Hoy hubiera cumplido 100 años Betty Ford, la primera dama de EE.UU. que llevó la normalidad a la Casa Blanca y confesó al mundo que tenía un problema de adicción.
Llegó a la Casa Blanca de la mano de su marido, el presidente Gerald Ford, en el momento de mayor crisis de identidad de Estados Unidos. Tras el escándalo Watergate, la dimisión de Nixon y el fin de la guerra de Vietnam, parecía que el sueño americano había llegado a su fin y el país, tradicionalmente considerado ingenuo y optimista, atravesaba su etapa más cínica y descreída. Betty Ford (nacida Betty Bloomer, 1918) resultó ser justo el punto medio entre la realidad y la esperanza que necesitaba la nación.No estaba previsto que el matrimonio Ford llegase a ser la pareja más poderosa de Estados Unidos. Betty se convirtió en primera dama de forma inesperada en agosto de 1974 tras la dimisión de Nixon cuando su esposo, el vicepresidente Gerald Ford, fue el encargado de sucederle sólo nueve meses después de la reelección. Antigua bailarina que había llegado a estudiar con Martha Graham y con un divorcio anterior a sus espaldas, Betty rompía con los tópicos asociados a las esposas de presidente: era mucho más real que la impertérrita Pat Nixon o la elegante e inalcanzable Jacqueline Kennedy. Una madre de cuatro hijos en la que las mujeres americanas podían verse reflejadas. Con una gran sonrisa, muchas opiniones y una sinceridad lejos de cualquier protocolo, parecía, más que las alejadas y casi aristocráticas primeras damas, una persona normal. Y el país se enamoró de ella.Durante el clásico tour televisado por la Casa Blanca mostró que la alcoba presidencial ahora estaba presidida por una gran cama de matrimonio. Era la primera vez que, al menos de forma pública, se mostraba que el presidente y su pareja dormían en la misma cama, porque lo tradicional era que lo hiciesen en camas separadas. De este modo tan Pleasentville, los años setenta y la modernidad entraban de forma definitiva en la más alta instancia de poder americana.Betty no se ceñía a los lugares comunes y opinaba sin miedo sobre los temas más controvertidos, incluso aquellos que eran más polémicos dentro del partido republicano al que pertenecía Gerald Ford: se declaró feminista, apoyó el derecho al aborto de un modo mucho más activo que su esposo, fue una firme defensora de la terapia psiquiátrica, dijo que se mostraría comprensiva si supiese que su hija de 18 años mantenía relaciones sexuales premaritales o que alguno de sus hijos fumaba marihuana. De hecho, afirmó que si fuese más joven, ella también la probaría. “Me han preguntado sobre todo tipo de cosas”, declaró en una entrevista, “menos por la frecuencia con la que mi marido y yo mantenemos relaciones sexuales. Y si me lo preguntasen, contestaría: tanto como nos es posible”.
Aunque, como es habitual, fue en los malos momentos cuando Betty Ford acabó de llegar al corazón de los ciudadanos americanos.Al poco de llegar a la Casa Blanca se le diagnosticó un cáncer de pecho y tuvo que someterse a una mastectomía. “La primera vez que bajé las escaleras para una recepción formal sabía que todos pensaban “¿En qué pecho dijo que había sido?”, declararía años después. Pero su decisión de hablar abiertamente de ello galvanizó a la sociedad, hizo entender a muchas otras mujeres afectadas por la enfermedad que no había motivo para avergonzarse de ello en un momento en el que este tipo de cosas se llevaban casi en secreto y, más importante todavía, el hincapié que hizo en la importancia de la autoexploración y los exámenes médicos ayudó a concienciar a muchas mujeres y, a la postre, acabaría salvando miles de vidas. Fue un terremoto parecido al que ocasionaría en nuestros días Angelina Jolie hablando sobre su doble mastectomía, pero en un tiempo en el que la palabra cáncer no se pronunciaba en público y ninguna figura famosa reconocía tener la enfermedad.
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Betty rompía con los tópicos asociados a las esposas de presidente: era mucho más real que la impertérrita Pat Nixon o la elegante e inalcanzable Jacqueline Kennedy. Una madre de cuatro hijos en la que las mujeres americanas podían verse reflejadas.
Su presencia en la historia americana no se diluyó tras dejar la Casa Blanca. Más bien, entonces empezó el que se considera su legado más importante. En 1978 su hija Susan dirigió una “intervención” en la que toda la familia y algunos médicos hicieron ver a Betty la realidad: que era alcohólica y adicta a los analgésicos desde que había empezado a usarlos para paliar sus dolores de espalda. Se sometió a terapia y no lo ocultó, porque no quería que la gente pensase que el cáncer había regresado. De nuevo, su honradez al hablar de sus problemas resultaba revolucionaria e inspiradora: una mujer de aparente éxito, bien posicionada, con una vida feliz, reconocía ser alcohólica y adicta y estaba dispuesta a enfrentarse a ello.En 1982, ya recuperada, abrió con su nombre la clínica Betty Ford en California, que se convertiría en un epítome del tratamiento por el abuso de alcohol y drogas. Su impacto en la cultura popular es duradero y, por encima de los chistes y los guiños pop, permanece vivo como un importante lugar de curación para personas enfermas.Su compromiso con esta causa no se quedó en poner el nombre al centro y conseguir donaciones millonarias. La cantante de Fleetwood Mac, Stevie Nicks, ingresada varias veces por su adicción a la cocaína, contaba que se la encontró allí en alguna ocasión, y que Betty le cogía de la mano y la escuchaba hablar de sus problemas con la empatía de una persona que sabía por lo que estaba pasando. Participaba en los grupos de apoyo con una frase conmovedora por su sinceridad: “Hola, me llamo Betty y soy alcohólica”.“No creo que Dios mirase hacia abajo y dijese: ‘Ahí está Betty Bloomer, vamos a usarla para curar a los alcohólicos”, contaría años después con humildad. “Pero creo que hay mucha gente que conoce a alguien que tiene los mismos problemas y se siente sobrepasada. Y creo que Dios me permitió –junto a otros miles de personas– transmitir un mensaje: hay ayuda ahí fuera y tú también puedes ser un superviviente. Míranos a nosotros. Mírame a mí”. Betty Ford fue primera dama sólo tres años, de 1974 a 1977. Pero su importancia en la sociedad acabaría siendo mayor que la de su marido o que la de otras mujeres en su situación, trascendiendo la etiqueta de “esposa de presidente”. Cuando falleció en 2011 miles de americanos la lloraron sinceramente. Era una de los suyos.Fuente: revistavanityfair.es