Te ayudamos a entender por qué a veces parecen amigos y por qué a veces no.
Se tarda menos en escribir la lista de aquellos que se han librado de los ataques de Donald Trump durante los poco más de cien días que lleva en la Casa Blanca que redactando la de los que han sido atropellados por su irrefrenable verborrea, ya sea a través de Twitter (su canal de comunicación con el mundo exterior preferido), a través de la televisión, por medio de portavoz interpuesto o en riguroso cara a cara.Repasemos. Los mexicanos, los franceses, los australianos, los suecos, los británicos, los turcos, los indios, los alemanes, los franceses, Oriente Medio en pleno, el norte de África al completo y todos y cada uno de los miembros de la OTAN han sido mencionados en algún momento, y no precisamente con intenciones zalameras, por el presidente de los EE. UU. Por no hablar de Corea del Norte, China o Siria.Si de algo no se puede tachar a Trump es de antidemocrático. Sus invectivas son multinacionales, multirraciales y multiculturales, y nos alcanzan a todos los ciudadanos del planeta por igual. Ni siquiera los americanos, o al menos una amplia mayoría de ellos (con la prensa, Hollywood y los demócratas a la cabeza del pelotón), se han librado de su correspondiente escobazo dialéctico.Y por eso resulta extraño, y sorprendente, y sospechoso, que sólo un dignatario internacional de relieve se haya librado de los escarnios del presidente americano: Vladimir Putin.Sobre la relación “especial” de Donald Trump con el presidente de la Federación Rusa se han escrito cientos de páginas y debatido durante horas en televisión. Los rumores y las sospechas se amontonan hasta alcanzar una altura de kilómetros, pero la verdad última sobre el porqué del apego de Trump por Putin sigue siendo un misterio. Algunos medios hablan incluso de bromance, una palabra compuesta a partir de los términos bro (algo así como “colega” en lenguaje coloquial) y romance (“romance” también en español).La respuesta sencilla es que Trump admira a Vladimir al menos desde el 19 de junio de 2013, cuando el millonario neoyorquino publicó este tuit:
Do you think Putin will be going to The Miss Universe Pageant in November in Moscow – if so, will he become my new best friend?
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— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) 19 de junio de 2013
“¿Creéis que Putin asistirá al desfile de Miss Universo en noviembre en Moscú? Y si lo hace, ¿se convertirá en mi nuevo mejor amigo?”. En 2013, a Trump ni siquiera se le había pasado por la cabeza la posibilidad de convertirse en el candidato del partido republicano a la presidencia de los EE. UU. Pero su admiración por Putin ya era un hecho.No son pocos los analistas que dicen que esa admiración no tiene demasiado secreto. Según ellos, Trump vería en Putin todo aquello que a él le gustaría ser. Un líder autoritario, resolutivo, temido, peligroso, imprevisible, refractario a cualquier tipo de compromiso y poco amigo de la corrección política. Pero, sobre todo, Putin es un líder que controla la prensa de su país. Uno de los más peligrosos del mundo para los periodistas desafectos al régimen.En 2014, un año después de ese primer tuit, Trump volvió a hablar de Putin durante su discurso en un evento conservador conocido como la Conservative Political Action Conference. En él, el actual presidente de los EE. UU. pronunció una frase que ahora se ha girado en su contra. “Mirad lo que está haciendo Putin con Obama. Está jugando con él”. Y por si a alguien no le había quedado claro, lo repitió por segunda vez: “Está jugando con él”.Para la respuesta compleja al porqué del apego de Trump por Putin hemos de saltar a 2016.La campaña presidencial que enfrentó a Donald Trump y Hillary Clinton fue la más surrealista, agresiva y confusa de la historia de los EE. UU. Clinton acusó a Trump de beneficiarse de la interferencia rusa en las elecciones, Trump lo negó todo, Wikileaks filtró emails que comprometieron a los demócratas y a su candidata, los medios publicaron noticias que hablaban de reuniones secretas entre asesores y miembros de la candidatura de Trump con funcionarios rusos cercanos a los servicios secretos de su país. Y de ahí a la conclusión de que el espionaje ruso interfirió en las elecciones estadounidenses para beneficiar a Donald Trump había sólo un paso.Trump ganó finalmente las elecciones gracias al sistema electoral. Pero Hillary Clinton ganó el voto popular por el mayor margen jamás obtenido por ningún perdedor de las elecciones estadounidenses. Por primera vez en la historia de las elecciones estadounidenses se habló de falta de legitimidad del nuevo presidente para gobernar el país.El nombre clave en todo este embrollo es Paul Manafort. Paul Manafort es uno de esos personajes oscuros y resbaladizos cuyo nombre pasa desapercibido en condiciones de normalidad pero que suele salir a la luz en tiempos confusos. Asesor político de las campañas presidenciales de Gerald Ford, Ronald Reagan, George H.W. Bush y Bob Dole, y también de los dictadores Ferdinand Marcos y Mobutu Sese Seko, Manafort fue fichado por Donald Trump como asesor de su campaña en marzo de 2016.Para entender la relación de Trump con Putin sólo hace falta un dato clave. El de que Manafort trabajó en 2010 como asesor del presidente ucraniano Victor Yanukovych. Yanukovych, un títere de Putin en Ucrania, fue declarado ganador de las elecciones presidenciales de su país en 2004. Pero las sospechas de manipulación electoral por parte de sus partidarios desembocaron en la llamada Revolución Naranja.En 2010, Yanukovych volvió a presentarse a las elecciones. Tras contratar a Manafort como asesor de su campaña, y después de un trabajo de maquillaje político que debería ser estudiado en las facultades de Ciencias Políticas de todo el mundo, Yanukovych ganó los comicios y ocupó el cargo de presidente hasta que en 2014, con las calles ocupadas por manifestantes que protestaban contra la corrupción de su gobierno, huyó del país y fue destituido de su cargo por la Rada Suprema (el parlamento de Ucrania). Yanukovych apareció a los pocos días en Rusia sano y salvo.Los vínculos comerciales y financieros de Manafort con magnates y oligarcas rusos y ucranianos cercanos a Vladimir Putin, por otra parte, son vox populi desde hace años. El 19 de agosto, sólo medio año después de su nombramiento, Manafort se vio obligado a presentar su renuncia a Donald Trump tras la publicación de la noticia de que el partido de Yanukovych le había pagado 12,7 millones de euros en negro. Trump lo sustituyó de inmediato por Stephen Bannon y Kellyanne Conway.Ambos nombres fueron recomendados por el propio Manafort.La conclusión final de la respuesta compleja es que Trump admira a Putin personalmente, pero que su aparente debilidad frente al gobierno de Moscú se debe no tanto a esa simpatía personal sino a la ayuda recibida durante la campaña electoral por los servicios secretos rusos a través de un enlace llamado Manafort. A cambio de esa ayuda, quizá decisiva en el resultado de las elecciones o quizá no tanto, Trump le habría prometido a los rusos un giro de 180 grados en la postura tradicional de los EE. UU. respecto a la disputada región ucraniana de Crimea. Si hasta la victoria de Trump esa postura oficial era la de que Crimea es parte inseparable de Ucrania (o dicho de otra manera: el muro que debía frenar el expansionismo ruso hacia Occidente), con el nuevo presidente la postura oficial es que no hay postura oficial.Crimea es, en definitiva, el punto neurálgico de una partida de ajedrez geoestratégica de cuyo resultado depende el equilibrio de poderes en toda Europa. Ceder Crimea es cederle la Europa del Este a Rusia. Y para Trump, Europa es secundaria. Pero en ese hipotético pacto habría interferido durante el último mes una tercera parte contratante: Siria. El motivo del actual desencuentro de Trump y Putin.Después de que el martes 4 de abril de este año aviones a las órdenes del dictador Assad bombardearan con armas químicas a civiles desarmados en la localidad de Jan Sheijun, Trump decidió bombardear una base aérea del régimen como aviso para navegantes. La diana de los misiles estadounidenses fueron los aviones del régimen que lanzaron las bombas químicas. Pero su objetivo fue el gobierno ruso, aliado de Assad sobre el terreno. Porque quizá Crimea sea un peón secundario para los EE. UU. Pero Siria es una torre. Y una cosa es ceder un peón en busca de una pequeña ventaja estratégica y otra muy diferente ceder una torre y quedar fuera de juego en Oriente Medio.La siguiente casilla en disputa del tablero está ocupada por un caballo imprevisible llamado Corea del Norte. Un caballo imprevisible… protegido a su vez por la Dama china, con la que Putin comparte enemigo común (los EE. UU.) pero de la que también le separan ambiciones militares, económicas y territoriales incompatibles. De lo que ocurra durante los próximos meses en Corea del Norte dependerá en buena parte el futuro de la relación entre Trump y Putin.De momento, bombarderos rusos han sido detectados volando inusualmente cerca de Alaska. No lo suficientemente cerca como para violar el espacio aéreo estadounidense. Pero sí lo suficientemente cerca como para que el senador John McCain, uno de los mayores críticos de Donald Trump y firme defensor de la idea de que el enemigo número 1 de los EE. UU. ha sido, es y será siempre Rusia, haya entendido perfectamente el mensaje. “Es el típico comportamiento retador ruso. Entre otras cosas, están comprobando dónde están los límites del nuevo presidente”.Quizá Trump y Putin no sean tan amigos después de todo.Fuente: revistavanityfair.es