Maltratadora, egocéntrica y víctima de abusos: 40 años sin Joan Crawford

Foto: Joan Crawford en una foto de su época en la MGM. (Fotomontaje de Vanitatis)Joan Crawford en una foto de su época en la MGM. (Fotomontaje de Vanitatis)

“Este es el fin. Mi único amigo, el fin”. Las estrofas de la canción de ‘The Doors’ resuenan sobre las imágenes de una señora mayor incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos, a la era ‘hippie’ que barrió con todo, incluyéndola a ella. Lo aquí descrito corresponde a una de las secuencias más conmovedoras de la serie ‘Feud’, la que narra la enemistad entre Bette Davis y Joan Crawford, la que ha puesto de moda entre aquellos ‘millennials’ que ni siquiera conocían su nombre. Lucille LeSueur, como se llamaba realmente, fue mucho más que esa estrella de ojos feroces y enormes que batalló con Davis durante el rodaje de ‘¿Qué fue de Baby Jane?’ y tuvo una hija adoptiva que la puso a parir en un libro llamado, irónicamente, ‘Queridísima mamá’.

Niña de infancia dickensiana, con un padre que las abandonó a ella y a su madre lavandera, tuvo que pagarse su propia educación mientras sus compañeras de clase, jovencitas privilegiadas, vivían con toda clase de comodidades. Descubierta en Broadway cuando era toda una ‘flapper’ de los años 20, pronto encontró acomodo en la Metro Goldwyn Mayer, no sin antes cambiar un nombre con un apellido (LeSueur) que, según los ejecutivos del estudio, sonaba demasiado a ‘cloaca’. Ya por entonces los jefes tenían que llamarle la atención a una chiquilla joven y enérgica que pasaba las noches de club en club. Hasta tal punto era así que hasta el mismísimo Scott Fitzgerald la definió como emblema de esa década y de las chicas que poblaban aquellas fiestas de jazz, faldas de flecos y champán.

Joan Crawford en una imagen de archivo. (Gtres)
Joan Crawford en una imagen de archivo. (Gtres)

En los años 30 simbolizó a la norteamericana que prosperaba y acababa saliendo del atolladero en un Estados Unidos que estaba sumido de lleno en la Gran Depresión. Mientras rodaba películas con Clark Gable y luchaba con la bravura de su carácter obrero por obtener personajes de enjundia, en la vida real se casaba con Douglas Fairbanks Jr . De ese modo, lograba entroncar con la aristocracia de Hollywood. Sin embargo, los Fairbanks nunca la aceptaron entre los suyos y el matrimonio acabó abocado al fracaso. A mediados de esa década, se casaba por segunda vez con otro actor, Franchot Tone. Cuenta la leyenda de la meca del cine que fue en ese momento cuando nació su enemistad con Bette Davis, que también había puesto sus ojos sobre el atractivo joven.



El Oscar en la cama y su manía con la limpieza

A finales de los años 30 comienza a surgir la Joan Crawford que todos conocemos. Cierta androginia a base de unas cejas enormes, labios gruesos y esas hombreras que la hicieron legendaria. Por aquella época también se convirtió en la madre que adoptó a dos niños a los que hacía fregar los suelos en plena noche o despertaba al grito de ‘¡No quiero más perchas de alambre!’ cuando habían dejado sus minúsculos abrigos sobre ellas. Al menos, eso contaba su hija mayor, Christina, que también rememoraba cómo su madre sufrió lo indecible cuando fue despedida sin miramientos del que había sido su hogar, la Metro Goldwyn Mayer.

Joan Crawford con su Oscar por
Joan Crawford con su Oscar por ‘Alma en suplicio’.

Cuando regresó al cine con ‘Alma en suplicio’, una cinta de la Warner con la que tenía todas las papeletas de ganar un Oscar, diseñó un cuidadoso plan para no soportar el bochorno de la derrota. La actriz anunció que estaba enferma y que no podría asistir a la ceremonia. Sin embargo, cuando ganó y le llevaron el premio a su casa, se había recuperado milagrosamente. Crawford recibió el galardón en la cama, perfectamente maquillada y peinada. La imagen pasaría, con todos los honores (y toda la ironía) a la historia de los Premios de la Academia.Su hija también narraba momentos truculentos como aquellos en los que llamaba a la prensa para hacerles abrir a ella y a sus hermanos los regalos de Navidad delante de los paparazzi. Una periodista recordaba que era “la cosa menos espontánea” que había visto en su vida. También cómo los sofás de su casa solían estar envueltos en plástico para que no se manchasen. El calificativo de maniática le venía que ni pintado a la estrella, que exigía rodar sus primeros planos con la luz que ella elegía y era exigente hasta el paroxismo con los directores. Con algunos, de hecho, llegaba a acostarse, demostrando (y demostrándose a sí misma para vencer sus innumerables complejos tras su ego gigante) que nadie podía con ella.

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‘¿Qué fue de Baby Jane?’. (Warner)

Cuando llegó ‘¿Qué fue de Baby Jane?’, ya había sido la mujer de Alfred Steele, el presidente de Pepsi-Cola, y su carrera pasaba por horas bajas. De ahí que aceptase compartir set de rodaje con su archienemiga, una Bette Davis que aprovechó el rodaje de alguna que otra escena para darle una patada en la cabeza o comentar lo que le parecían sus exagerados pechos cuando tenía que encarnar a una inválida moribunda tumbada en la playa. “No le mearía encima aunque estuviera ardiendo” o “¿Que por qué soy tan buena haciendo papeles de zorra? Eso es porque no soy así. Quizás es por eso que Joan Crawford siempre interpreta a señoritas» fueron algunas de las frases más célebres que pronunció sobre ella; las que demuestran que aquel rodaje fue un choque de trenes de mucho cuidado.

Joan Crawford en sus últimos años. (RRSS)
Joan Crawford en sus últimos años. (RRSS)

En los 70, tras pasar unos años dedicada al cine de terror y sin ningún marido con el que compartir su vida, se trasladó a un apartamento de Nueva York para llevar una vida más austera. Los problemas económicos le pasaban factura por mucha serie B que le llenase de ceros la cuenta corriente. Tal y como cuenta ‘Feud’, cuando vio una fotografía suya en la que aparecía gorda y avejentada decidió optar por el silencio. A partir de entonces no volvió a aparecer en público nunca más. El 10 de mayo de 1977 fallecía a causa de un cáncer, pero con la misma dignidad que siempre la acompañó en vida, en la que el complejo sobre su pobreza y su infancia la empujó a ser la mejor estrella posible; a convertirse en una máscara para protegerse de un mundo que la trató con crueldad cuando era tan solo una niña; aquella pequeña hija de lavandera que se llamaba Lucille y que juró que la vida jamás podría con ella.Fuente: elconfidencial.com