Bette Davis triunfó en una época en que para ser actriz era más importante la apariencia que el talento. Sin embargo, jamás intentó parecer linda y eligió los papeles que ninguna quería: asesinas, perversas, crueles, cínicas. Vida, amores y penurias de un mito de Hollywood
Broadway, 1950. La famosa actriz de teatro Margo Channing sube unos pocos escalones hacia su dormitorio, pero antes dispara:
–¡Ajústense los cinturones! Esta será una noche muy movida…
Su marido y otros invitados se miran, tensos.
Sí: será una noche terrible.
En realidad, se trata de una escena de ficción. Sucede en el film Eva al desnudo, que la Argentina se llamó La malvada, dirigida por un maestro: Joseph Mankiewicz. Pero es apenas una sombra de lo que fue Bette Davis, su inmortal protagonista: rebelde, polémica, insoportable, única, genial.
En los años 30, 40 y hasta 50, era casi imposible ser una estrella con tantos naipes en contra. Apenas un metro sesenta, ojos saltones, pómulos prominentes y rojizos… Nada que destacar, salvo su colosal talento. Pero demostrarlo fue un camino muy espinoso…
Nació como Ruth Elizabeth Davis el 5 de abril de 1908 en Lowell, Massachusetts, primera hija de Ruth Augusta Favor y del abogado Harlow Morrell Davis, separados en 1915: ruptura que obligó a las hermanas Betty y Bobby a vivir en el internado Crestalban, Lanesborough, cerca de las montañas Berkshires. En 1921, Ruth las llevó a Nueva York, donde trabajó como fotógrafa.
Y de pronto, en esa vida gris (Ruth era alcóholica), se hizo la luz. Betty vio a Rodolfo Valentino –primer sex symbol del cine– en Los cuatro jinetes del Apocalipsis, recién estrenada… y decidió ser actriz. Primer paso: cambió su Betty por Bette, inspirada en la novela La prima Bette, de Honoré de Balzac, publicada en 1846. Segundo paso: una prueba de actuación ante la profesora Eva Le Gallienne. Rechazada por «poco sincera y frívola». Tercer paso: estudió danza con Martha Graham y fue aceptada en la escuela de teatro de John Murray Anderson. Cuarto paso: rechazada en audición por George Cukor… pero primer papelito con sueldo: una semana como chica del coro en el musical Broadway.
Pero ese anémico comienzo le entornó la puerta de Hollywood. Un cazatalentos del sello Universal la invitó a una prueba de cámara. Llegó en tren el 13 de diciembre de 1930. Imaginó que alguien del estudio la esperaba, pero no apareció nadie…
Misterio aclarado: fue un empleado, pero volvió y dijo:
–No vi a ninguna mujer que pareciera una actriz…
No pasó la prueba de cámara. En otras apenas le dio letra a otros. Mucho después, ya consagrada e imbatible, recordó: «Yo era la más yanqui del este, la virgen más modesta de la tierra. Me sentaron en un sofá… y quince hombres, uno a uno, tuvieron que caer sobre mí y darme un beso apasionado. ¡Creí que iba a morir!»
Y por si poco fuera, en una prueba para el film La casa de la discordia la vistieron mal y de apuro, con el escote mal ajustado, el director William Wyler la echó, y le dijo a su equipo:
–Hay damas que creen que pueden conseguir trabajo mostrando los pechos…
Sin embargo, la salvó el director de fotografía Karl Freund:
–Tiene unos ojos encantadores… Da muy bien para el film.
¡Aleluya! El film era Mala hermana. El año, 1931. Había nacido Bette Davis. Huracán, tornado, tsunami…
Pero el camino siguió resbaladizo. Ni Mala hermana, ni Semilla, ni El puente de Waterloo, ni La amenaza, ni La casa del infierno hicieron historia. Fueron fracasos. Un jefe de maquillaje, cara a cara, la destrozó:
–Tus pestañas son demasiado cortas, el color de tu pelo es indescriptible, tu boca es demasiado chica, y toda tu cara es la de una pequeña holandesa gorda, con el cuello demasiado largo…
Muy pocos repararon en el talento de Bette…, salvo el director John Adolfi, que la eligió para La oculta providencia (1932). Era hora… The Saturday Evening Post publicó: «Bette Davis no sólo es hermosa: ¡bulle de encanto! Sólo es comparable a Constance Bennet y Olive Borden». Fuertes nombres de entonces.
Y el sello Warner Bros. la contrató por siete años…, a mil dólares por semana.
Pausa. Hablemos de sus hombres…
Harmon Nelson, de 1932 a 1938. Arthur Farnsworth, de 1940 a 1943. William Grant Sherry, de 1945 a 1950. Gary Merrill, de 1950 a 1960.
Y hablemos de sus hijos…
Bárbara Sherry (1947). Michael Merrill (1950, adoptado). Margot Merrill (1952, adoptada).
Varios abortos. Varios amantes.
Pero antes de la gran explosión, Bette transitó más de veinte roles sin pena ni gloria. Hasta 1934, cuando bajo el sello RKO Radio Pictures encarnó a la viciosa Mildred Rogers de Cautivo del deseo, adaptación de la novela de Somerset Maugham. En aquellos días muy pocas consagradas aceptaban meterse en la piel de personajes detestables: la ocasión que Bette esperaba para deslumbrar incluso al gran Leslie Howard, el protagonista. La revista Life escribió: «Su actuación fue probablemente la mejor jamás antes registrada por una actriz de los Estados Unidos».
Bette explicó:
–La escena de mi muerte, y antes las de tuberculosis, pobreza y abandono, son muy crueles, pero traté de dar una imagen convincente.
En adelante, ya no bajaría de la cumbre. En 1935, cuando interpretó a una actriz muy perturbada en el film Peligrosa, el crítico Arnot Robertson escribió en la revista británica Picture Post: «Creo que Bette Davis hubiera sido quemada por brujería si hubiera vivido doscientos o trescientos años antes. Tengo la extraña sensación de que está cargada de un poder que no puede encontrar una salida común: sólo una salida extraordinaria».
Fue su primer Oscar. El que debió ganar por Cautivo del deseo por su perfil de mujer pérfida y de bajos instintos. Pero esa postergación fue una victoria. A raíz de su protesta, la Academia cambió el sistema de votación: en adelante, el juicio estuvo en manos de todo el gremio del cine, y no de un pequeño comité.
Llegaría su segundo Oscar en 1938 por Jezabel, dirigida por William Wyler: el mismo que la echó por mostrar los pechos en una audición, sin culpa: fue un error de los vestuaristas. Justicia tardía, y además, romance… Bette confesó que «fue el amor de mi vida, y hacer esa película con él, el momento de mayor felicidad de toda mi carrera».
Pero no había llegado a Hollywood como el patito feo para sucumbir ante el glamour de las más bellas. El patito tenía pico duro y uñas aguzadas. Su primera pelea la ganó aceptando los roles que ninguna quería: malvadas, desquiciadas, desdichadas, enfermas, perversas… Y si había que afearse aún más, ¡adelante!
Para recrear los últimos años de la reina Isabel I se afeitó la mitad del pelo y casi todas las cejas. Tampoco la preocupó parecer de 70 años. Siguió, en eso, el consejo del gran Charles Laughton:
–Nunca tengas miedo de salir de quien eres. Es la única manera de crecer en esta profesión. Si no intentas eso, te estancarás en una rutina mortal.
Y no lo defraudó. Su papel de una adúltera asesina en La carta (1940) fue juzgado por la revista The Hollywood Reporter como «no sólo una de las grandes películas del año. También uno de los mayores trabajos de Bette Davis».
En enero de 1941 fue la primera mujer que asumió –¡nada menos!– la presidencia de la sagrada Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas. Pero poco duró. Prefirió redoblar su fama de insolente, respondona, radical, bocona, rebelde, que dormir una larga siesta en trono…
Acaso lo era. Pero muchas veces con razón. Hollywood jamás fue un lecho de rosas. Luego del traicionero y salvaje ataque japonés a la base naval de Pearl Harbor, Bette pasó medio año 1942 vendiendo bonos de guerra, y arengó a multitudes para que redoblaran sus esfuerzos para lograr la victoria norteamericana. Créase o no, en dos días recaudó dos millones de dólares, y 250 mil por la venta de fotos con su imagen en el film Jezabel. Y por si poco fuera (¡en esos años de criminal odio racial!), defendió a capa y espada a los regimientos formados por negros…
Sus jefes del sello Warner la criticaron («abusa de su imagen»), pero en 1980 la honraron con la medalla al Servicio Civil del Ejército por haber creado La Cantina de Hollywood (3 de octubre de 1942), que reunió a las súper stars para que animaran a las tropas en los frentes de batalla.
Y siguieron lloviendo otras medallas…
El film La extraña pasajera sigue en el puesto 23º. de las mejores películas románticas de todos los tiempos, según el American Film Institute.
Pero en esa panoplia faltaba todavía la pelea del siglo en el mundo de la pantalla de plata: Bette Davis versus Joan Crawford.
Ante la primera propuesta para actuar juntas, Bette atacó:
–Jamás me verán aparecer en un film de lesbianas.
Pero fue con Joan que logró, en 1962, uno de los grandes éxitos de esa década: ¿Qué pasó con Baby Jane? Dos actrices hermanas, casi viejas, que deben compartir una decadente mansión en Hollywood. El director fue uno de los reyes del cine negro: Robert Aldrich. Que dijo:
–En la vida real se detestan, pero actuaron con alto nivel profesional.
No conformes, cruzaron insultos tan duros como famosos.
Los peores: Bette dijo de Joan que «se acostó con todas las estrellas de la Metro… menos con la perra Lassie». Y al morir Joan en 1977, declaró:
–Uno nunca debe decir cosas malas sobre los muertos. Sólo cosas buenas. Joan Crawford está muerta, ¡qué bien!
Amaba las boutades. En septiembre de 1962 publicó un aviso en la revista Variety, una biblia del show business: «Madre de tres hijos. Divorciada. Norteamericana. Treinta años de experiencia como actriz de cine. Capaz aun de moverse. Más amable de lo que dicen los chismes. Se ofrece para trabajo en Hollywood. Ya estuvo en Broadway».
Entre su primer y olvidado rol de 1931 y Las ballenas de agosto, 1998, corrieron casi siete décadas, casi medio centenar de films, más premios de los que puede contener esta nota, y el segundo puesto en la encuesta de la industria para elegir a las Cincuenta mayores leyendas de la pantalla norteamericana. El primero fue para Katharine Hepburn.
En 2008, centenario del nacimiento de Bette, el Servicio Postal de USA, emitió una estampilla con su efigie.
En 1962 fue la primera actriz que recibió diez nominaciones al Oscar.
Desde entonces, sólo cuatro figuras la superaron: Meryl Streep, Katharine Hepburn, Laurence Olivier y Jack Nicholson.
En 2000, Steven Spielberg compró en una subasta los dos Oscars ganados por Bette (1935 y 1938), pagó por ambos 785.500 dólares, y los devolvió a la Academia.
De sus cuatro maridos dijo:
–No fueron lo suficientemente hombres para el señor Bette Davis.
Ella. El patito feo de los ojos saltones.
Sólo ella.
Un talento gigante en un cuerpo de un metro sesenta.
(Post scriptum: la mujer que dijo «en mi profesión no eres una estrella hasta que cobres fama de monstruo. Pero nunca luché, para serlo, de modo desleal. Nunca luché por nada que no fuera el bien de la película», murió el 6 de octubre de 1989, a sus 81 años, en Neully-sur-Seine, París. Causa: cáncer de mama. Por su trabajo en Las ballenas de agosto, su último film, encarnando a la hermana ciega de la otra protagonista, la actriz Lilian Gish, recibió una crítica que resume su genio: «Bette se arrastra a través de la pantalla con un viejo avispón cascarrabias en el cristal de una ventana, gruñendo, tambaleándose, temblando… Una sinfonía». Verla no es fácil: sus grandes films datan del primer y segundo tercio del siglo XX. Pero cada vez que aparece, es exactamente como aquella Margo Channing que en La malvada pedía que se ajustaran los cinturones porque se avecinaba una noche movida. Pero con una luminosa variante: Bette Davis nos regaló mucho más que una noche. En mi caso, más de la mitad de mi vida…)
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Fuente: infobae.com