De buena familia, influyente y rica. Así era la periodista más transgresora de Colombia; la que enamoró a los hombres más poderosos… incluido el famoso narco
«No quiero verle más vestido así, con ese bigote, con ese pelo, con esa barriga y con esa voz…», afirma una Penélope Cruz horrorizada ante la caracterización de su marido, Javier Bardem, como Pablo Escobar en la película Loving Pablo, de Fernando León de Aranoa, que ayer se estrenó en el Festival de Venecia con críticas desiguales. Sin embargo, el personaje que interpreta Penélope Cruz, la periodista Virginia Vallejo, sí cayó rendida en su día a los encantos personales del capo colombiano de la droga, tal y como cuenta ella misma en su autobiografía Amando a Pablo, odiando a Escobar (Debate, 2008).Una relación amorosa que comenzó en 1982 cuando la famosa periodista -entonces era una especie de vedette nacional- visitó la archiconocida Hacienda Nápoles, una “cárcel” que el propio narco se encargó de construir para sí mismo y sus secuaces, y donde daba legendarias fiestas entre jirafas y elefantes. Ella había acudido en compañía de su novio de entonces, Aníbal Turbay Ayala, sobrino del ex presidente de Colombia Julio César Turbay, lo que da una buena de idea de la delgada línea roja que separaba narcotráfico y política en los años de plomo y plata.
Por lo visto, aquella tarde Pablo salvó a Virginia de morir ahogada en el torbellino de un río y ambos comenzaron una relación clandestina que pronto se convirtió en un secreto a voces. Él la llamaba por teléfono, la recogía en sus lujosos coches, se les veía juntos en las discotecas de moda. El narco y la presentadora. La pareja que encarnaba como nadie el Zetgeist de la época, barriga y cardado ochentero incluidos. Y decidieron trasladar esa relación delante de las cámaras y vender a Escobar como un caballero altruista, un amigo millonario de los pobres, que afirmaba sin pudor que él era capaz de llegar donde el estado no existía y lo peor es que tenía razón.»Me enamoré de él -declaró en El Nuevo Herald-. “En alguna época creo que él me quiso mucho. Yo me enamoré de un filántropo, un hombre adorado por su pueblo. Recorrí con él y con Santofimio (Botero) los pueblos de Antioquia. Era un ídolo. Movía multitudes». Hay que advertir que el libro de Virginia Vallejo pertenece al género yo-fui-una-víctima-inocente y aunque claramente no cuela, el resultado es un acercamiento a la intimidad de narco más televisado de la historia y el retrato demoledor de una sociedad capaz de asumir la violencia como algo cotidiano.Educada en el colegio Anglocolombiana, con dominio del inglés y el francés, Virginia Vallejo empieza en televisión a los 22 años en 1972 y pronto se convierte en un rostro conocido. Pasa con soltura de las noticias de cotilleo a las cifras de la bolsa de Nueva York. Protagoniza uno de los primeros desnudos en las revistas, es la pionera colombiana en la cirugía estética. Enamora a los telespectadores y a los hombres más ricos de Colombia.
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La vida le cambió el día que Pablo Escobar la llevó a ver cómo instalaba a diez mil personas desde el barrio-basurero de Moravia a una vivienda digna. Porque a Virginia no le basta con los diamantes, los jets privados, la compras en Cartier, ella persigue la excitación, la sensación de estar presenciando algo nuevo, transformador. Saca a Escobar del gueto y lo valida ante las cámaras, apoyándole en su campaña política a través del Movimiento Renovador Liberal. Según ella, aquel era “el hedor de la corrupción, diez mil cadáveres pudriéndose en un basurero”.La relación terminó en 1987 y para entonces la carrera de Virginia como periodista estaba acabada. La caída en desgracia del narco ante la opinión pública se llevó su credibilidad y como ella misma confesó: “hubo un momento que en Colombia me hubieran cortado en pedazos los militares, los paramilitares y los narco presidentes”. Por eso decidió aceptar un trato de la DEA y viajar a Estados Unidos como testigo protegido, “llegué con mis cuadros y siete maletas”, comentó.En la actualidad, Virginia Vallejo, instalada en un coqueto apartamento de North Miami, disfruta de la popularidad que le otorga su papel dentro del narcoculebrón más famoso del planeta y continúa su particular guerra contra lo que ella llama “los narco-presidentes”, en concreto, Álvaro Uribe, de quien denuncia que otorgó licencias para disponer de pistas de aterrizaje para mover aviones cargados de coca. Tampoco tiene palabras amables para su caracterización en la serie colombiana El patrón del mal: “parece que me quisieran presentar como una prostituta barata y a Pablo como un cerdo asqueroso con panza de gelatina”.Sin embargo, se declara fan de la película protagonizada por Javier Bardem y Penélope Cruz, aunque advierte a sus seguidores a través de su cuenta de Twiter : “En unas semanas mi libro saldrá en 17 idiomas. Todos esos seriados son pura ficción, no son mi historia”.
Fuente: revistavanityfair.es