‘Murphy Brown’, la madre soltera que enfureció a los conservadores

En 1988 un personaje femenino irrumpió en la pequeña pantalla sin pedir permiso ni perdón por haber sido alcohólica y tener una vida para muchos errática. Su legado hoy es más valioso que nunca.

Murphy Brown

En 1988 Candice Bergen llevaba demasiado tiempo viviendo en Nueva York y extrañaba la luz de su California natal. Su hija Chloe, fruto de su matrimonio con el respetado cineasta francés Louie Malle, tenía ya tres años, tantos como su último papel en el cine, y el teléfono había dejado de sonar. Había sido una decisión consensuada, pero ahora echaba de menos el trasiego de Hollywood. Nunca había pertenecido a la lista A, no era Streep, ni Close, Weaver o Griffth y nadie esperaba expectante su retorno. Hollywood ya no la reclamaba. Hasta que un día su nuevo agente, Bryan Lourd (el mismo Bryan Lourd con el que Carrie Fisher tuvo a su única hija Billie, la meca del cine es un pañuelo) le hizo llegar el guión de un piloto que circulaba por CBS.

Murphy Brown no era demasiado joven, ni demasiado delgada, ni demasiado rubia, ni siquiera era demasiado agradable. Pero era fieramente humana. Había vivido y había bebido. Y no se disculpaba por ello.

La historia escrita por la guionista Diane English contaba la vuelta al trabajo de una periodista brillante tras un mes en una clínica de rehabilitación para recuperarse de su afición a la bebida. ¿Televisión? Como la propia Bergen cuenta en su libro de memorias A fine romance, “El mundo del espectáculo es un sistema de castas y la televisión era lo más bajo”. Hace tres décadas nadie podría imaginar que un día aquel refugio de viejas glorias, que garantizaba estabilidad económica y portadas de revistas de supermercado, vería sus repartos trufados de ganadores del Oscar que sueñan con un Emmy y a la crítica, rendida al fin, haciendo suyo el mantra “ahora el mejor cine se hace en televisión”.

Pero Candice no anhelaba reverdecer una gloria que nunca fue demasiado trascendente para ella. Buscaba volver al campo de juego, escuchar el ruido de la claqueta. Empezó a leer el guión en un vuelo Los Ángeles-Nueva York y antes de aterrizar pidió un teléfono y llamó a Lourd. Si el papel seguía disponible, lo quería.

Cómo no iba a quererlo. El personaje creado por English recogía la esencia de las comedias sofisticadas del Hollywood clásico: diálogos afilados, réplicas vertiginosas, duelos de ingenio aderezados con limadura de slapstick y un rol inédito: Murphy Brown. Una mujer adulta, profesional reconocida, brillante, admirada… y también politoxicómana, irascible y soltera. En una palabra: real. Murphy representaba a todas esas mujeres que se abrían paso cada mañana por las grandes ciudades con sus hombreras infinitas, sus cabellos cardados y un par de zapatillas de deporte en el bolso de mano. Era 1988, el año de Armas de mujer y de Carly Simon cantando en Let the river run «Deja que el río corra, deja que los soñadores despierten a la nación». Murphy Brown era una hija de su tiempo y Candice lo sabía. Era el momento de Murphy y era el momento de Candice.

Natural de Los Ángeles y residente en Beverly Hills, Bergen era carne de Hollywood. Hija del célebre ventrílocuo Edgar Bergen, –sí, hubo un tiempo en el que los ventrílocuos eran célebres– y la actriz y modelo Frances Westerman, veía desfilar por su casa a celebridades como Groucho Marx o Judy Garland y compartía juegos infantiles con Liza Minelli. Participar en los shows de su padre era casi un juego y su trabajo como modelo, el destino lógico de un físico que combinaba una frescura típicamente americana con la elegancia que aportaba la sangre europea de su padre.Sin pertenecer nunca a la primera fila de actrices de su generación supo hacerse un hueco en el cine y mantenerse en las trincheras gracias a papeles arriesgados, ahí están Conocimiento carnal, Soldado azul o Camino recto, por la que obtuvo su única nominación al Oscar, y clásicos generacionales como Ricas y famosas, en la que compartía cartel con Jacqueline Bisset, otra de esas estrellas con tanto amor por el riesgo como desinterés por la industria.Un puñado de títulos reconocibles que le valieron el aplauso del público y un cierto desdén de la crítica. La propia Bergen reconoció en su autobiografía que era consciente de que la industria no la consideraba una buena actriz y mucho menos una comediante de fuste, a pesar de sus memorables intervenciones en el Saturday Night Live, de cuya historia forma parte por haber sido la primera mujer presentadora y miembro del selecto club de invitados que lo han conducido más de cinco veces.Por ello a finales de los 80 nadie podía imaginar que Candice y su personaje estaban a punto de marcar un nuevo rumbo en la historia de las sitcom. Pero la perfecta simbiosis entre Murphy y Candice estuvo a punto de no hacerse realidad. Como English le contó a la periodista Katie Couric, cuando los ejecutivos de CBS se reunieron con ella intentaron cambiar algunos detalles del guión. “¿Y si en lugar de volver de una clínica de desintoxicación vuelve de un spa? ¿Y si tiene 30 en lugar de 40 años? ¿Y si la interpreta Heather Locklear?”. ¿Heather Locklear? Sí, los ejecutivos buscaban una mujer “30 and hot”, pero English tenía claro que la complejidad de Brown requería a una mujer con experiencia y por ello impuso su criterio. Candice hizo la prueba y la cadena se rindió a la evidencia.Cuando Murphy Brown se estrenó el 14 de noviembre de 1988 nadie había visto algo igual. Los shows con más audiencia eran La hora de Bill Cosby y Rosseanne, comedias familiares más o menos ácidas o realistas, pero con un elemento común, un mínimo de media docena de platos sobre la mesa y un mapa generacional que permitía abarcar a toda la población de América. Y entonces llegó ella, la mujer de mediana edad, atractiva, urbana y brillante profesional a la que en su casa sólo espera un CD de Aretha Franklin. Y eso la hacía asombrosamente feliz.Murphy no era demasiado joven, ni demasiado delgada, ni demasiado rubia, ni siquiera era demasiado agradable. Pero era fieramente humana. Había vivido y había bebido. Y no se disculpaba por ello. La chica de la tele pasaba a ser la mujer de la tele. Como la propia Bergen reconocía en Today tras la muerte de Mary Tyler Moore, La chica de la tele había abierto la senda por la que circularían todos los grandes personajes femeninos posteriores. Su Brown era una heredera directa, un update. O más bien un troyano. La mujer que representa Brown ya no pide permiso, da permiso.El éxito de Murphy Brown no se sustentaba únicamente en la figura de Bergen. English había pergeñado además una ristra de secundarios con caracteres que se complementaban sin dejarse absorber por el huracán Brown. Arquetipos, pero no parodias. Imperfectos, como Brown, pero de los que era también era fácil enamorarse.Frank Fontana, su mejor amigo, tan firme frente a las exclusivas como inseguro emocionalmente; Jim Deal, el busto parlante, acartonado y afectado, un eco de los tiempos del legendario Cronkite; Corky Sherwood; su sustituta, una ex Miss América natural de Louisiana que combina inocencia, astucia y candidez, una Rose Nylund cruzada con Blanche DuBois; Miles Silverberg, el nuevo productor, un recién graduado de 25 años incapaz de controlar el carácter de Brown y Eldin, el eterno pintor de la casa de Brown: amigo, confesor y confidente.Y las secretarias, claro. Una de las marcas de la casa. Una excusa para hacer desfilar decenas de personajes excéntricos, presumir de guest stars –Rosie O’Donnell, Bette Midler y Sally Field fueron algunas de las que pasaron por las oficinas de la FYI– y mostrar el carácter implacable de Brown. Nadie duraba demasiado tiempo a sus ordenes. Excepto los espectadores.

Murphy Brown y Avery

Otro de los puntos fuertes de Murphy Brown era su capacidad para mantenerse pegada a la actualidad política hasta llegar a convertirse en parte de ella. En la cuarta temporada de la serie, Murphy se quedaba embarazada de su ex marido y decidía criar a su hijo sola. Y la bomba estallaba.

En plena carrera electoral norteamericana, Dan Quayle, vicepresidente de los Estados Unidos en el gobierno presidido por George Bush aludía a la serie en uno de sus mítines: “Tener hijos irresponsablemente es simplemente un error. No apoyar a los hijos que uno ha tenido está mal. Debemos ser claros sobre esto. Que en un programa de televisión, Murphy Brown, que se supone que es una mujer inteligente y una profesional bien pagada, ridiculice la importancia del padre al decidirse a criar a un hijo sola, llamando a esto simplemente otro estilo de vida, no ayuda”.

Lo que pretendía ser una exhortación de los valores tradicionales de la vieja América, –esa América de banderas izadas en el jardín, tartas de zanahoria oreándose en el alfeizar y madres abnegadas que preparan limonada fresca mientras los hombres de la casa ensayan home runs en el jardín– acabó transformándose en un debate nacional en el que el político salió mal parado.Las audiencias del show se dispararon, las tarifas publicitarias doblaron su precio y las frecuentes salidas del tono de Quayle, un mes después se ridiculizó a sí mismo en un colegio al no saber deletrear la palabra “potato”, se convirtieron en la gasolina que mejor hacía carburar el motor de la serie.Murphy Brown había roto la pantalla y se había sentado en el salón de América. Ya no era percibida como una ficción, era una mujer real. Un hito al alcance de muy pocos personajes. A eso ayudó la plena identificación de actriz y personaje. Lo que salía por su boca era fruto del trabajo del equipo de guionistas, pero el halo de Murphy era el de la propia Bergen. Y su estilo también. Contrariando al diseñador de vestuario, la actriz utilizaba su propia ropa y recurría a sus amigos: Ralph Lauren, Donna Karan, Mizrahi…Elegancia funcional. Zapatillas de deporte, pony tale y gorras de beisbol. De pronto Murphy ocupaba los editoriales de moda que 20 años antes había copado Candice.

Murphy Brown Ralph Lauren

La polémica con Quayle no fue el único tema espinoso de la serie. La política formaba parte de su ADN y no se descartaba ninguna controversia: el affair Clinton-Lewinsky, Anita Hill contra Clarence Thomas, el caso O.J. Simpson…Las diez temporadas de Murphy Brown son una radiografía perfecta de una de las décadas más efervescentes de la vida social de los Estados Unidos.Y hay que agradecer a RTVE que no optase por la misma fórmula que Antena 3 siguió con El príncipe de Bel Air, en la que los chistes de Will Smith se traducían al chiquitistaní y Oprah pasaba a ser María Teresa Campos. Cada semana, nombres como Walter Cronkite o Barbara Walters, Dukakis, Mondale, Geraldine Ferraro o Newt Gingrich se hacían familiares a los espectadores, que gracias a ello conseguían hacerse un mapa de la actualidad política americana.Pero la serie no mostró su valentía únicamente en su vertiente política. Además de su decisión de ser madre soltera, English también introdujo temas delicados como el cáncer de mama que le fue diagnosticado en la última temporada y el uso de marihuana terapéutica para paliar los efectos de la quimioterapia. Aquel año, el número de mamografías se incrementó un 30% y Candice recibió un premio de la American Cancer Society. Aunque también hubo quien alzó la voz para denunciar la frivolización del consumo de drogas. De nuevo Murphy Brown había trascendido la pantalla.

Las diez temporadas durante las que se mantuvo en antena, la serie disfrutó del reconocimiento de la crítica y el público. Pero, un poco incomprensiblemente, hoy no es percibida como un clásico incontestable. Tal vez porque la importancia de la música, ese sonido Motown que formaba parte de la educación sentimental del personaje, como recalcaba en cada capítulo, y que nos dejó algunos momentos históricos, provocó que los costes de los derechos fueran inasumibles y tan sólo se editase en DVD la primera temporada.

Aunque el olvido haya difuminado su magnitud, para medir su importancia sólo hay que echar un vistazo a sus galardones: 17 premios Emmy, cinco para Candice Bergen, y 3 Globos de Oro. Unos números que la sitúan en el olimpo de las sitcoms. En esa lista A en la que, ahora sí, Candice Bergen y Murphy Brown permanecerán para siempre. Respect.

Fuente: revistavanityfair.es