de sus múltiples realidades políticas, culturales, étnicas, regionales, sociales y tradiciones. Y por eso afirmamos que así como no se puede concebir Bolivia sin la Revolución de 1952 del MNR porque fue un hecho trascendental que rompió con el antiguo régimen oligárquico minero feudal, racista-excluyente, tampoco se la puede concebir sin el MIR y su gente.Ellos supieron que el sueño se hace a mano y sin permiso, arando el porvenir, como dice el poeta. El sueño era reconquista la democracia y construir el instrumento político, que entonces necesitaba y exigía el pueblo boliviano. Hoy asumimos que la política sigue siendo un imperativo de las sociedades modernas como arte de gobernar, tanto de quienes hacen política (los políticos), como del cuerpo político (las y los ciudadanos). El MIR, aunque ha perdido su personería jurídica, persigue la vida en democracia plena, no amordazada, desde los valores de la hoy devaluada socialdemocracia. Ese fue nuestro norte para responder a las urgencias de un país que exigía y exige más igualdad, más inclusión, más derechos, más oportunidades vitales como las libertades civiles y democráticas, más solidaridad, más tolerancia y respeto, más posibilidades individuales y colectivas. Son valores de la izquierda democrática. Y también los de una democracia republicana que deje de ser democracia de mercado, como pensaba el economista austríaco J. Schumpeter. Con ese término aludía a que la actividad política encubre a menudo intereses personales o partidistas, que relega al ciudadano común al poco democrático papel de votante-consumidor. «El tiempo que vivimos es difícil en extremo, y tanto que no podría decir cuál es más peligroso, si el hablar o el callar…», decía ya en 1534, el humanista español Juan Luis Vives. Casi 500 años después, seguimos viviendo el mismo peligro. El MIR habló, no calló, y le costó la vida a muchos de sus militantes. Querían evitarle más rigores a la vida de las y los bolivianos, ya tan colmada de ellos. Con su sangre fecundaron la historia, como pensaba el griego Heródoto, en el siglo 4º AC.Estos apuntes recogen en el texto, y completos en los anexos, las experiencias de algunos de sus supervivientes: Jaime Paz Zamora y Gloria Ardaya -mi invariable admiración por ella- que sobrevivieron para contarlo, desde su sufrimiento. Y también las del General de la República de Bolivia, Gary Prado Salmón, otro sobreviviente de ayer y también de hoy, frente a los embates de la injustica, el abuso y la intolerancia políticas actuales. Quienes fundaron el MIR pensaron que «cuando el tiempo urge, la historia ruge», como escribió Carlos Fuentes en su libro El naranjo. Ello explica que en esa zona perdida y fría de Tembladerani, en La Paz, los fundadores decidieran responder a las urgencias del tiempo y a los rugidos de la historia. Arropados por unos y otros buscaban, por la vía democrática la construcción del instrumento, para después ir adecuándolo al signo de los tiempos. Transformar, transformado, como parte de la historia: ciencia de lo cambiante y de lo que permanece. En estas páginas están presentes ¡cómo no! las mujeres miristas, algunas como “las guerreras invisibles”, título de un libro por escribirse. Sin ellas estos apuntes para una historia del MIR quedarían amputados.Con la madurez de 34 años de vida democrática, y más allá de cualquier error humano, hay desafíos que cumplir, como el “Mandato del 21 de febrero de 2016”, cuando la sociedad dijo NO al autoritarismo continuista, y votó por la ‘alternabilidad’ en el manejo del gobierno y de la cosa pública. La lucha continua, porque «Para poder luchar por lo que es justo, hay que empezar a reconocer lo que es inadmisible». Y lo inadmisible es que a 34 años de aquellas luchas, la sociedad boliviana no pueda vivir en libertad, la democracia que conquistó con sangre de muchos de sus mejores ciudadanos.Santa Cruz de la Sierra, 2 de marzo de 2017