Patadas de burro


José Luis Bolívar Aparicio*Hace un tiempo atrás comenté sobre un viaje que hice el año 1990 a la Argentina formando parte de una delegación de Caballeros Cadetes que representaríamos a Bolivia en el desfile del 9 de Julio, aniversario de la Independencia de la Nación Austral.Tengo muy gratas experiencias de aquel viaje, pero una en especial, más que ingrata yo la llamaría ilustrativa y me sirvió por toda la vida, para saber perfectamente la clase de personas que son quienes voy a aludir a continuación.Llegamos el sábado 7 de julio para estar preparados para el desfile pero al día siguiente, el domingo 8 de aquel mes, el país entero para lo que estaba preparado era para ver a su selección de fútbol jugando su segunda final consecutiva y la tercera de su historia, nuevamente ante el mismo rival, mismos que derrotaron cuatro años antes en el Estadio Azteca de la capital mexicana.Resulta que de aquel gran equipo del 86 que había asombrado al mundo futbolero, quedaba ya muy poco, los jugadores no eran los mismos, el técnico mucho menos y el aire entre los marplatenses, estaba enrarecido desde el principio. Maradona ya no era el “Pibe de Oro”, la droga se había apoderado de su voluntad y tanto su conducta como la de sus compañeros se notaba en el rendimiento de todo el plantel. Y es que el segundo torneo organizado por el país de la bota, como espectáculo tan sólo tendría a la mejor canción de la historia de los mundiales. Incluyendo a su mascota que era un verdadero bodrio, de fútbol se vio muy poco, empezó a importar más el resultado que el juego y todos, absolutamente todos aprendieron que era mejor defenderse bien que tratar de atacar aunque sea mal.No por nada, el segundo finalista, justamente la selección albiceleste, llegó a disputar la finalísima, habiendo perdido el partido inaugural, ganando apenas dos encuentros, y empatando todas las demás fechas, aferrándose a los penales donde las heroicas intervenciones de un Sergio Goycochea que las intuyó todas fue lo más destacado y de tapada en tapada se convirtió en el talismán de una Argentina que con Maradona sobre un solo pie, apenas podía conducir en ataque a un esquema tenaz y muy aguerrido pero falto de talento y categoría.La cosa es que entre jugadas porfiadas, mucha fortuna en los penales y hasta trampas extradeportivas como la del agua dopada a los brasileros, de la que en lugar de avergonzarse, años después se mofarían, los argentinos estaban nuevamente en la final y volverían a enfrentarse a los teutones, esta vez a la cabeza de un pragmático y eficiente Franz Beckenbauer.Ante tal acontecimiento y dado el arribo de cientos de cadetes de casi 7 países sudamericanos, los alumnos del Colegio Militar de la Nación Argentina salieron de franco y se incorporarían recién al día siguiente para el desfile.En las instalaciones quedaron tan sólo los necesarios y los que estaban de guardia, y a las 4 de la tarde de aquel soleado domingo fuimos al comedor principal para poder ver el partido y de paso acompañar a nuestros anfitriones que por cierto nos habían tratado de maravilla, con una hospitalidad fantástica.La sorpresa al ingresar al comedor, fue que en el mismo, sentados hasta encima de las mesas estaban unos 80 cadetes del Colegio Militar de Chile, los que con bastante bullicio se preparaban también para ver el match.No hubo saludos pues, ni ellos, ni nosotros, ni los dueños de casa nos acercamos para tener un ambiente, si se quiere, más cordial, nos ubicamos los pocos que entramos que no pasábamos de 20 en otro sector del recinto, y allá esperamos el inicio del encuentro.Si me imagino a Bolivia jugando la final de un mundial, creo que a esa hora me estaría comiendo las uñas hasta el codo, sin embargo nuestros hospedantes estaban tranquilos como si fueran a ver un partido de liga. Lógicamente por mil razones, estábamos hinchando por la Argentina y así de solidarios nos paramos durante el himno y aplaudíamos cualquier intervención que tuviera aroma de gol.Los trasandinos sin embargo, mantenían un silencio casi sepulcral, sin mayor escándalo siguiendo las incidencias del encuentro. El partido transcurrió como todo el mundial, largo, aburrido y con escazas emociones, hasta que cerca del final del encuentro, el juez marca un penal dudoso y casi casi sentencia el partido a favor de Alemania. Luego de un buen rato protestando por la medida, no quedó más que aceptarla, y esperar que el arquero haga una más de las suyas y siga incrementando su talla de héroe.Nada más lejos de realidad, Brehme no perdonó y pese a que “el Goyco” intuyó el remate y se estiró cuán largo era, no alcanzó ni a rozar la pelota que se chocó en las redes y le dio a Alemania su tercer lauro universal del balompié.Pero esa puñalada en ese instante no dolió tanto en aquel comedor, como el grito de gol que dieron los casi 100 cadetes chilenos que estaban detrás nuestro y que festejaron como si “la Roja” estuviera ganando ese partido. Una desubicación absoluta de tiempo y lugar que me dejó con la boca abierta, y que los argentinos presentes junto a nosotros se tuvieron que tragar callados dadas las condiciones de la presencia de estos insoportables huéspedes es que se mostraron una vez más tal y cual son de verdad.No por nada, Pinochet, 8 años antes le pasó a Thatcher las coordenadas del Belgrano, que hundieron cobardemente los ingleses, aun sabiendo que estaba fuera de la zona de exclusión.Chile no se siente parte de América, tiene un complejo de superioridad, que le hace creerse europeo en continente equivocado. No por nada ha tenido y sigue teniendo conflictos con todos y cada uno de sus vecinos, y aunque se ha hecho muy fuerte militarmente con plata ajena (el cobre que sostiene su armamento tiene residencia en territorio usurpado a Bolivia), ya quisiera verlos así de paradores con el Brasil por ejemplo.El gobierno nacional, desde que acertadamente ha decidido dejar de lado las inútiles conversaciones y acercamientos con Chile para trasladar la diatriba a un juzgado internacional, lastimosamente a plan de mucha publicidad y actos que tratan de elevar el fervor patriótico, está generando en la población, sobre todo me parece en la infancia y juventud, una especie de triunfalismo esperanzador, haciendo creer que la sentencia de la CIJ va a otorgar a los bolivianos nuevamente una salida soberana en el Pacífico.En el mejor de los casos, nos va aponer a seguir charlando con un estado que es incapaz siquiera de pensar en la más mínima posibilidad de que aquello suceda.No ha nacido chileno aun, que sea capaz de ir en contra de su Constitución y que se tire a su país en la espalda para poder negociar el territorio mapocho. Siento que un poco de realismo, nos caería mejor, pues como decía mi abuela, lo único que se puede esperar de un burro, son patadas.*Es paceño, stronguista y liberal