Mientras un hombre intentó convertirse en un jaguar para poder salvarlos, hay quienes hacen de la cacería una actividad cotidiana en sus vidaseldeber.com.bo
Marcos Uzquiano quería transformarse en un jaguar cuando tenía pocos años de vida, desde que su abuela lo llevaba al campo y le revelaba la pócima para convertirse en un tigre-gente.En la selva donde iba a pasar sus vacaciones, habían unas hojas color del tigre. Su abuela le había dicho que revolcándose en ellas totalmente desnudo era posible encarnarse en un felino.El niño Marcos quería proteger a los tigres y por eso deseaba convertirse en uno de ellos, para tener garras y colmillos para espantar a los cazadores que iban por ellos.Hasta que un día lo intentó. Se revolcó entre esas hojas del color del tigre, pero la fórmula nunca dio resultado. Marcos creció, se convirtió en un guardaparques y desde el 2015 ocupa la dirección del Parque Nacional Madidi. Desde ese cargo hizo realidad el objetivo que tenía cuando era niño. Ahora investiga y defiende a los jaguares que están en la mira de los traficantes que los buscan para matarlos, atraídos por los colmillos que tienen gran demanda en China.Marcos conoce el lenguaje de la selva. Ya lleva 15 años trabajando en el Servicio Nacional de Áreas Protegidas (Sernap). Durante todo ese tiempo ha tenido seis encuentros con los jaguares, esos felinos a los que él cuando era niño los conocía con el nombre de tigres.- Nunca me atacaron. Pero también sé que no hay que subestimarlos. Sé que hay ciertos momentos, como cuando están en celo, con su cría o comiendo una presa, en que hay que tener mayor cuidado.Lo más cercano que los ha visto fue a 13 metros, en Alto Madidi, cuando el año 2001 dormía en un campamento protegido solo por una malla milimétrica. Escuchó a la medianoche un silbido finito. Pensó que era el silbaco, ese personaje mitológico que se bate entre esta y la otra vida.Después sintió que un animal le olfateaba la nunca por fuera del camping y ahí cayó en cuenta que era el jaguar. Se asustó, se levantó, agarró su machete y su linterna. Tomó coraje, salió del camping y se acordó de lo que le había aconsejado su abuela: que no había que demostrar miedo. Alumbró directo al animal, golpeó el suelo con el machete, empezó a zapatear, después encendió la radio y sintonizó una emisora de Puerto Maldonado (Perú). Un coctel de ruidos que ahuyentó al felino y le quitó el sueño a Marcos Uzquiano que ya no pudo dormir. Retornó a su cama y se quedó recordando la época de su niñez cuando deseaba convertirse en tigre.El latido de la selvaMosito tiene la costumbre de entrar en la selva durante la noche. Su casa está a la salida del Sena. Es una vivienda de madera como muchas en esta comunidad de Pando. Dice que conoce los misterios y las sendas del bosque porque ha hecho de la caza de animales silvestre una actividad para que no falte la carne en casa. Asegura tantas cosas: solo caza por subsistencia, es un hombre informado, sabe que matar a un jaguar es un delito con cárcel. Eso dice bajo la sombra de la noche, mientras pelea con una lluvia de mosquitos que le pican pese a que está con una camisa manga larga. Aquí adentro el corazón de la selva late con una potencia de locomotora. La luna apenas alumbra y solo la linterna de Mosito permite avanzar monte adentro.-Quiero que conozca dónde vive el jaguar. Quiero que encontremos uno para que vea que no atacan al hombre y que me crea que yo he decidido no matar ni uno nunca más. Eso dice con una voz segura, como si fuera un cazador arrepentido. Pero de los otros animales, del chancho tropero y del jochi pintado, de la tortuga y tatú, no dice nada. – Las autoridades del Gobierno andan diciendo que matar al jaguar es un delito, de los otros no he escuchado nada, sostiene.Pero esta noche Mosito no quiere quedarse más tiempo en la selva. Son las 23:00 y dice que ya es tarde. Camina con sus manos alborotadas espantando mosquitos. El corazón del monte se queda latiendo.Los otrosEl jaguar genera fricciones en el seno de las comunidades indígenas y campesinas de Bolivia. Las comunidades ancestrales de origen guaraní, tacana, cavineño, araona y ese ejja consideran al tigre un protector de los pueblos amazónicos y del Chaco. Una vez al año los indígenas ingresan por varios días al bosque para buscar al espíritu del felino, que según sus creencias, anda suelto por los rincones de la selva. Lo buscan para entrar en comunión con él, para confirmar una amistad que mantienen desde tiempos remotos. – Los tigres no atacan al hombre”, dice Leandro Poiqui, un originario tacana que vive en las puertas del parque Madidi. Su vida y la de sus padres y de sus abuelos siempre estuvo marcada por la presencia del jaguar. – Lo veíamos como parte de nuestro mundo. Lo encontrábamos cerca de las sendas y cuando sentía nuestra presencia nos evitaba, se daba media vuelta, se perdía entre la espesura de los árboles. Leandro se ha quedado con el rugido del jaguar cabalgando en su pecho. – Es un sonido profundo, como si un trueno explotara en su garganta.Así lo describe Leonardo, que cree que el tigre ruge para marcar su territorio y para comunicarse con otros de su especie.Las fricciones están ocurriendo porque así como hay quienes defienden al jaguar por considerarlo un amigo del hombre y animal ‘sagrado’, también conviven en la misma región quienes creen que matarlo no debe generar ningún pesar.Lito vive de la almendra en tiempos de la zafra y es cazador que se interna al monte del Sena para abastecer a su familia de carne de animales silvestres. En ese trajín cuenta que ha matado varios jaguares, que lo ha hecho en la noche, que ha apuntado camuflado en la maraña de las ramas de los árboles donde tiende una hamaca y aguarda a que los bichos salgan de sus escondites. Hasta hace pocos meses él no le daba mayor importancia a los felinos, más allá de interesarse por el cuero para lucirlo como trofeo en la sala de su casa de madera. Pero desde que llegaron unos hombres que hicieron correr la voz de que los chinos ofrecen dólares por varias partes del animal, con esa información la gente ha ido a la zafra de castaña interesada en encontrarse con los felinos.Francisco Guada González, ejecutivo de la Central de Campesinos, Sena y San Lorenzo que aglutina 72 comunidades campesinas en esa zona, dice que conoció algunos casos sobre la muerte del tigre. – Vi a dos compañeros de la zafra que estaban medios ebrios y que traían un tigre muerto. Dijeron que lo iban a vender a los chinos porque dan buena plata. – Ya tengo garantizado cien dólares para mañana porque iré a vender estos colmillos a los chinos, cuenta Francisco que dijo ese chofer que hacía ademanes con sus dedos como si estuviera contando el dinero.Fuente: